Martina la peligrosa: Sin veneno y con mucho amor

Revista FUCSIA , 19/4/2016

Con el desparpajo que la caracteriza, Martina La peligrosa habló con FUCSIA de por qué no le molesta que le digan corroncha (mientras lo escriban con buena ortografía), de cómo se convirtió en cantante por un imprevisto, de su secreto para arrollar en las redes sociales y, lógicamente, de su próximo disco.

Imagen: Alejandro Annicharico. - Foto:

Hace tiempo que Martina la peligrosa aprendió a sacarles jugo a los insultos, una actitud típica de las personas que están dispuestas a reírse de sí mismas. “Tratan de molestarme diciéndome pueblerina, corroncha, pero ahora los uso en defensa propia. Si eso es lo que soy, ¿cómo voy a ofenderme? Lo que no soporto es que un troll me escriba en Twitter con mala ortografía… ahí me dan papaya”. Confiesa que en esos casos guarda la evidencia para compartirla con sus amigos y también que le cuesta aguantarse las ganas de responder.

“No voy a ponerme a pelear con una niña que me escribe ‘horrible’ sin ‘h’, simplemente con cariño le digo: ‘Mira, te recomiendo este libro’, para que lea y se instruya. Esa estrategia me funciona: cambiar veneno por amor”. Precisamente esa filosofía es el nombre de su próximo disco, cuyo primer sencillo estará muy pronto en las emisoras.

Y es que, además de pueblerina y corroncha, a la cantante la relacionan con un amplio rango de referentes: “que si soy la del comercial que sale cada cinco minutos de una bebida energizante. Otros me reconocen por haber sido jurado de ´Tu cara me suena´ o por las locuras que he hecho en las redes sociales”.

Después de todo, hasta la cadena de noticias de la BBC registró sus clases de cordobés (en las que enseñó los diferentes usos del “ajá” y el “eche”), con una nota titulada: “La colombiana que tiene a Instagram hablando con acento caribeño”. Desde entonces dio inicio a la conquista de más de un millón de seguidores que tiene en esa plataforma virtual.

“Cuando empecé con eso, mi intención era crear contenidos distintos porque tenía una sola canción y no quería aburrir al público. Y gente de distintas partes colgó videos imitándome. Esa fue una manera más de identificarme… así como algunos todavía me describen como la hermana de Adriana Lucía, o están los que me preguntan si sigo cantando en el bar Gaira”.

Otros la han calificado como la “reina de la champeta”, aunque su música tiene una onda pop. “Eso ha sido un conflicto, no soy ni una cosa ni la otra y soy las dos a la vez”. Sin embargo, si hay una forma de ser llamada que le choca es su nombre de origen: Martha Liliana López. “Ni volteo a mirar. Toda la vida he sido ‘Marti’, nada más”. Fue su abuelo paterno quien la bautizó “Martina La peligrosa”, gracias a un personaje deschavetado de la telenovela ochentera Calamar interpretado por Teresa Gutiérrez: “Me imagino que simplemente hizo la conexión”.

Pese a su popularidad en internet, las nuevas tecnologías le llegaron tarde mientras crecía en El Carito, Córdoba. “¿Qué si todo tiempo pasado fue mejor? No, para nada, sólo hay que mirar mis fotos de antes”, se burla. Aun así, si bien a sus casi 30 años acepta el calificativo de "millennial", ella se define como un “alma vieja”. “Siempre me ha gustado conversar con los mayores. Además extraño la simpleza de mi pueblo. Hoy todo es inmediato, de afán… Allá, alguien en bicicleta tocaba a la puerta de la casa de uno para avisar que tenía una llamada en el único teléfono que había. Cada tanto un señor gritaba: ‘Llegaron los discos’, para ofrecer algo de Los Zuleta o de Diomedes, y el primero que nos compraron, por 5.000 pesos, fue uno de Maná porque mi hermano lo quería. Cuando me tocó el turno de escoger me decidí por uno de The Black Eyed Peas, pues mi mejor amiga del colegio en Lorica tenía computadora y por eso estaba actualizada… pero ese pobre hombre no sabía qué le estaba pidiendo”.

Con nostalgia recuerda la época en que en su casa jugaban a la orquesta sin más equipos que la voz de Adriana Lucía, que improvisaba canciones; el taburete que tocaba Luis, quien así hizo sus pinitos como percusionista, y una botella que Martina golpeaba con un palito. “Mi papá es un músico frustrado y en su anhelo de mantener a la familia unida, nos metió a sus tres hijos en el negocio. Era un manager muy recursivo: sin entender una sílaba en inglés se las ingenió para llevarnos a un Festival en Alemania. En un principio él no sabía que yo cantaba y por eso mi primera misión fue bailar al lado de mi hermana en sus shows”.

Entretanto, Martina se entrenaba por su cuenta con un par de grabadoras que hacían las veces de estudio y le servían para montar distintas voces con las cuales creaba armonías. “La historia es como de novela: un día Adriana tuvo una presentación en el Palacio presidencial para un evento de jóvenes y la corista nunca llegó. Yo dije que me sabía las canciones de memoria y sin más opciones me dejaron hacer el trabajo y me gané el puesto”.

Hace 10 años Martina se radicó en Bogotá convencida de que la música era lo suyo. El choque inicial fue grande para ella, que revela que no sabía usar zapatos sino sandalias y que no entendía expresiones “cachacas” como “se da garra”: “Pensaba que eso significaba rascarse, o algo con las uñas”. Y para sus papás también fue duro: “Mi mamá estaba reacia a que me dedicara a esto. Fui la típica adolescente rebelde, altanera y noviera, y ellos pensaban que me iba a enloquecer acá”, cuenta entre carcajadas.

Por eso se sorprendieron cuando a los 19 empezó una relación seria con el guitarrista Jairo Barón, su esposo. “Lo conocí en un bar que se llamaba San Sebastián, él era la estrella, el tumbalocas” A los seis meses nos cuadramos y seis meses después nos fuimos a vivir juntos. Para entonces, Adriana Lucía, quien estaba realizando una producción de la mano de Carlos Vives, estaba encargada de formar la banda de Gaira. “Obviamente, ella escogió su rosca”.

En el baño del restaurante comenzó su aventura con las redes sociales. “Una amiga me dio la idea de hacer tutoriales de maquillaje porque la gente me preguntaba, ‘oye, ¿qué te pusiste en los ojos?’. Hasta ese momento mi parche con Youtube era buscar programas viejos y usaba Facebook para montar fotos de cada cosa que hacía. Hasta pude haberme inventado la selfie, sólo que nadie lo sabe”, bromea.

Así nació Ponte linda, su portal de tips de belleza en el que le sacó provecho al histrionismo que la caracteriza: “Hacía los videos al natural, hasta se veía cuando se me regaban los polvos. Pero eran muy comentados, creo que porque muchas mujeres se identificaban conmigo por ser trigueña y no una mona gringa o europea”.

Ese es el factor que más disfruta de su omnipresencia en la red: “Hacer clic con las chicas ha sido muy gratificante, pues lograrlo no siempre es fácil como para los hombres. A Maluma le dicen ‘estás divino, quiero casarme contigo’, en cambio a uno, ‘mírale el gordo a esa estúpida’. Muchas de mis seguidoras me ven como una vocera de los temas femeninos”. Finalmente, en Martina sí que no es cliché aquello de que su mejor arma es su personalidad... sin retoques: “Potencializo mi identidad, y si a la gente le gusta lo que hago, le gusta cómo soy”.