Relaciones

La química del amor

Revista Fucsia, 14/6/2012

Recientes estudios demuestran que en cuestiones románticas somos bastante animales e instintivos, y que en los olores y la simetría del cuerpo estaría la esencia del enamoramiento.

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¿Está el amor marcado por el destino?, ¿existe la media naranja?, ¿son reales los cuentos de hadas en las relaciones?, ¿Romeo habría escogido a Julieta por sus grandes cualidades físicas y morales? Según Robin Dunbar, antropólogo y sicólogo experto en el tema de la evolución, las relaciones de pareja tienen más que ver con el olfato, la simetría, la ovulación y hasta con el color del maquillaje de los ojos, que con un componente romántico de entrega total al otro.

En su reciente libro The Science of Love and Betrayal, el autor advierte que no es un secreto el hecho de que el amor romántico es un tema universal, que va más allá de los límites culturales y atraviesa cualquier periodo de la historia. De hecho, explica que la primera evidencia de su existencia es un poema en escritura cuneiforme que se encontró en una tabla de arcilla y que se estima que pertenece al 2025 antes de Cristo. Dunbar recopiló comunes denominadores presentes en las historias de amor, eso que buscan las mujeres en los hombres, y lo que ellos quieren de ellas, y encontró que el amor a primera vista sí existe, o mejor aun, a primera ‘olfateada’. De acuerdo con su teoría, así como los perros olfatean las partes íntimas de sus congéneres en un proceso de reconocimiento, los seres humanos, y en especial las mujeres, funcionan instintivamente a partir de sus narices. La razón radica en que el olor o ‘perfume’ natural de cada persona está determinado por el mismo grupo de genes que el del sistema inmune. De esta manera “las personas buscarían una pareja con un juego de genes distinto al propio, con el fin de darles a sus hijos un amplio set de genes para una mayor y mejor respuesta inmunológica”, afirma un reportaje sobre el tema del diario The Sunday Times. En este sentido, la primera impresión o primera sensación olfativa es lo que cuenta. Las mujeres, como las hembras de muchas especies animales, pueden identificar a sus hijos y a sus parejas solo por el olor, mientras que los hombres pueden detectar si una mujer está ovulando por la esencia que ella expide.

Detrás del olor
Sin embargo, de los estudios de Dunbar se puede inferir que en los hombres sí puede ser literal lo de amor a primera vista, y que en su caso este no es tan ciego, pues son muy visuales. El género masculino se siente atraído por mujeres que se encuentran en esa etapa de su ciclo menstrual, pues ellas lanzan una serie de señales como balancear más sus caderas cuando caminan y se visten de manera más atrevida. Quizás, entonces, cuando Marco Antonio quedó flechado por Cleopatra, ella estaba ovulando. O, según las teorías de Dunbar, ella podía estar usando su típico maquillaje de ojos oscuro, como la presentan las imágenes del cine. Las sombras de ojos imitarían el oscurecimiento de los párpados en la época de la ovulación por lo que se convierten en señal de fertilidad. “El género femenino usa maquillaje oscuro en los ojos como una práctica que data por lo menos de 1400 antes de Cristo, pues se sabe que tres mujeres de la corte del faraón Tutmosis III fueron enterradas con cosméticos hechos a base de hollín”, relata The Sunday Times, analizando el estudio de Dunbar.

Pero Cleopatra tal vez no solo usaba sombras oscuras, sino que además pudo haber sido una mujer simétrica. Dunbar asegura que otra de las claves del enamoramiento radica en que la congruencia de brazos, piernas y todas las partes bilaterales del cuerpo indican calidad en los genes. “Las personas simétricas son más inteligentes, más resistentes a las enfermedades y más fértiles y, por consiguiente, más atractivas para el sexo opuesto que las asimétricas. Por otra parte, se afirma que somos capaces de detectar asimetrías pequeñas, casi imperceptibles en los otros, como una diferencia en la longitud del lóbulo de la oreja”, asegura Dunbar, quien basa su estudio en tres décadas de investigaciones acerca de simetría y escogencia de pareja en humanos y otros animales.

Hormonas, las conquistadoras
Estudios recientes han venido demostrando que algunos de nuestros comportamientos más complejos relacionados con el amor y los lazos afectivos están regulados de alguna manera por un grupo de neuroquímicos y hormonas: la testosterona, la dopamina, la oxitocina y la vasopresina. La primera hormona sería responsable de la lujuria, la segunda tendría más relación con el amor romántico, por ser a la vez un neurotransmisor que trabaja con los centros de placer y tendría que ver con la atención enfocada en una persona; y las últimas estarían asociadas con el apego hacia una pareja. Las investigaciones habrían demostrado que estos sistemas funcionan de manera distinta y en diferentes combinaciones de acuerdo con cada individuo, lo que explicaría por qué alguien puede sentir apego por una persona, pero experimentar algo más sexual por otra, o por qué hay quienes sienten todo esto por una sola persona.

También se ha dicho que la oxitocina y la vasopresina actúan de manera diferente en hombres y en mujeres, y se habría encontrado que los hombres con débiles receptores de la vasopresina tenderían a ser mucho menos propensos al matrimonio y detectar crisis en sus relaciones. En experimentos con monos se ha visto que al darles a inhalar oxitocina se centran en alguno de sus compañeros, le prestan atención y lo tratan más ‘afectuosamente’. No es casualidad que se le haya llamado la hormona de la monogamia.

Instinto y elección
Pero los descubrimientos de Dunbar irían más lejos. Afirma que las especies que practican la monogamia tienen cerebros más grandes, pues “la fidelidad sería sicológicamente más demandante que la promiscuidad”, como señala The Sunday Times. “La explicación antigua de la monogamia en humanos radicaba en que se necesitaba de dos padres para criar a los hijos, la mamá los cuidaba y el papá cazaba para llevarles alimentos”. Pero en la tesis de Dunbar la mujer en realidad estaría buscando un hombre que proporcione seguridad a sus hijos, una especie de “asesino a sueldo”. Siguiendo con la esencia animal, Dunbar comenta en su libro que la mujer buscaría a un hombre que proteja a sus hijos en vez de otro que pueda hacerles daño para quedarse con ella, como sucede, por ejemplo, con los leones. Los hombres ‘machos’ estarían detrás de hembras más bien jóvenes, atractivas y preferiblemente sin hijos de relaciones anteriores. En últimas, la fuerza que las mujeres buscaban en ese ‘protector’ sería equivalente en la actualidad a riqueza y estatus. Ellas también necesitan de un compañero con sentido del humor, porque la risa libera endorfinas conocidas como los ‘analgésicos’ del cerebro.

En cuanto a la química de la atracción, también se han dado explicaciones más ‘familiares’: “Desde el punto de vista sicológico, la mujer busca modelos similares a los que vivió en la crianza. Si hubo un padre ausente o violento buscará a alguien similar, si ha tenido un padre o una figura masculina protectora y amorosa se identificará con ese modelo”, le comentó a FUCSIA la siquiatra Ana Millán. La especialista agrega que “estudios sobre el amor y sus equivalentes fisiológicos hay muchos, pero no hay un determinante único en la vida de pareja, pues ahí está la variedad del ser humano. Una cosa es la atracción física o el deseo sexual y otra cosa es la elección de alguien para compartir la vida, en cuyo caso el amor incluye el sexo, el buen trato, el respeto y el cuidado del otro, el trazar un proyecto de vida conjunto y muchas otras cosas más, elección que se espera que sea madurada y concertada. Por eso, podría juzgarse como una equivocación el hecho de que sea el instinto el que predomine en la elección de una pareja para la vida”.

En cuanto a relaciones, es difícil establecer qué tanto componente sociológico, sicológico y biológico hay de por medio. Lo cierto es que, como asegura el neuroendocrinólogo Tom Sherman, profesor de la universidad Georgetown, “nos gusta sentirnos independientes de los sistemas cerebrales que regulan los hábitos del apareamiento y comportamientos animales, pero en realidad no lo somos”.