Relaciones

Primero yo, segundo yo y tercero…

Revista FUCSIA, 31/7/2013

Los jóvenes de hoy son narcisistas, ignorantes y superficiales. No son quejas de abuelos con su típica frase: “qué horror de juventud”. Lo dice un grupo de expertos que vislumbra un futuro apocalíptico. ¿Será cuestión de envidia?

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Suele decirse con nostalgia que “todo tiempo pasado fue mejor”. Sin embargo, la célebre frase pierde fuerza cuando los adultos ven a sus hijos haciendo búsquedas en Wikipedia para alguna tarea y recuerdan las épocas en que tenían que desempolvar una enciclopedia o ir a la biblioteca. Y si se trata de hacer una exposición, ya no hay que comprar cartulina de sobra por si se daña la primera versión. Para eso están PowerPoint y Prezzi, que resuelven el problema sin necesidad de reglas, marcadores ni recortes de revistas. Ahora no se necesita salir de casa para comprar un libro –pues este se puede bajar por Internet– ni hay que ir al correo para enviar una carta. Y si el sueño de alguien es ser famoso, nada mejor que YouTube o un reality show.

 En serio ¿todo tiempo pasado fue mejor? Para un grupo de sociólogos y analistas la respuesta es “sí”. Acusan a los jóvenes de hoy de ser perezosos, demasiado centrados en sí mismos, egoístas y preocupados por su apariencia. Los han llamado la “generación yo”, o “generación mírenme”, pues el mundo gira en torno a ellos mismos. “Quizá el mundo siempre ha girado en torno a uno, solo que ahora los adolescentes tienen la evidencia: sus seguidores en Twitter”, señala la psicóloga educativa Mimi González.

 Aunque para la especialista algunos de estos rasgos forman parte de la etapa de transición hacia la vida adulta, admite que las condiciones tecnológicas actuales los fortalecen. Por eso Larry Rosen, catedrático de la Universidad de California llama a los nacidos a mediados de los años ochenta la “generación red”, y a los de los noventa, incluso los del milenio, la “iGeneration”.

 Son fácilmente identificables porque sus ojos suelen estar en sus dispositivos electrónicos, mientras reportan los últimos segundos de su existencia convertida en acontecimiento o agregan una foto más de su cara a Instagram. Además, son los que por lo general hablan duro por sus celulares en espacios públicos. De ahí que la primera característica de esta “especie” sea el narcisismo: “Tres cuartos de los usuarios de Twitter son meformers que únicamente hablan sobre sí mismos, mientras que solo el 25 por ciento son informers que realmente presentan información general”, explicó a FUCSIA el catedrático, quien escribió el libro iDisorder basado en estas ideas.

 Para W. Keith Campbell, de la Univer-sidad de Georgia y autor de varios libros sobre el tema, existe una epidemia de este mal cuyas señales son “el énfasis en la popularidad y la obsesión por el físico”. El riesgo estaría en jóvenes más agresivos, materialistas y con valores superficiales. Según sus estudios, en las décadas actuales ha habido un incremento acelerado del trastorno narcisista de la personalidad, caracterizado por el sentimiento de grandiosidad, necesidad de admiración y falta de empatía, pues un 10 por ciento de los menores de 30 años ha experimentado sus síntomas, frente a un 3 por ciento de adultos mayores que los han padecido.

 Una investigación realizada por el Pew Research Center encontró que las máximas metas para los norteamericanos entre los 18 y 25 años son la fama y la fortuna. Es lógico que así sea: crecieron en medio de simples mortales que ganaron estatus de celebridad por exponerse y de celebridades que se exponen como mortales. Cualquiera puede ser estrella y gozar de 15 minutos de gloria por publicitarse en las redes sociales, y si su video es suficientemente gracioso hasta saltará a las noticias. 

 Esta tendencia habría encontrado su soporte perfecto en los hijos de padres más indulgentes, cuya prioridad ha sido criar seres humanos seguros de sí mismos y sin complejos como llave de la felicidad y el éxito. En nombre de la autoestima ellos ven bien regalarles para sus 15 años una cirugía plástica y además los educan “evitando el castigo, acostumbrándolos a un constante refuerzo positivo, dándoles premios simplemente por jugar un deporte sin limitarlos al triunfo en una competencia. Así crearon una generación de personas que necesitan que permanentemente les recuerden lo geniales que son”, explica Rosen.

Campbell coincide en que la paternidad ha cambiado y que “hoy hay un mayor énfasis en lo únicos y especiales que son los niños, algo evidente en la selección de nombres originales; y al mismo tiempo la obediencia ha perdido importancia”. Opina que esta escuela de la autoconfianza dio como resultado jóvenes individualistas y egocéntricos que aprendieron de memoria la lección: “tengo que amarme a mí mismo antes que amar a los demás”, “cree en ti mismo y todo será posible”, de manera que para ellos sería necesario ser narcisista para sobresalir en lo personal y profesional. Tal condición, sumada a la disminución del contacto frente a frente patrocinado por la tecnología, no los haría aptos para entender las opiniones y puntos de vista de los demás, aunque los necesiten como “amigos” en Facebook en su afán por mercadearse como el mejor producto.

Pero así mismo les cuesta afrontar el rechazo y viven ansiosos esperando la aprobación de la masa por medio de los “me gusta” o los “retuit”.
“Si alguien les hace un comentario negativo usualmente entran en una especie de ‘ira narcisista’ y empieza una batalla verbal”, añade el experto.

Prueba de lo ensimismados que viven es que para competirle a los juegos de fútbol de Xbox “se volvió un negocio ofrecerles a los papás pagar a compañías outdoors por salidas recreativas para sus hijos”, reflexiona la psicóloga González. Sin embargo, para ella, quien se autodenomina hincha de la juventud de hoy, los antecesores de estas generaciones tendrían que aprender de su postura ganadora y optimista y su capacidad para aceptar la diferencia de credos e identidades. “Esa actitud de ‘lo mío es lo mejor’ podrá transformarse luego en un ‘tengo que hacer de lo mío lo mejor, de mi familia lo mejor, de mi trabajo lo mejor’,  es una generación de echados pa’lante”.

 Agrega que los hombres del nuevo milenio no le temen a la autoridad y son más libres para seguir su propio criterio. “Quienes vivieron los años sesenta rompieron esquemas y quisieron prolongar en su descendencia el ser contestatarios, líderes que no se dejen de nadie. Por ellos las generaciones actuales crecieron sin hacerle demasiado caso al poder de instituciones como la Iglesia”, explica González, a quien le parece una ventaja que los niños de hoy sean más cercanos a sus padres. Por eso no se ruborizan a la hora de escribirle un correo electrónico directamente al presidente de la compañía en la que trabajan.

En un análisis titulado “The Me Me Me Generation”, la revista Time registra que el 40 por ciento de los jóvenes están convencidos de que deben ser promovidos en el trabajo cada dos años independientemente de sus logros, o que en el colegio se merecen la mejor nota solo por ser ellos, pues la humildad no sería una cualidad sino un defecto.

 Pensando en eso, el profesor David McCullough aprovechó su discurso a la promoción de 2012 de Wellesley High School, para, en lugar de alabar sus virtudes, recordarles la cruda verdad: “ustedes no son especiales”.

 Alguna vez se dijo que las nuevas generaciones eran más propensas a comprometerse con causas sociales. Sus detractores consideran que en realidad la mayoría se involucra en este tipo de proyectos por obligación, pues es requisito para graduarse del colegio, y aunque viven rodeados de información, “no leen el periódico y poco les importan la historia y la política”. Así lo señaló a esta publicación Mark Bauerlein, autor del libro The Dumbest Generation. Su visión es tal vez la más apocalíptica: llega al extremo de insinuar que la democracia está comprometida por la “estupidez” de los líderes del futuro, que son seis veces más aptos para decir el nombre del nuevo American idol que el del presidente de la Cámara de Representantes en Estados Unidos.

“Los padres se rindieron y dejaron de luchar contra la cultura juvenil y les permiten a sus hijos tener un iPhone antes de los 11 años y una tableta en su cuarto, lo que no les preocupa en verdad porque estas herramientas hacen las veces de niñeras. ¿Por qué leerle a un niño o conversar con él si puedes conectarlo a un computador mientras te relajas en el cuarto de al lado?”, se cuestiona. Le preocupa que el mundo quede en manos de personas que dedican horas enteras a visitar Facebook, “pero no museos ni bibliotecas”, que envían y reciben un promedio de 88 mensajes de texto diarios “pero no son capaces de escribir un párrafo coherente en el colegio”.

Las estadísticas estiman que solo el 24 por ciento de los bachilleres norteamericanos tienen esa habilidad. Y si por casualidad algún adolescente entre los 15 y los 17 años echara un vistazo a este artículo, ya habría cumplido su cuota promedio diaria de lectura de siete minutos. Se ha dicho  que los videojuegos son gimnasia para el cerebro y que gracias a Internet el conocimiento está al alcance de un clic. Pero según el escéptico Bauerlein, la usan con el fin de ampliar su vida social con amigos virtuales, porque es indispensable saber el último chisme y dato trivial para estar “actualizado” y no ser excluido.

Si bien son maestros del multitasking (mientras ven televisión chatean, navegan en la red y oyen música), observa que se ha incrementado el déficit de atención unido a la hiperactividad y que las habilidades analíticas se han minado. Para él, lo realmente grave de perder el tiempo de esta manera con sus pares es que los jóvenes carecen de contacto con figuras adultas de las que podrían enriquecerse y con ese “modelo horizontal” prolongan su inmadurez. “Lo que ha cambiado es que antes el principal espacio para compartir con sus compañeros era el colegio. Ahora el ciberespacio está a su disposición las 24 horas”, afirma González.

 En iDisorder, Rosen alerta sobre varios males derivados del uso de aparatos electrónicos, como el trastorno obsesivo-compulsivo. Algunos adolescentes padecen la “depresión Facebook”, caracterizada por cambios de humor relacionados con la ansiedad que les produce la espera de una respuesta. También está el “efecto Google”, que describe como la inhabilidad para recordar hechos porque todos están disponibles en el buscador. Quienes a cada rato sienten que les llegó un mensaje, pueden sufrir del “síndrome de la vibración fantasma”. Y es que las nuevas tecnologías acostumbraron a los que nacieron con ellas a tenerlo todo de manera instantánea, hasta un abrazo virtual de consuelo desde la Patagonia. Pero aunque suelen ser inmediatistas, viven tan abrumados de opciones que sus expectativas no son fáciles de satisfacer y tienden a postergar decisiones importantes.

 Se les acusa de ser alérgicos al compromiso: si una relación no les sirve la descartan enviando una carita triste y pueden cambiar de trabajo con mayor facilidad porque para eso hay tiempo, después de todo la expectativa de vida se ha ampliado. “Lo que sucede es que ya no hay que seguir el orden lineal de las etapas –comenta González–. Se puede viajar primero antes de ahorrar y tener casa, por lo que muchos universitarios se quedan viviendo con los papás. Casarse a temprana edad no está en el orden del día y la ciencia permite retrasar la maternidad”. Para ella, pese a que el exceso de información ha acortado la niñez, el disfrute de la adolescencia parece haberse prolongado generando una nueva etapa, la de los adultecentes, “que sienten que hasta los 35 tienen licencia para hacer bobadas”.