“Una fórmula para la felicidad”

Revista FUCSIA, 19/8/2014

Este es el título de un artículo que me encontré hace unos días en un periódico y que ha estado dándome vueltas en la cabeza. Me parece que su autor, Arthur C. Brooks expone una teoría muy interesante que quiero compartir con mis lectores.

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Desde los albores de la historia, el concepto de felicidad ha sido estudiado por psicólogos, economistas y filósofos. Solo que hoy en día no se formulan teorías acerca del tema, se hacen encuestas para obtener resultados más cercanos a la realidad. Por ejemplo, la Universidad de Chicago conserva investigaciones sobre este asunto desde 1972, lo que les confiere una base de credibilidad muy amplia a sus estudios. Para empezar, los resultados de estas pesquisas no cambian notablemente con los años. Y si durante mucho tiempo mostraban que las mujeres eran más felices, la diferencia frente a los hombres ha venido acortándose. Pero en general las encuestas dicen que las personas liberales son más infelices que las conservadoras.

Por otra parte, los expertos han llegado a concluir que son tres cosas las que determinan el nivel de felicidad de una persona: los genes, en un 48 por ciento; los eventos como ser aceptado en una universidad, cambiar de ciudad, casarse o conseguir el trabajo de los sueños, influyen en un 40 por ciento; pero esta es una felicidad transitoria. ¿Y el 12 por ciento restante? Tal parece que depende de valores como la espiritualidad, la familia, los amigos y el trabajo. El acicate para actuar con certeza en la búsqueda de la felicidad es que este porcentaje sí está bajo el control de cada uno.

Los dos primeros componentes de la felicidad no son discutibles. La cuestión de los genes se puede determinar a través de la familia. Si alguno de los papás es depresivo, los hijos serán depresivos también. Si uno crece en un ambiente feliz, seguramente heredará la capacidad de serlo. Lo de los eventos que nos suceden a lo largo de la existencia también está comprobado, pero la felicidad de casarse dura un rato, lo mismo que la de ser aceptado en una buena universidad. Lo del trabajo es lo intrigante. Dentro de nuestros valores poca gente se cuestiona si ama o no su trabajo. Mucha gente trabaja para vivir y le importa más el sueldo que otra cosa, y muchas veces detesta lo que hace. No en balde a los católicos nos enseñaron que la religión dice que el trabajo es un castigo de Dios.

Para mí, el trabajo es una bendición, a pesar de que a veces me quejo del número de horas que demanda mi profesión. Quería ser médica, pero a mi papá le pareció que esa no era una carrera para mujeres. Nunca me sentí frustrada pues, la verdad, tenía otros intereses y por eso no me costó trabajo cambiar de rumbo. Me pregunto si para las nuevas generaciones, que tienen muchas más posibilidades de elegir, no será mucho más difícil escoger lo que realmente los motiva, lo que les produce pasión, en vez de resignación.

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En un mundo tan competido, en el que el dinero se convirtió en el valor más importante, no es nada fácil escoger el trabajo de los sueños, pues no todos piensan que este debe ser, ante todo, gratificante. Solo con el tiempo entiende uno que el dinero es importante hasta cierto punto. Cuando se tienen las necesidades básicas solucionadas se sabe que poseer mucho más dinero no va a generar mayor felicidad. Por el contrario, el desempleo sí puede ser catastrófico en la vida de una persona. Es un factor que puede acabar con un matrimonio, originar enfermedades e inclusive es una de las razones del suicidio. Según el estudio que motivó este artículo, el secreto de la felicidad reside en ser exitoso en el trabajo, no en tener una cuenta abultada en el banco.

Pero, en lo personal, creo que no se necesita ser un experto para llegar a esta conclusión, pues en el fondo del corazón a todo el mundo le debería quedar claro que es más gratificante un trabajo que uno ama a atesorar un montón de plata sin tener nada que hacer. Y pienso que si cada cual logra discernir acerca de cuál es su proyecto de vida y encuentra el justo rasero para medir el éxito, tiene en sus manos el secreto de la felicidad.

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