¿Qué hacer con tantas versiones de James Franco?

Revista FUCSIA, 12/3/2015

Es actor, director, escritor, artista plástico, estudiante y fotógrafo. Aunque su lugar está en el cine, nadie puede decir que sea malo en el resto de las artes. Al tiempo que transgrede la cultura popular, es el niño bien de Hollywood.

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Cuando James Franco tenía cuatro años, su madre, Betsy Lou, quien entonces vivía un intenso duelo por la pérdida de un amigo, decidió hablarle sobre nuestra condición como mortales. “Él, dijo, no estará más con nosotros”. Después se largó a explicarle lo que era la muerte, y a la pregunta del niño contestó que sí, que también él tendría un final, aunque no llegaría por ahora. Franco, que ya era un curioso que armaba y desarmaba torres con los bloques que encontraba en su cuarto, se echó a llorar. ¡No quiero morir!, gritó. ¡Tengo tanto por hacer! Lo dijo como si fuera una epifanía.

Poco más de dos décadas después, apenas a sus treinta y seis años, ha dado pruebas de ser un fenómeno tanto para el arte como para la academia: mejor conocido por ser uno de los niños bonitos de Hollywood, también es director de cine, productor, estudiante asiduo, escritor, fotógrafo y artista plástico. Aunque la crítica tiende a deplorar su narrativa y la forma como vende su imagen en Instagram, donde es llamado el ”Rey de las selfies“, nadie se atreve a negar que tiene talento y hasta se discute con frecuencia si se está ante un genio o ante un trabajador incansable. Solo en el Festival Sundance se presentó en tres películas True Story, I'm Michael y Yosemite; y se encuentra grabando la serie de televisión 22/11/63, basada en la novela de Stephen King.

Su lugar seguro es sin duda la actuación. Actúa con ferocidad, metiéndose bajo la piel de los personajes que interpreta, llevando a directores de cine como Judd Apatow a afirmar: “Le dices que tiene que hacer, por ejemplo, las veces de un jíbaro, y regresa con un personaje tridimensional, que crees que existe por fuera de la ficción”. Su padre, Douglas Franco, un empresario de Palo Alto, California, quería que fuera matemático, y es verdad que en un principio Franco desistió de la actuación por miedo. Se inscribió a sus dieciocho años en la Universidad de California, abandonándola un año después para entrar a la escuela de actuación de Robert Carnegie. Porque no contaba con el apoyo de sus padres, se empleó como cajero en un McDonald’s, y dos años después, en 1999, obtuvo el papel que le daría la bienvenida como actor, en la serie Freaks and Geeks. En 2001 fue escogido para interpretar a James Dean en la película que lleva el mismo nombre, midiendo así tanto su empuje como su talento: tuvo que teñirse el pelo, empezar a fumar, leer cada libro donde el actor fuera expuesto, alejarse de su familia para creer que era este singular personaje. El final del proceso lo marcó el recibimiento de un Golden Globe y el encanto, ya inamovible, de un público que siempre lo espera.

El director de cine y profesor de guion Juan Sebastián Valencia dice de él: “Franco es uno de los actores más arriesgados y polifacéticos de Hollywood. Su papel de Harry Osborn en la saga El hombre araña lo catapultó internacionalmente, pero fue Freaks and Geeks la que le abrió las puertas de la industria americana. Ha trabajado en películas taquilleras e independientes, mostrando su versatilidad con papeles arriesgados. Su carrera es un reflejo de pasión y dedicación; su trayectoria es una recopilación de necesidades artísticas”. Además de su papel en El hombre araña, está ese que lo llevó a ser nominado a un Óscar, en la película 127 horas. Basada en una historia real, Franco interpretó al escalador Aaron Ralston, quien en 2003 quedó atrapado en un barranco de Utah y para salvarse tuvo que amputar su antebrazo. Para el profesor del New York Film Academy, Tomás Velásquez, 127 horas representa su mejor filme. “Franco hace uso de una cámara para grabarse, así que muchas escenas tienen que hacerse en primerísimos planos. Es ahí donde se ve su fuerza como actor: sus emociones pueden demostrarse, pero solo a través de una parte del cuerpo y esta parte alcanza a revelar la locura en que cae el personaje”.

Hay un lado menos seguro de Franco, y es ese donde se mueve como estudiante, escritor y artista. Como estudiante, cursa alrededor de cuatro maestrías, todas en escritura creativa, y es candidato del doctorado en literatura de la Universidad de Yale. Dicen que en cada rodaje tiene un libro distinto –lo han visto leer desde Homero hasta Poe– y se han vuelto frecuentes las listas de libros que publica en Vice, donde es común que se prenda de clásicos como Faulkner o Whitman.

También son populares los textos que escribe mientras estudia y que después publica, por ejemplo, Palo Alto, un libro de cadencia rápida que explora las rebeldías de varios adolescentes en Californa; o Directing Herby White, un poemario donde asume el verso libre, las palabras comunes, las elaboraciones más bien simples. El crítico del New York Times, David Orr, dice de la versión de Franco como poeta que no es genial, pero que no puede decirse que carezca de talento.

Lo mismo sucede cuando decide ser artista. Por supuesto, ya ha tenido sus propias exposiciones y en solitario. En la galería Clocktower en Nueva York hizo una exposición llamada The Dangerous Four Boys, que incluía videos, dibujos, instalaciones y esculturas. Un corto mostrado allí es recordado (Dicknose in Paris), pues Franco aparece todo el tiempo con un pene de plástico en la cara, lo cual ha llevado a los medios a preguntarse: ¿es o no homosexual? Su inclinación es lo de menos, lo curioso es como –al tiempo que es liberal y expresivo– nos provoca, sin ser nunca capaz de abrirse. Sí, ha aceptado cuatro roles en que interpreta a un homosexual –en la película Milk, entre otras, hizo las veces del novio de Sean Penn– e incluso fue la portada de la primera edición de la revista drag, Candy, aunque esto, a la larga, no signifique nada. La academia ha llegado al punto de llamarlo un actor queer, lo que quiere decir que intenta ir más allá del sistema binario homosexual versus heterosexual, para expandir la propia experiencia del ser y del sentir.

A la larga, todas sus facetas podrían ser parte del papel que Franco permanentemente interpreta e inventa para sí mismo, uno que siempre está entre el niño bien de Hollywood y el hombre atrevido y transgresor. De poner las más extrañas selfies pasa a subir videos en YouTube explicando cómo se masturba; de salir en la película mainstream Eat, Prey, and Love pasa a dirgir su propia versión de Mientras agonizo, novela de Faulkner que trata de la muerte. Como si su vida estuviera entre lo risible y lo serio, entre la inocencia y la sofisticación, tal como en un performance.