Perfil

Ian Fleming

, 19/11/2012

Hace 60 años nació James Bond, hace 50 se estrenó su primera película y el éxito de su más reciente cinta parece demostrar que el legado de su creador sigue más vivo que nunca.

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 “Solo hay una receta para convertir un libro en un éxito de ventas: tienes que hacer que el lector quiera pasar a la siguiente página”. Esta fórmula obvia y sencilla le dio resultados a Ian Fleming. La aplicó tan bien que en sus doce años como escritor, de 1952 a 1964, los últimos de su vida, vendió cerca de cuarenta millones de ejemplares de las aventuras del espía más famoso de todos los tiempos: Bond, James Bond. A la fecha, la cifra supera los cien millones en sus catorce novelas y cerca de cinco autores han producido nuevos títulos sobre el agente. Se calcula que más de dos mil millones de personas, aproximadamente un tercio de la población mundial, han visto las películas. Con 23 cintas en 50 años, desde el estreno de Dr. No, la saga se ha convertido en la más duradera de la historia, con una taquilla solo superada por Harry Potter. El reciente estreno de Skyfall, dirigida por Sam Mendes y protagonizada por Daniel Craig, demuestra una vez más que hay agente 007 para rato. La crítica ha dicho que se trata de un retorno a las raíces del héroe cínico, frío y mujeriego que libra al mundo de una amenaza.

Mucho se ha debatido sobre cuál es el actor que mejor ha vestido el glamuroso atuendo de Bond: Sean Connery, el primero, Roger Moore, con sus siete cintas y su sentido del humor, el fugaz George Lazenby, Timothy Dalton, el elegante y caricaturesco Pierce Brosnan, o el impenetrable Craig. Pero lo importante no es quién lo haya encarnado mejor sino cuál ha sido el verdadero Bond. Al parecer, la respuesta apunta a su propio creador, pues Fleming, al igual que su invención, se caracterizó por ser varonil y desafiante, y habría encontrado inspiración en muchos episodios de su vida. O quizá soñaba con ser como él, pues “representa la fantasía de todo hombre: sabe cómo ordenar una cena exquisita y un buen vino en lujosos restaurantes, cómo seducir a una mujer con su encanto, cómo conducir velozmente y cómo matar”, expresó el escritor Charlie Higson, autor de varios libros sobre un Bond adolescente, en un artículo titulado “The Man Behind 007”: “Fleming posó muchas veces con una pistola y jugó con la idea de que había una delgada línea que lo separaba de su héroe de ficción”.

Vida disoluta

Para Higson, se trata más de un álter ego creado a partir del deseo de Fleming de ser sobresaliente. Se sumergía en el alcohol, el juego y las mujeres. Sus problemas de salud, que terminaron en un ataque cardíaco fulminante, fueron consecuencia de setenta cigarrillos y una botella de ginebra diarios. Disparar no era parte de su estilo, a pesar de pertenecer a una prestigiosa familia de origen escocés, donde cazar era la tradición. En lugar de dispararles a los pájaros, Fleming amaba contemplarlos, a tal punto que la historia más popular asevera que el nombre de su héroe lo tomó prestado de un ornitólogo llamado James Bond. Aunque Fleming amaba la velocidad, a diferencia de Bond nunca condujo un Bentley convertible o un Aston Martin. Curiosamente, fue detenido en Estados Unidos por exceso de velocidad. En cuanto a sus gustos, se moría por los huevos revueltos, un manjar poco refinado.

El golf era una afición en común, aunque quizá su mayor similitud tiene que ver con las mujeres: dicen que era encantador y galante, pero insensible, y que le tenía pavor al compromiso. Su rostro masculino, adornado con una nariz partida, era uno de los atractivos que compartía con Bond. “Pero él es considerablemente más apuesto”, solía bromear. Uno de sus lemas era que “todo hombre quiere tener una mujer que pueda encender y apagar como un interruptor”. No es casualidad que la esposa del 007, Tracy, muriera durante su luna de miel. Tal vez Fleming hubiera deseado tener la misma suerte.

Con estrella
Ian Lancaster llegó al mundo en medio de una familia acaudalada. Su abuelo fue el banquero escocés Robert Fleming, cuyo hijo, Valentine, terrateniente en Oxfordshire, murió como héroe durante la Primera Guerra Mundial después de haber sido un destacado parlamentario. Su obituario fue escrito por Winston Churchill en The Times. Por si fuera poco, el hermano mayor de Ian, Peter, se convirtió en el hombre de la casa, era sobresaliente académicamente y se distinguió en Eton College y en Oxford. Ian solo destacó en Eton en atletismo, pero debido a sus malas notas su madre lo sacó de la institución y lo llevó a la academia militar Sandhurst, donde su entrenamiento finalizó por su afición a los clubes nocturnos y porque adquirió una enfermedad venérea. Tampoco pudo entrar a los servicios extranjeros porque no pasó el examen de ingreso.

Como para no cargar con el mote de ser la oveja negra de la familia, siguió los pasos de su hermano en el periodismo y empezó a trabajar para la agencia de noticias Reuters. Entonces demostró su habilidad para escribir con su primer éxito: siguió en Rusia el juicio de un grupo de británicos acusados de espionaje. La dedicación le duró poco y decidió imitar a su abuelo para hacer fortuna como parte de una firma bancaria y como corredor de bolsa. Pero nunca tuvo éxito en el oficio y volvió al periodismo en The Times. La leyenda cuenta que desde esa época realizó labores de espionaje para su país, aprovechando sus viajes y el equipo de corresponsales.
 
El mundo del espionaje

Su oportunidad de ser alguien llegó con la Segunda Guerra Mundial. Fleming se convirtió en comandante de la División de Inteligencia Naval, y aunque su trabajo fue más de oficina que de acción, tuvo un nombre en clave, 17F, y contacto con verdaderos espías de cuyas torturas brutales conoció, lo cual se reflejaría en las descripciones violentas de sus novelas. Fue la mano derecha del almirante John Godfrey, director de la institución, quizá su inspiración para crear a M, cabeza del MI6 y jefe de Bond. Otros dicen que en realidad se habría basado en un agente encubierto llamado William Melville, en cuyos archivos aparecía como “M”.

También se ha revelado la existencia de un espía llamado John Bond, que sería otra de sus musas, así como su propio hermano Peter, que participó en la guerra como infiltrado en varias operaciones en Noruega y Grecia.

Fleming dio vía libre a su imaginación e inventó todo tipo de planes descabellados para acabar con los alemanes. Cuentan que ante la necesidad de obtener el código secreto de la marina nazi, se le ocurrió fingir el accidente de un bombardero alemán, previamente capturado, para atraer a los enemigos que pretendieran el rescate y obligarlos a dar información. También habría sido uno de los gestores de la operación Goldeneye, un plan para evitar que Alemania invadiera Gibraltar. Se rumora que aportó ideas para crear la CIA y que fue puesto al mando de la Unidad de Asalto 30, con misiones de inteligencia que incluían trabajar tras las líneas enemigas para evitar que los alemanes destruyeran información valiosa de sus archivos. A pesar de eso, habría permanecido tras su escritorio alimentando en su mente historias que vieron la luz años después en su casa de descanso en Jamaica, lugar del que se enamoró en sus épocas de comandante. No es casualidad que haya bautizado a esa residencia como Goldeneye, otro préstamo de la guerra. Fleming se convirtió desde entonces en hijo honorífico de esta isla y hoy un aeropuerto lleva su nombre.

De periodista a escritor
The Times le daba licencia a Fleming para dedicarse a escribir por temporadas. Y el 15 de enero de 1952 habría dado vida a su máxima creación, un agente secreto con un estilo de vida refinado. “El olor a humo y a sudor de un casino son nauseabundos a las 3 de la madrugada”, fueron las líneas con las que dio inicio a Casino Royale. Se suponía que el escritor famoso de los Fleming sería Peter, quien había publicado varios libros de viajes. La editorial Jonathan Cape no mostró en un principio interés en la novela, hasta que Peter los persuadió y se encontraron con una mina de oro. El propio presidente Kennedy se habría encargado de aumentar las ventas de la obra en Estados Unidos cuando dijo que From Russia, with Love era uno de sus libros favoritos.

El autor confesó alguna vez que comenzó a escribir como un escape a su inminente matrimonio con Anne Charteris, con quien tuvo una relación de amor y odio. Prefería meterse con mujeres casadas, aunque fueran esposas de sus amigos, y conoció a Anne en una partida de cartas en la casa del entonces marido de ella, Shane O’Neil. Cuando este murió en la guerra, Fleming no aprovechó su oportunidad y Anne se casó con un aristócrata. Pero quedó embarazada de su amante y aunque perdió el bebé, su esposo la dejó al enterarse del affaire. Años más tarde se casó con el escritor, con quien tuvo un hijo, Casper, que se suicidó con una sobredosis de drogas en 1975. La propia Anne confesó que tenían una relación violenta y que ambos fueron infieles. Además, muchas personas dicen que aborrecía a Bond.

Fleming se convirtió en una máquina imparable de escribir historias. Por primera vez estricto y organizado, su método consistía en escribir dos mil palabras al día durante seis semanas. La mitad las producía en la mañana, luego buceaba, bebía y almorzaba, y volvía a su rutina en las horas de la tarde. Al final premiaba su labor con más trago y mujeres. Tan prolífico resultó que tiempo después el escritor Sebastian Faulks, a quien los herederos de Fleming encomendaron hacer novelas de Bond, reconoció seguir casi los mismos pasos del autor, “excepto por los cocteles y el buceo”.

Ni siquiera un primer infarto en 1962, a los 53 años, le impidió seguir con su estilo de vida. Aunque le recomendaron reposo absoluto, no dejó de escribir y en la clínica, a mano, creó Chitty Chitty Bang Bang, una novela infantil sobre un carro, dedicada a su pequeño hijo. El único hábito que cambió fue el del cigarrillo: de setenta al día pasó a treinta, y aunque en menor medida, siguió bebiendo. Después de su muerte, el 12 de agosto de 1964 (día del cumpleaños de su hijo), se publicaron dos novelas que había dejado escritas.

Tal vez Ian Fleming mentía cuando afirmó, en cierta ocasión, que tenía poco en común con James Bond “a excepción de que usamos la misma ropa”. El autor hizo suya la filosofía de su personaje de no desperdiciar ni un segundo de su existencia y vivir al máximo. Ambos han demostrado ser inmortales: uno escapando de sus enemigos y el otro del olvido.=