Quiero seguir siendo ignorante

Carlos Devis, 11/1/2012

Cuando era niño, los adultos me reprochaban, porque yo no tenía dignidad. “Ser digno”, me decían, “es responder con rabia a la rabia del otro”. Yo era ignorante y no pensaba que la rabia de nadie era en contra mía. Yo creía, que era solo su propia confusión. Yo no sabía, era ignorante. Aprendí a ser digno y comencé a sufrir.

Cuando era niño, los adultos me reprochaban, porque yo no tenía dignidad. “Ser digno”, me decían, “es responder con rabia a la rabia del otro”. Yo era ignorante y no pensaba que la rabia de nadie era en contra mía. Yo creía, que era solo su propia confusión. Yo no sabía, era ignorante. Aprendí a ser digno y comencé a sufrir.

Otro día mis amigos me enseñaron que estar a la moda era tener ropa con un escudito que era elegante, y que no tenerlo me hacía menos que los demás. Miré mi ropa. Yo me sentía bien con mi camisa roja, pero no tenía escudo. Aprendí entonces, que era menos, que yo era menos que los demás, que no era elegante. Y comencé a sufrir…

Otro día, mi maestro me dijo que si yo no tenía buenas calificaciones y no era de los mejores del curso no me podía sentir orgulloso de mi mismo. Yo disfrutaba la escuela, pero mis notas no eran nada especial. Entonces, aprendí que no podía  sentirme orgulloso de mi mismo.

Alguna vez en mi adolescencia conocí a la muchacha más hermosa de este mundo. Nos acercamos, nos descubrimos y antes de que  parpadeara de nuevo, cada uno  tomó su camino. Pensé que había  sido maravilloso, que el ciclo estaba completo. Pero los que sabían de amor me enseñaron que yo era inestable y disfuncional. Recordé mi relación, con mis encuentros y desencuentros; a veces la amé, a veces la odié, como el día y la noche. Creía que era normal, pero ellos sabían más de amores. Entonces aprendí a sufrir en mis amores.

Después cuando papá se fue de la casa, yo me sentí feliz,  porque él no parecía feliz en la casa y aunque era un buen hombre. Por sus propias razones quería seguir su camino. Yo pensé que papa se había ido, pero me enseñaron que papá me había abandonado, que me faltaba un papá. ¡Yo no lo sabía! Yo me sentía  completo con mamá.  Pero los que sabían de afectos, me enseñaron que debería llorar y sentirme triste si alguien partía. Si no lloraba, yo no era normal, porque no expresaba mi rabia y mis sentimientos. Entonces busqué mi rabia y lloré con fuerza cada vez que alguien partió de mi vida. Fueron muchas lágrimas porque la vida esta plena de saludos y despedidas.  

Un día un amigo, a quien todos llamaban “distinguido”, me enseñó que existía la comida exquisita, los sabores refinados, que había gente ordinaria que no sabía valorar un buen plato. Yo hasta ese momento, disfrutaba con entusiasmo y gratitud cualquier plato de comida que la vida generosa me pusiera en frente a la hora de la cena.

Pero aprendí, que yo era ordinario y que debía estar feliz, solo cuando tuviera un plato de comida exquisita en frente y, para ser más refinado, debería criticarla. Lo mismo, me enseñaron con los vinos y la música, con la casa en la que vivía. Me parecía tan lindo mi cuarto; me gustaban los vecinos, yo me sentía feliz con mi casa. Pero me enseñaron que si quería ser feliz, tenía que buscar una casa más grande. Aprendí que no podía ser feliz hasta que no la tuviera, pero aunque la conseguía, siempre había otra más grande que no  me permitía ser feliz.

Un día leí un libro y me encantó. Leí otro y otro; me descubrí y me encontré de otra manera. Entonces alguien que leía muchos libros me dijo que si quería sentirme culto tenía que leer algo que al leerlo me pareció enredado  y tormentoso. Aprendí a ser culto y dejé de leer lo que a mi me gustaba y leía lo que otros decían.

Hoy, que tengo los pelos blancos me doy cuenta  que quiero ser ignorante de nuevo. Quiero tocar la mano de quien quiera, mirar a sus ojos y a su alma ignorando su pasado o el mío. No quiero saber qué hace o cuánto gana el otro. Solo quiero saber cómo es un regalo para mi vida, cómo es un maestro que me envió el universo para ayudarme a ser más feliz.

Me encantan de nuevo esas medias viejas y mi camisa roja, sin escudo. No quiero saber de comidas exquisitas, solo sentirme inmensamente feliz de poder comer, disfrutar el sabor de una fruta fresca, o el sabor amoroso de una cucharada de sopa tibia. No quiero saber en qué barrio vivo, porque este es perfecto.

Sé que mi cama me recibe cada noche. Ahora sé, que todo lo que quiero es ser feliz y no necesito saber nada, todo que necesito para ser feliz lo sé ya y... en verdad siempre lo he sabido.

Recibe mensajes positivos gratis semanalmente

www.clubpositivo.com