opinión

Yo que soñaba con ir a Colombiamoda

Samuel Giraldo, 12/8/2010

Este año pude asistir al evento máximo de la moda en Colombia, pero déjenme decirles: ¡qué circo!

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Por Samuel Giraldo
 
¿Por qué será que la gente de la moda y el diseño quiere expresar lo que es con la ropa que usa? Lo digo porque ir a una feria textil en Colombia es como entrar a un baile de disfraces en donde todos quieren llamar la atención y utilizan todos los recursos del armario para no pasar inadvertidos. Todas esas gafas de colores llamativos, de marco grueso ochentero que no se venden en las ópticas de los centros comerciales, se pueden ver en Colombiamoda puestas sobre los rostros púberes de cientos de muchachos que creen que los anteojos los hacen lucir creativos, innovadores y vanguardistas. ¡Nada más lejano a la realidad!

El otro accesorio que no puede faltar en la pinta de los asistentes a Colombiamoda es el sombrero. Los hay de paños ingleses, vallenatos de caña flecha y hasta aguadeños de puro fique. Pero nada más ordinario y carente de estilo que un sombrero de abuelito, unas gafas rojas, una chaqueta verde y un ‘bluyín’ roto en las rodillas. Sí, ese es el último grito de la moda que se vio en Medellín este 2010.

Y se la monto a los muchachos, porque la última versión de la Feria se parece más a los Premios Hétores que organizan los estudiantes de la Universidad Pontifica Bolivariana en Medellín, que a lo que alguna vez fue el evento que trajo a Colombia a Oscar de la Renta, a la Casa Balmain, a Ágatha Ruiz de la Prada, Badgley Mischka y Carolina Herrera, por mencionar algunos. Se acabaron los diseñadores internacionales y la Alta Costura, y los cambiaron por un muchachito de apellido Cortázar que salió como pepa de guama de Ungaro, sólo es importante en Envigado y ahora trabaja diseñando ropa de supermercado. Esa es la mejor muestra de que se está acabando la feria más cotizada de la moda en el cono norte.

Lo cierto es que Medellín y la industria textil nacional tenían una verdadera pasarela en Colombiamoda y ya se había tejido una reputación internacional. Pero en sólo tres o cuatro años todo se fue a pique. Los stands cada vez son más parecidos a un San Andresito y los desfiles de ropa interior, tipo Tarrao, parecen un chiste morboso de mal gusto, pero todo eso es la pura realidad.

Colombia merece un evento de moda de alto nivel que tenga a los mejores diseñadores nacionales e invite internacionales de renombre; que dicte tendencias, que muestre el talento sin tanto payaso, y que no deje entrar a tanto diseñador varado –y barato– ni a tanta modelo veterana. Que, ojalá, vuelva a brillar.