Un castillo de leyenda

, 9/2/2010

El Château Saint-Martin, situado en la Provenza francesa, en medio de un bosque montañoso de 14 hectáreas, cerca del pueblo de Vence, es un lugar cargado de historia y uno de los mejores spa de la Costa Azul.

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El arte de vivir” es una expresión muy francesa que comprende toda una filosofía de vida. Se podría decir que este viaje a la Riviera francesa significó seguir esa filosofía de probar un mundo de pequeños detalles que hacen de una experiencia algo inolvidable: un hotel con todas las comodidades, contacto con la naturaleza, una gastronomía maravillosa y un tratamiento para minimizar los estragos del tiempo.
Llegar al Château Saint-Martin es fácil, pues, está a menos de 30 kilómetros del aeropuerto de Niza. El vuelo París-Niza toma cerca de hora y media. Lo más cómodo al llegar es tomar un taxi, aunque también se puede alquilar un carro.

La comuna de Vence
Es un pueblito turístico de cerca de 20 mil habitantes, que data de la era del paleolítico (unas grutas dan fe de ello). En el siglo I a.C., el emperador Augusto conquistó esta zona y creó el distrito de Los Alpes Marítimos. De esa época quedan sólo unos cuantos mojones que demarcan la Vía Romana, y algunas inscripciones en los muros de la catedral (siglo XI). Vence se convirtió en una villa episcopal incorporada al Imperio por Carlomagno, y conserva aún parte de su muralla. Su arquitectura, en la que cada siglo ha dejado su huella, es pintoresca. Tiene algunas tiendas de artesanías y galerías de arte, los restaurantes no están nada mal y vale la pena recorrer el pueblo. No se pierda la fuente de Peyra, la Catedral y la Capilla de los Penitentes Blancos.
Llegué al Château Saint-Martin justo a mediodía, con un buen apetito y dispuesta a gozar cada instante. El castillo, una antigua fortaleza romana, está a dos pasos de la Vía Romana. Como su nombre lo indica, era una fortaleza y, por lo tanto, tiene una vista impresionante de Los Alpes Marítimos, y en los días despejados se alcanza a ver desde allí el azul profundo del mar de la Riviera, que por algo se le llama también Costa Azul.
Es fácil imaginar a los caballeros medievales recorriendo los antiguos caminos y, desde luego, a las princesas en sus castillos. En un momento dado, uno podría pensar que está oyendo a un trovador que le canta a su amada canciones de amor. Fue esa la sensación cuando me senté a almorzar en una mesa de la terraza, cerca de los arcos del antiguo convento. Según la historia, en el año 350, el castillo fue la residencia del Obispo de Tours, el caballero Saint-Martin y, desde entonces, conserva su nombre. Años más tarde, el Conde de Provenza donó ese castillo a los Caballeros Templares al regreso de una de Las Cruzadas. Se convirtió, entonces, en el centro religioso de la región y el edificio actual se construyó en 1936 sobre las ruinas de los Templarios, hecho que alimenta la leyenda acerca de un tesoro que éstos escondieron y que aún nadie ha podido encontrar.
Su restauración definitiva estuvo a cargo del conocido arquitecto francés Luc Svetchine, quien en 1995 lo transformó en hotel de lujo y spa. Los jardines donde se encuentra un olivar con más de 300 árboles centenarios son diseño de Jean Mus, arquitecto paisajista. Desde 1994, pertenece al grupo de hoteles Oetker, junto con el Bristol de París, el Hôtel du Cap Eden-Roc en Antibes y el Brenner Park de Baden Baden. Cada uno de ellos tiene un espíritu especial que ha sido conservado con esmero. Son joyas arquitectónicas con memoria ancestral y ejemplo de la hotelería de lujo europea.

Receta suculenta
Siguiendo la tradición francesa del arte del buen vivir, la gastronomía tiene un lugar destacado en este hotel. El chef Yannick Franques trabajó un tiempo junto a Alain Duchase en su restaurante Luis XV de Mónaco y en la Gran Cascada de París. Su talento lo hizo merecedor de una estrella Michelin y, con un poco de suerte, este año podría obtener la segunda. Es el encargado de dirigir los tres restaurantes del castillo. El Saint-Martin, el más elegante, ofrece una mezcla de tradición y modernidad perfecta para una cena romántica. Esa noche, el chef preparó un menú especial de degustación, fabuloso. Todavía conservo en mi memoria la mezcla de sabores, los ingredientes frescos y los olores de las hierbas. La Rôtisserie, mucho más informal, está situado en la terraza, donde se puede disfrutar del sol y de un panorama espectacular. Aquí los platos son una mezcla de comida mediterránea con la técnica del teppan yaki. Un buen vino rosado de la región es mi recomendación para acompañar platos descomplicados hechos a base de productos frescos de la región.
El tercer restaurante, L‘Oliveraie, queda cerca de la piscina, en medio del olivar. Abierto solamente al almuerzo, de junio a septiembre, tiene un menú muy estival. Después de un tratamiento en el spa o de una mañana en la piscina, es perfecto. La idea es pedir un almuerzo liviano y disfrutar del paisaje y del silencio que propician los viejos olivos de troncos nudosos que le dan al lugar una atmósfera muy especial.

El ‘spa’
Al día siguiente, en la mañana, cumplí la cita para conocer el spa. Localizado en la parte baja del castillo, cada salón está decorado pensando en que el confort y la tranquilidad son la prioridad. Es un espacio exclusivamente zen, que utiliza materiales como la piedra, la madera y el aluminio, que le dan un toque contemporáneo. La decoración está resuelta en tonos blanco y beige. Una luminosidad baja invita al descanso, el rumor del agua que corre continuamente se suma a una vista espectacular de los jardines, un gigantesco herbario sembrado de olivos, jazmín de Grasse, lavanda y rosas. Una combinación perfecta que produce una paz infinita.
Este lugar se podría describir como un matrimonio entre los estándares de excelencia del Château y la famosa marca La Prairie, que tiene origen en los laboratorios y en la clínica del mismo nombre en Montreux, Suiza. Después de medio siglo, conserva una reputación muy bien ganada, pues sus productos están hechos siguiendo los más altos estándares de calidad. Pioneros en terapias celulares antiedad, hoy sus productos están entre los mejores de la industria cosmética.
Las esteticistas son muy amables y conocen muy bien su oficio. Después llenar un formulario, ellas se encargan de aconsejarle al huésped el tratamiento más conveniente.
El menú es bastante amplio, pero llaman la atención, entre otros, el de aceite de olivas para relajar y los masajes a cuatro manos con miel y flor de lavanda. Otro muy original es el que mezcla agua de lluvia con esencia de maracuyá para revitalizar el cuerpo. En mi caso, me recomendaron el de Cuidado Celular Antiedad para la cara. Dura hora y media y su resultado no es fácil de describir. Es algo así como quitarse diez años de encima en un instante. La piel recobra su aspecto radiante, las arrugas se alisan y se disimulan los poros abiertos. En pocas palabras: es como un trago del elíxir de la juventud. Como un eterno guardián, el Château Saint-Martin sigue firme después de siglos, vigilando las colinas de Vence, rodeado de un herbario natural que en el verano se inunda de aromas y que invita al viajero a descansar.
 
Château Saint-Martin & Spa,
Avenue des Templiers 0610, Vance,
Tel.: 33(0)493580202, Vance, Francia
spa@Château-st-martin.com
www.Château-st-martin.com