Infidelidad

Perfil de un marido mujeriego

Arnoldo Mutis , 12/2/2012

Las nuevas revelaciones sobre la candente vida amorosa del rey Juan Carlos de España, recuerdan que la infidelidad recurrente de la que se quejan tantas esposas puede tener origen en las heridas emocionales de la infancia que siguen abiertas tanto en su parejas como en ellas mismas.

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La soledad de la Reina es una nueva biografía de Sofía de Borbón que conmociona a España, porque confirma y trae nuevos datos picantes sobre la farsa que es su matrimonio con el rey Juan Carlos I. ¿La razón? El monarca, siguiendo una vieja tradición de su estirpe, es un infiel y mujeriego incorregible, que cambia de amante “fija” cada cinco años, y tiene aventuras de un día todas las semanas. La autora de la biografía, Pilar Eyre, una periodista especializada en escarbar en las miserias de la realeza, cuenta que mientras vivió bajo la estricta moral que le impuso el dictador Francisco Franco, el entonces príncipe fue un devoto marido. Pero una vez muerto el caudillo y convertido en jefe del Estado español, en 1975, desató la fogosidad que reprimió por más de una década y empezó a engañar a su mujer, quien no tardó en pillarlo.

Sucedió una vez, que ella quiso caerle de sorpresa al campo donde cazaba en Toledo. Pero antes que dedicado a este famoso deporte de reyes lo halló en la cama con otra. Desde entonces, asegura la biógrafa, ella duerme en el primer piso del Palacio de la Zarzuela, en Madrid, mientras que él lo hace en el segundo. “No volvieron a reanudar jamás su relación conyugal”, asegura Eyre.

Así como cosechó altos índices de popularidad y prestigio, Juan Carlos siguió acumulando amantes, mientras que la Reina se resignó y se volvió más retraída y solitaria de lo que ya era desde niña en su Grecia natal, donde, como hija mayor del rey Pablo I, llevaba el título de Princesa Real. No hay que olvidar, además, que es una de las mujeres más linajudas de Europa, pues desciende, por citar algunos nombres, de la reina Victoria de Inglaterra, de los zares de Rusia, del káiser Guillermo de Alemania y así sucesivamente hasta llegar a los comienzos de la monarquía.

Pero por muy encumbrada que sea, según el nuevo libro, Sofía tiene una vida conyugal tan miserable como la que puede experimentar la más desventurada de las mujeres del último rincón humilde del planeta. Porque dar con un infiel en serie, un adicto al sexo, no respeta rangos ni fortunas. Y si bien no se puede decir que eso, que tanto amarga la vida en pareja, es inherente a la naturaleza humana, si viene de condicionamientos que padece la gran mayoría de los componentes de esta complicada raza.

La sicóloga Kathy Cobo prefiere en estos casos hablar de seductores, antes que de mujeriegos, y evita así mismo acudir al tradicional esquema del hombre malo y su pobre y buena mujer, víctima de su donjuanismo. Para ella, cuando esta situación de engaño reiterado se presenta en una relación hay un 50 y 50 por ciento de responsabilidad, “tanto porque se invisibilizó la mujer y lo permitió, y él hizo de las suyas”, como es el caso de la pareja real de España. Sofía, como lo cuenta su biógrafa, al saber de las andanzas del Rey, renunció a su matrimonio y se ocultó bajo un antifaz de sonrisas, frialdad y reserva.

Quizá por ser tan frecuente, la sociedad se toma esta situación con desenfado, como si hubiera perdido su capacidad de asombro ante ella. Las normas proclaman la fidelidad como gran valor del amor, pero ya nadie sufre mayor sanción por defraudarlo. Antes bien, es muy propio del machismo ver en el donjuán un portento de hombría, sin saber que, a la luz de la sicología, ello encierra algo más que parodias de telenovela.

La doctora Cobo, egresada de la Universidad Santo Tomás, explica que esta conducta tiene su raíz más profunda en las lesiones emocionales sufridas en la infancia por uno o ambos miembros de una pareja. Para explicarlo mejor acude a la canadiense Lise Bourbeau, fundadora de la famosa escuela de crecimiento personal Escucha Tu Cuerpo, quien ha decantado cinco heridas que los seres humanos pueden padecer en esa etapa y que definen a su vez cinco tipos de caracteres, en la medida en que, para afrontar el dolor que le causan, el futuro adulto elabora una máscara para cada una: rechazo, abandono, humillación, traición e injusticia. Una de esas se hará más relevante en cada individuo y determinará, de manera dramática, su paso por la vida en lo sucesivo.

Su experiencia como terapeuta ha llevado a Cobo a concluir que la traición es la que tiene más relación con las historias de hombres y mujeres que van de amorío en amorío y huyen del compromiso. Su máscara es el control, y de ahí el controlador que alienta en cada seductor profesional, como el rey Juan Carlos, ese líder innato que tan bien ha sabido jugar sus cartas de poder.

La traición, continúa la doctora Cobo, está muy relacionada con el complejo de Edipo en los varoncitos, y de Electra en las niñas. Según lo definió Sigmund Freud, consiste en que el pequeño se enamora del progenitor del sexo opuesto y surge entre los 3 y los 4 años, cuando se desarrolla la energía sexual. A los 7 años, este ciclo debe haberse cerrado, pero por lo general no sucede así, sino que queda abierto, como caldo de cultivo para que el trauma haga de las suyas.

No hay que olvidar que traicionar también significa violar la fidelidad a alguien y es así como el niño se siente cuando el padre o la madre, de quien se ha enamorado, lo ignora, no le cumple las simples promesas de llevarlo al parque. Son niñerías a simple vista, pero que en el fondo dejan improntas de dolor en el inconsciente, desde donde despiertan de cuando en cuando y envían señales de vacíos en el alma que no se pueden explicar.

Pero, como también lo advierte la especialista, una mamá que antes que descuidar a su hijo se hace esclava de sus caprichos en su fase edípica, puede causarle mucho daño. Se dan lo que ella llama “dinámicas malsanas”, en las cuales, por ejemplo, una mamá que no tiene una buena relación con su esposo, se venga de él manipulando su relación con su hijo. Son madres posesivas, cuyos retoños, muy apegados también a ellas, se verán afectados en sus futuras relaciones sexuales y amorosas, al decir de Lise Bourbeau. En resumen, aquellos en quienes el complejo de Edipo o Electra quedó abierto, siguen idealizando al progenitor del sexo opuesto, recuerda Cobo. Esto es palpable en esos hombres que no solo establecen con sus mamás una especie de relación de pareja, sino que además siempre las comparan y las buscan en sus compañeras sentimentales. “Pero nunca va a ser suficiente”, aclara Cobo, y agrega: “Hay dos caras: así como idealizan a sus madres las odian inconscientemente, lo cual resulta absolutamente insano, porque todavía tienen muchas expectativas mentales con ellas”. Esta insatisfacción sería el origen de los hombres obsesionados con las mujeres. “Como en cualquier adicción, se trata de mantener la ilusión para reprimir los sentimientos menos bellos”, como apunta Bourbeau.

Fue la traición la herida que también signó el destino del coqueto Rey de España? Quizá. De su madre, María de las Mercedes De Borbón-Dos Sicilias, Eyre cuenta que era una mujer que en su casa no veía, ni oía, ni hablaba, y le entregó por completo el dominio de sus hijos a su esposo Juan de Borbón, mujeriego, él también, uno de los hombres más machistas que ha existido y de quien el Rey se quejaba de que manipulaba su vida sin tener en cuenta sus sentimientos.

El caso es que, siguiendo con Bourbeau, cuando la traición ha dejado su huella, ello se refleja en el cuerpo, en el cual está escrita la historia de cada cual y no miente. Así, el controlador desarrolla una figura con hombros firmes y anchos, bíceps gruesos y pecho saliente. En fin, su parte superior emana a primera vista mucha más fuerza, como sucede con el espigado esposo de doña Sofía. En la mujer controladora, por otra parte, ello se manifiesta en las caderas muy anchas o el abdomen saliente.

El controlador que se oculta detrás del seductor o mujeriego desarrolla una actitud de persona poderosa, para asegurarse de que tanto él como los otros mantendrán sus compromisos, es decir, ya no sufrirá más la traición que entristeció su infancia y que no soporta, asegura la autora canadiense. Se muestra además responsable, importante y especial, para satisfacer su ego y no ver cuántas veces se traiciona a sí mismo, a los demás, a su pareja. “Y si está consciente de haber traicionado a alguien (...), se justifica con todo tipo de excusas e incluso puede acudir a la mentira para evadir la verdad”, según Bourbeau, algo de lo que se quejan tantas esposas de maridos infieles.

Y, ¿cuál es el trauma que llevó a doña Sofía a someterse a este matrimonio sin amor? “En la medida en que no eres consciente de que tienes una herida, vas a ser un imán para atraer experiencias, pautas de traición a tu vida”. Según la biografía, ella sentía una gran admiración por su padre: “Era profundo, discreto, tenía gran sensibilidad para el bien y la belleza, era religioso, con autenticidad, sin alardes, discreto. Lo tengo idealizado”, dijo ella misma. Pero sus deberes de monarca lo alejaban de ella y, seguro, en sus tiernos años en Grecia, ¡la tierra de Edipo y Electra, nada menos!, hizo todo lo posible por obtener su atención sin mayor éxito. Entonces, la basilisa (“princesa” en griego) creció bajo la égida de su madre, la reina Federica, descrita como dura, tenaz, impetuosa, tan segura de sí misma que daba miedo, controladora al fin y al cabo. Fue ella quien le inculcó a su hija que las princesas no lloran y la obligó a casarse con un príncipe o con nadie. Al respecto, la doctora Cobo ofrece una hipótesis: “Muchas veces internalizamos el factor síquico de la madre o el padre y vamos a buscar (en la pareja) la energía afectiva de ese patrón”. En la Reina, su padre era el referente femenino mientras que su madre era el masculino, de modo que “al no resolverlo, al mantener a su madre idealizada y protegida, la relevó en Juan Carlos para que él la tratara como Federica lo hizo”, concluye la sicóloga.