Cuando Madrid se viste de moda…

Angélica Gallón, 16/10/2014

Una nueva capital europea parece estar colándose entre las ciudades que definen el gusto mundial. No solamente con sus grandes conglomerados de moda, sino a través de apuestas importantes en diseño, España empieza a marcar su propia senda.

- Foto:

Las semanas de la moda tienen la capacidad de sacudir las ciudades. Los metros se llenan inexplicablemente, al menos para el viajero desprevenido, de mujeres y hombres despampanantes de tallas pocos comunes, ciertas calles y restaurantes parecen ser el centro de encuentro de gente extraña, la normalidad es una característica que parece ausente. Así, la moda se sale de las pasarelas y logra que por una semana, al menos, los mortales de todo el mundo sintamos la sensación de aruñar algo de ese mundo fantasioso que los avisos publicitarios y las páginas de sociedad nos ponen a la vista.

El calendario empieza en la imponente Nueva York; luego se traslada a Londres, una ciudad cuya inserción en la moda se ha dado en las últimas dos décadas, y justo antes de darle paso a la tradición de lo hecho a mano en Italia, se detiene en Madrid, una urbe que, al igual que sus otras hermanas mayores (en términos de generación de gusto, nada más), también sucumbe ante el poder económico y simbólico de la moda.

La semana de la moda madrileña delata una importante tradición textil y de confección en España solo por cuanto devela su edad, 60 años, y en virtud de su nuevo patrocinador, Mercedes Benz, que parece homogenizar los procesos y darle altísimos estándares de calidad a cada desfile, lo que la convierte en un evento que quiere posicionarse con fuerza en el calendario internacional. Lo cierto es que después de estar sentada en la primera fila de sus larguísimas jornadas durante seis días, puedo afirmar que tiene una riqueza de talento que puede impactar al mundo como en algún momento lo hicieron grandes emblemas de la moda local española como Cristóbal Balenciaga, Mariano Fortuny o Paco Rabanne.

No deja, además, de ser intrigante testearle el pulso creativo a un país que ha dado origen a Inditex, uno de los más importantes emporios del vestido, dueño de marcas como Zara, Berska, Pull & Bear y Stradivarius, y que hoy pone al alcance de gente de todas las latitudes las tendencias del momento. Cualquiera podría decir que eso, antes que cualquier semana de la moda, sí es impactar el gusto mundial.

Y, por supuesto, es interesante además ser testigo de cómo responden las industrias creativas, en este caso la moda, ante las crisis económicas. “El consumo se mantiene. No tenemos desde la feria la sensación de gente que se haya hundido. Quizás se ven unas colecciones más comerciales por parte de los creadores, pero con una imaginación que se agudiza para poder ajustar los precios a su idea de diseño”, sentencia Leonor Pérez-Pita, directora del certamen, la bella mujer detrás de este enorme evento.

Mi primer grato encuentro fue el desfile de la marca Devota & Lomba, una colección sobria que alardea de líneas muy bien construidas, que celebra los vestidos en todas sus expresiones –con cortes a la primera cadera, de cintura acentuada, o simples capas que se desprenden del cuello– y que anticipa esa trama arquitectónica que está en la base de la marca y que le concede un carácter especial. Vestidos hiperfemeninos de diferentes longitudes, con volúmenes complejos en las faldas traseras y en los escotes, apliques de flores hechas de tela, y un ímpetu en los cortes que hace sospechar el sesudo trabajo que se lleva a cabo en el taller, formaron parte de esta apuesta romántica que con sandalias romanas planas conquistó a las mujeres que saben que la sofisticación es compleja, mas no por eso rimbombante.

Pero si la moda puede otorgarle espacios a la arquitectura, puede abrir más ampliamente sus sendas al arte. Así lo dejó ver Juanjo Oliva, un diseñador que ha cosido una interesante alianza con la gran cadena de retail El Corte Inglés, y que debería servir como guía para que sus modelos se reprodujeran en lugares como Colombia, donde las plataformas comerciales más exitosas podrían valerse de la impronta y creatividad de los diseñadores locales para mejorar sus ofertas y darle a la vez un espaldarazo a la moda local. Su colección, inspirada en la obra de la artista brasileña fundadora del neoconcretismo Lygia Clark, dejó ver vestidos que hacen gala de una sucesión de colores en bloques, de quiebres sobre la tela y el color como los que ella hacía sobre sus esculturas.

Luego, un nombre conocido de la moda española parece arremeter. Ana Locking pone sobre las sillas de los invitados un formato y un lápiz. Intrigados, nos vamos dando cuenta de que este es un formulario para ingresar a un sanatorio, justamente el tema de su pasarela. Negros, rojos, blancos y verdes quirófano fueron los colores de la colección, tonos que parecen describir los viajes emocionales de aquellos que atraviesan por la enfermedad mental. La inspiración que evoca La montaña mágica, de Thomas Mann, es impecablemente traducida en una colección que juega con círculos en los patrones, que combina con una cierta demencia telas deportivas como mallas o neoprenos con tweeds o pesadas rafias que atraviesan sutiles tules. Su pasarela sugiere sin duda un aire fresco y creativo entre varios desfiles buenos pero demasiado correctos en sus apuestas.



Dos hombres, dos trascendencias

Después de ver las apuestas destacadas de Alianto, con estampados tan arriesgados y en esta ocasión tan marinos y veraniegos, y de disfrutar los atrevimientos formales del emblemático David Delfín, aparecieron sobre las pasarelas de Madrid dos creadores cuyos nombres empiezan a tener una importante resonancia en Nueva York y Milán.

El primero, Etxeberría, es un hombre que entró tarde a la moda y que ha sabido hacer de su devoción por las pieles su gran talento. No importa cuán voluminoso o rígido sea el material, él sabe domar esas fibras para que se desplieguen perfectamente sobre el cuerpo. Su trabajo con abrigos pesados para el invierno dentro del universo masculino lo ha llevado a interesar a los compradores de Barney’s, que lo han visto en las pasarelas de Nueva York, pero lo que vimos en la Semana de la Moda de Madrid fue su debut en el mundo femenino.

Su osadía con el color y los cortes, y el logro de siluetas fluidas que difícilmente se podrían imaginar en un material como la piel, parecen ser los dos primeros elementos que justifican la ovación que se oyó en la pasarela. A mí me sorprende ese riesgo muy contemporáneo que hay en su ropa, esos cortes rectos que están entre lo militar y lo futurista pero que con el cuero ganan una calidez especial.

Finalmente, sobre la pasarela apareció el niño más esperado de la jornada, Juan Vidal, que ostenta esa insolencia de las mentes brillantes que encuentran en elementos sencillos una fuente de inspiración para hacer algo genial. Esta vez la “fresa”, más precisamente la chaqueta que usó Paul McCartney en el US Wings Tour en solitario, en 1973, conocida como la Strawberry Fields Jacket, dio vida a una colección en donde el ícono emblemático de lo infantil devino en algo roquero, atrevido y hasta oscuro. Las chaquetas largas de solapas asimétricas, el clásico príncipe de Gales renovado, con un amarillo brillante en el fondo, las botas tipo cowboy de tacón alto y metálico, y los vestidos amplios y muy cortos, repletos de versiones de fresas, se convirtieron en la reafirmación de ese carácter internacional que amenaza con llevar a este joven guapo a conquistar otros mercados diferentes al español.