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Los 3 de Balenciaga

Revista FUCSIA, 1/4/2013

Todos los ojos están puestos en Alexander Wang, el “niño nuevo” que reemplazará a Nicolas Ghesquière en Balenciaga y que presentó su primera colección para la tradicional casa en la primera semana de marzo en París.

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Después de la muerte, en 1972, del diseñador español Cristóbal Balenciaga, uno de los más influyentes de la historia universal de la moda, la casa Balenciaga se mantuvo sin pena ni gloria, produciendo perfumes y accesorios. Durante más de dos décadas la ropa pasó a un segundo plano y su prestigio se fue al suelo.

Solo hasta 1997, cuando Nicolas Ghesquière fue nombrado director artístico, la marca dio un giro de 180 grados y volvió a ocupar su lugar entre las grandes. Hoy, François-Henri Pinault, presidente del grupo PPR, dueño de Balenciaga, le apuesta a Alexander Wang, una nueva estrella en el firmamento del diseño de moda.

Los orígenes
Cristóbal Balenciaga era un hombre humilde y reservado que nació en Getaria, pueblito costero del País Vasco, en 1895. José, su padre, era marinero y su madre, Martina Eizaguirre, costurera. De ella aprendió el amor por la moda. A su lado hizo sus primeras puntadas para convertirse luego en aprendiz de uno de los sastres más reputados de San Sebastián, con quien aprendió las técnicas del oficio.

A primera vista, el mundo en el que creció Cristóbal no parecía el más indicado para trabajar en el sofisticado terreno de la alta costura. Pero circunstancias afortunadas lo llevaron a codearse con la realeza y la alta sociedad europea. Por un lado, su padre tuvo el privilegio de ser nombrado capitán del ferry que transportaba a la reina española María Cristina de Habsburgo-Lorena, a su marido Alfonso XII y a su familia cuando visitaban el País Vasco.

En el siglo XIX San Sebastián y la costa vasca se convertían, en verano, en el centro político, social y cultural del reino español. Y la madre de Cristóbal pasó a ser la costurera de la aristocracia española y de la propia reina María Cristina, primero reparando y modificando los costosos vestidos que las damas de la corte compraban en las grandes capitales como Londres y París, y luego elaborando ella misma las exquisitas vestimentas.

Cristóbal se familiarizó con las telas, bordados y tejidos de los finísimos vestidos de la época y pudo observar de primera mano los cortes y acabados de cada prenda, y eso fue como un curso intensivo de perfeccionismo y técnicas de costura de los mejores diseñadores de su generación, como Paul Poiret y Charles Frederick Worth, entre otros. Muy pronto llegó a la conclusión de que lo suyo era el diseño y abrió su propia casa en San Sebastián; luego se fue a vivir a París.

Tres grandes personalidades influyeron definitivamente en su aprendizaje: Gabrielle Chanel, Madeleine Vionnet y Louise Boulanger.
Gracias a ellas su trabajo adquirió la sofisticación y la elegancia que marcaron su diseño. El minimalismo de mademoiselle Coco, la técnica en el corte y el orientalismo de Vionnet, y la audacia de Louise Boulanger caracterizaron sus creaciones. A los 30 años, ya con una sólida reputación, se estableció definitivamente en París, donde abrió su casa al estilo de los grandes franceses.

Finalmente pudo concebir y crear sus propias colecciones para cada temporada, organizando desfiles para mostrarlas a una exquisita clientela que, ávida de novedades, acudía a los salones de la mansión.
 
En 1937, establecido en el número 10 de la Avenida George V, donde su nombre aparecía en la fachada, hizo su primer desfile de alta costura. De allí en adelante solo cosechó éxitos, pero nunca fue aceptado en la Cámara Sindical de Alta Costura de Francia porque se negaba a cumplir con los estrictos protocolos que exigían para ser miembro, como presentar las colecciones en determinadas fechas. Aunque rechazaba las imposiciones, sí fue el mejor de todos en su momento. Vistió a la familia real española, a la emperatriz Eugenia, esposa de Napoleón III, a las mujeres de la sociedad europea y a la alta burguesía catalana.

Balenciaga supo tomar riesgos, vencer obstáculos políticos y económicos.
Su legado cultural y artístico se reflejó en sus creaciones. Minimalista en su trabajo, el corte y los acabados perfectos eran el fuerte de sus prendas. Su influencia en la historia de la moda es indiscutible, y para la muestra un botón: el Museo Balenciaga, en Getaria, su pueblo natal en Guipúzcoa, da fe de su legado hasta el día de hoy.

La transformación
Después de la muerte del genio, la casa Balenciaga entró en decadencia hasta que pasó a manos de Nicolas Ghesquière, un jovencito desconocido de provincia que llegó a la Ciudad Luz para realizar su sueño de ser famoso. Ghesquière nació en un suburbio de Lille, al norte de Francia, pero su niñez transcurrió en Loudon, un pueblito medieval. Su madre, aficionada a la moda, lo introdujo en el mundo de la ropa y las telas.

Desde los 12 años soñaba con convertirse en una celebridad y mostrar sus propias colecciones. Al terminar sus estudios de bachillerato tomó la decisión de seguir estudiando diseño, lo que le significó un rompimiento con su padre, quien creía que su hijo debía ser profesor de atletismo y no dedicarse a los encajes y siluetas. Durante seis meses vendió esculturas africanas en la Rive Gauche para sostenerse hasta que Myriam Schaefer, una artista misteriosa y brazo derecho de Jean Paul Gaultier, lo contrató como asistente del diseñador. Hoy en día Schaefer es consultora de accesorios de Balenciaga, después de haber sido directora de Nina Ricci: “Es una mujer que ama las cosas bellas”, dice Ghesquière.

Nicolas trabajó como freelance hasta que eventualmente consiguió trabajo en Balenciaga haciendo diseños para el mercado asiático. Su trabajo consistía en crear prendas para asistir a los servicios funerarios en Japón, una actividad bastante deprimente. En 1997, a los 25 años, fue sorpresivamente escogido para ocupar el puesto de director creativo de la casa, en ese momento propiedad del grupo Jacques Bogart. Muy pronto su trabajo deslumbró a los críticos, pues transformó una marca prácticamente acabada en una de lujo, moderna y objeto de deseo de mujeres elegantes y sofisticadas.

Siguiendo los pasos del maestro español y respetando los conceptos originales de sus diseños, Ghesquière tomó las riendas y creó su propia colección, con un gran impacto comercial. Sus creaciones tuvieron siempre un toque futurista, muy arquitectónico, y una estética que evocaba los años 60. Según algunas de sus clientas, “sus pantalones arman con tal perfección que hacen de las piernas de cualquier mujer las más bellas del mundo”.

Como una “bella durmiente” que despierta después de un largo sueño, la casa Balenciaga salió de su estancamiento y se convirtió en la favorita de la crítica y de la clientela más sofisticada de Europa y las Américas. Hoy tiene cerca de 62 tiendas y sus ventas han crecido exponencialmente. En el 2001, el grupo PPR o Gucci Group la compró y en noviembre pasado decidió que Ghesquière ya no era el hombre correcto.

El niño genio

Después de la inesperada salida de Nicolas Ghesquière, el diseñador norteamericano Alexander Wang aceptó el cargo de director creativo y entró al exclusivo club de Marc Jacobs, Narciso Rodríguez y Michael Kors, los norteamericanos que se fueron a París en los 90 como creativos de Louis Vuitton, Loewe y Céline, respectivamente. De ese club ya salieron todos menos Marc Jacobs, que sigue dirigiendo los destinos de Vuitton. Ojalá Wang tenga más suerte.

Pero se podría decir que fue “mandado a hacer” para el puesto. Es joven, enérgico, tiene mentalidad de negocios y representa a esa nueva generación de creadores de origen asiático que deja huella en la escena global. Su marca vende hoy cerca de sesenta millones de dólares al año en prendas como camisetas, shorts y sudaderas. Por eso no han tardado en aparecer los críticos que lo acusan de ser demasiado comercial. Los puristas de la moda temen que el grupo PPR, dueño
de Balenciaga y de otras marcas de lujo como Gucci, Saint-Laurent, Stella MacCartney, Alexander Mc Queen y Bottega Veneta, planee darle un giro más comercial a la casa.


Pero Pinault, que ha demostrado ser exitoso en sus marcas de lujo, quizá pretenda conquistar el mercado de China y no necesariamente “perratear” a Balenciaga. Finalmente, Wang habla mandarín fluido y conoce cómo funciona el mercado de lujo en su segunda patria. Como dijo Isabelle Guichot, la directora administrativa de Balenciaga, “el papel de un diseñador en la industria de hoy requiere una cualidad que se podría llamar ‘realismo creativo’”.

Por su parte, Pinault afirmó que había escogido a Wang por su juventud y su cultura universal, y el hecho de que viva en Nueva York seguramente le dará visibilidad mundial a la marca. Según él, Balenciaga es sinónimo de modernidad y vanguardismo, está muy influenciada por la moda de la calle y esa es la identidad que permanecerá.

Alexander Wang nació en California, pero sus padres son inmigrantes chinos que trabajaron duro para montar una fábrica de plásticos que después de unos años trasladaron a Shanghái, donde la familia siguió prosperando. Estudió en Parsons School for Design durante dos años mientras hacía pasantías en Vogue con Derek Lam y Marc Jacobs. En el 2007 presentó su primera colección en la Semana de la Moda de Nueva York. Según Gene Lakin, profesor de Parsons, “sus conocimientos de la historia de la moda son enciclopédicos, su instinto y percepción son talentos que no se pueden enseñar”.

Wang ganó el premio más prestigioso de la industria norteamericana, el CFDA/Vogue. Hoy tiene más de quinientas cincuenta tiendas alrededor del mundo, sin contar los espacios en almacenes por departamentos. En el 2011 abrió su Flagship en Nueva York, luego en China y pronto abrirá una en Londres. Como todo queda en familia, su hermano es el director administrativo, su hermana, una ejecutiva de la firma, y su madre está en el consejo directivo. Wang tendrá que encargarse ahora no solamente de hacer sus colecciones sino tambien las de Balenciaga.

François-Henry Pinault declaró ante la prensa que “Alexander Wang va a usar
la creatividad a su manera para reinterpretar e inmortalizar el estilo de Cristóbal Balenciaga”.
El 5 de marzo presentó su colección en París, la prueba de si Pinault acertó o se equivocó diametralmente. Todos los ojos están puestos en Wang, pues ese es el examen final que le hacen los conocedores y el público para saber si es o no digno heredero del diseñador español más famoso de todos los tiempos.=