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El destape de la maternidad

Catalina Gallo, 22/3/2012

El embarazo ha dejado de ser tratado únicamente con palabras tiernas, para ser expresado en hechos reales y concretos como la angustia del parto, el susto de ser madre, la depresión después del nacimiento, el reinicio de la vida sexual y los sentimientos ambiguos hacia el nuevo hijo.

Allí estaban todas, las 12 ó 15 amigas del colegio juntas por primera vez después de diez años. Hablaban sin parar, se preguntaban unas a otras por los esposos, los trabajos, los hijos y por los chismes sobre las feas, las vagas y las tímidas con quienes alguna vez habían compartido un salón de clases.

La bulla que generaban todas estas conversaciones simultáneas terminó de pronto. Olga comenzó a contar lo que estaba viviendo, su primer embarazo. “Terrible, —decía—, yo no quiero más hijos, con este que va a nacer es suficiente, estoy pesada, gorda, fea, cuando camino siento una presión hacia abajo, me duele el busto y, como si fuera poco, estoy muy sensible, lloro por todo, parezco un merengue”.

Con estas palabras, el tema del embarazo quedó, como dicen, “sobre el tapete” y no volvió a levantarse de allí. Todas las madres relataron sus experiencias sin juzgarse unas a otras, entendiendo que cada cual vivía esos nueve meses en forma diferente, que para algunas eran un horror y para otras, los días más plenos de su vida.

Contaron sus anécdotas de primíparas. Una de ellas recordó la primera vez que intentó amamantar a su hijo. El bebé lloraba montones por hambre y ella no lograba darle seno. Con cada segundo, el llanto subía de volumen y la angustia de ella crecía, hasta que el esposo, quien la observaba en silencio, le dijo una frase sabia y directa: “Trata de llevar al niño a la pucha y no la pucha al niño”. Por miedo a mover al bebé, a no saber cómo cargarlo, ella se había quedado petrificada y sólo había intentado, en vano claro, mover el busto.

Otra contó que había vomitado casi los nueve meses, que el parto había sido de maravilla, fácil y rápido, mas no el reinicio de su vida sexual. La primera relación después del nacimiento le había dolido mucho, después, le salía leche del seno en cantidades y esto afectaba las caricias. Además, vivía tan cansada, con tanto sueño, que tampoco sentía “ganas” de tener sexo, y como si fuera poco, el bebé se despertaba tres o cuatro veces en la noche.

Todo cambió seis meses después, cuando ella perdió unos kilos, suspendió la lactancia y se sintió a gusto con su cuerpo. La última amiga confesó que no sabía nada del embarazo, de lo que podía llegar a sentir o a experimentar. Se imaginaba que todo sería simplemente llevar por nueve meses una barriga grande, pero luego había descubierto que no todo era “color de rosa”.

Así como ellas, cada vez más mujeres hablan ‘a calzón quitado’ de sus experiencias en el embarazo y se consideran libres para expresar sus sentimientos y vivencias. Como afirma Rocío Barrios, siquiatra, quien desde hace 12 años trabaja con madres embarazadas, “ahora sí se habla más abiertamente del tema, aún falta, pero estamos en el inicio del camino”. 

Todavía existen presiones sociales y culturales, está ‘prohibido’ por la sociedad decir que un embarazo no fue deseado, y a veces a las mujeres que deciden no tener hijos se les cuestiona su feminidad. Por fortuna, las madres de hoy están andando y les están abriendo un espacio a sus hijas.

Los primeros pasos

Durante la historia de la humanidad, darle vida a un hijo y llevarlo consigo por nueves meses no ha sido una tarea fácil para muchas mujeres y muy probablemente no dejará de serlo, pero hoy en día las mujeres no tienen que vivir sus dificultades en silencio.

Algunas mujeres han escondido sus sentimientos por miedo a ser juzgadas o catalogadas como malas mamás, a que las definan como insensibles o incapaces, pero la ciencia, la sicología y la siquiatría han permitido explicar las razones de los cambios y los malestares durante estos nueve meses, lo que los ha convertido en normales y naturales.

Cada vez más mujeres tienen la posibilidad de encontrar ayudas y respuestas, y tienen acceso a mejor información, ya sea en los medios, con los médicos o en los libros. Es así como hoy se sabe que muchas mujeres viven sus embarazos plenamente, sin molestias, mientras otras no, sin que por eso estas últimas sean catalogadas como unas “cansonas que sólo buscan atención”.

Otro factor que ha llevado a muchas mujeres a tratar de esconder sus propios sentimientos es el miedo a afectar al bebé. Creen que si lloran, sienten ira, rabia o dolor, el hijo que crece dentro de ellas se va a afectar negativamente. Jacqueline Barrero, enfermera, quien durante dos años y medio ha dictado cursos de preparación para el parto, cuenta que muchas mujeres “creen que tienen que durar nueve meses con cara de ponqué y eso es imposible para cualquier ser  humano”. 

Este temor es infundado, “nada de las emociones que se sienten hacia afuera durante el embarazo afectan al bebé”, explica Barrios. Además, por más que intenten detener los sentimientos, estos ya están allí y frenarlos no ayudará a disminuirlos; por el contrario, impedirá entenderlos y asimilarlos.

La mayoría de las angustias, dudas, miedos y ansiedades son normales en el embarazo y después del parto. Barrios explica que el amor no es algo que simplemente se da, es algo que se construye día a día, por ello algunas mujeres pueden llegar a sentir más miedo que amor la primera vez que alzan a sus hijos. 

Esto no significa, entonces, que sean desalmadas. En muy pocos casos, las dudas o rechazos al hijo son un problema. A veces son síntomas de enfermedades y problemas complejos que representan un mínimo de casos.

Hoy en día, las mujeres pueden controlar la natalidad y tomar decisiones sobre su propio cuerpo, sobre cuándo traerán hijos al mundo y si serán o no madres algún día. Esto también ha hecho que la definición de mujer cada vez se reduzca menos al hecho de engendrar un hijo. Como sostiene el siquiatra sicoanalista Eduardo Laverde, “la mujer hoy en día no necesita ser madre para graduarse de mujer”.

Ellos también lloran 

Las transformaciones también han afectado a los hombres. Ahora ellos participan más activamente de los embarazos, asisten a los partos de sus hijos y acompañan a sus mujeres a las citas con los médicos. En ocasiones, gracias a esta compañía, pueden solucionar problemas y entender que ellos, de alguna forma, también están embarazados.

Como el caso de un papá quien estaba convencido de que jamás asistiría al nacimiento de su hijo, sin embargo, después de escuchar una conferencia sobre nacimiento y parto, cambió de opinión. Hoy sostiene que esa experiencia es lo mejor que le ha pasado y que es maravilloso ver a su propio hijo salir de las entrañas de su madre.

A veces, ellos también “llevan del bulto”, como dicen, con los cambios hormonales. María, por ejemplo, llevaba ocho años de novia y cuatro de matrimonio cuando quedó esperando. Los primeros tres meses del embarazo no fueron fáciles, ella sintió náuseas casi todos los días, no resistía los olores muy fuertes y lo peor, comenzó a rechazar a su marido. Le molestaba la forma en que comía, la forma en que hablaba y hasta la ternura de él le parecía simple y algo postiza. 

Él sintió el rechazo, la notó distinta, se sintió desplazado y creyó que el bebé que venía en camino le había quitado a su mujer. Cada uno, por separado, pensaba que el hijo había sido un error, porque aunque lo querían, la situación les estaba acabando el matrimonio.

Ante las dudas y los miedos, ella le contó al ginecólogo y él le explicó que eso sucedía en muchos casos, que se debía en parte al cambio hormonal. María habló con su esposo, se confesaron mutuamente sus sentimientos y entonces entendieron que el embarazo era una situación transitoria que debían atravesar juntos.

Al igual que María, muchas mujeres sienten rechazo hacia sus maridos no sólo durante el embarazo, sino después del parto. De acuerdo con Laverde, estas actitudes las explican hechos adicionales a las hormonas, tal vez ellas crean que el hombre ya ha cumplido con su función, y por ahora no se necesita más. Un médico, quien prefiere mantener su nombre en reserva, explica que estas actitudes son inconscientes, a veces sienten rabia con él porque creen que son los culpables de los malestares, por fortuna, no por eso ellas han dejado de amar a los padres de sus hijos.

El final 

Después de cinco días del parto y dos años de feliz matrimonio, Patricia comenzó a llorar sin parar y a decirle a su marido: “Tú ya no me amas, claro, lo único que querías de mí era un hijo, pues ahí lo tienes, te lo dejo, yo me voy”. Y mientras hablaba, se abrazaba a un cojín, porque su marido no la iba a mimar más. Veía que todo el interés y el afecto de su cariñoso y tierno esposo ahora estaban concentrados en el bebé. 

Ella duró muchos días sintiéndose triste, irritable, desanimada y muy cansada, a pesar de haber deseado a su hijo profundamente y de haber soñado durante años con ser madre. Estaba confundida y para no afectar a su bebé,contrató a una niñera quien le ayudó en la mayoría de los cuidados.

Sus preocupaciones la llevaron a hablar con sus tías, confiada en que la guiaran con la voz de la experiencia, pero la respuesta fue: “Eso te pasa por consentida, por ser una niña muy floja”. Patricia consultó a su ginecólogo y él le explicó que en muchos casos esta tristeza se presenta como consecuencia de la baja en las hormonas

Esto les puede suceder hasta al 80 por ciento de las mujeres, y es algo natural. Sin embargo, la depresión de Patricia continuó durante más días de lo esperado, entonces acudió a un siquiatra quien le recetó medicamentos y la atendió con terapia. Ella estuvo dentro del 15 por ciento de las mujeres que llegan a tener una depresión posparto

Después de superar estos inconvenientes, una de sus tías confesó que ella había vivido algo similar, pero que en ese momento lo había soportado. “Si me hubiera atrevido a hablar, hasta de pronto me hubieran ayudado, pero creía que yo era una mala mamá”, contó. Como escribió Barrios en la revista Bienestar de Colsanitas: “Hasta hace poco, la depresión en el puerperio pasaba inadvertida debido a que la mujer tiene una marcada predisposición para incorporar el bajo estado de ánimo a su vida. 

Esto, seguramente, tiene que ver con los patrones de feminidad trasmitidos culturalmente, puesto que algunos síntomas de la depresión coinciden con ciertas características asociadas al antiguo esquema femenino de pasividad, dependencia y docilidad”.

Nadie niega que engendrar y procrear forman parte de los misterios de la vida y también de sus grandezas, pero también es cierto que el proceso no es sencillo y los cambios físicos y emocionales de un embarazo pueden llegar a ser muy fuertes. 

Como cuenta Jacqueline, “el primer día del curso, todas las mujeres hablan de sus embarazos como algo maravilloso y perfecto, pero con el paso del tiempo se acercan y en forma individual me cuentan sus más íntimos miedos”.