Tatiana Moreno Penagos, columnista invitada Fucsia

La máscara de la perfección

Por Tatiana Moreno Penagos

7/7/2023

Escribir esta columna quizá me toque un poco más profundo que alguna de las anteriores, pues para escribirla lo más probable es que tenga que ahondar un poco en una parte de mí que hace algunos años finalmente pude identificar y empezar a trabajar, parte a la que hoy recurro para escribir estas líneas desde una nueva perspectiva.
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Mucho gusto… les presento a “la mujer perfecta”, más conocida como “la perfeccionista”.

Por años consideré la perfección como una virtud, era para mí un modelo, casi que una ley de vida o una actitud; incluso todos esos años no supe vivir de otra manera y hasta me escudé en etiquetas como “soy virgo” para no salir de ese automático y, además, ni siquiera cuestionarlo.

En mi estilo se notaba sin duda, siempre impecable, adecuada para cada ocasión, con el pelo arreglado y utilizando las tendencias y la moda en su justa medida, que nadie tuviera nada malo que decir. Si releo la frase anterior me suena maravilloso, sin embargo, lo que estaba escondido realmente allí entre líneas era otra cosa… o varias, y eso solo pude entenderlo cuando un día con la “excusa” de“ ser perfecta sobrepasé todos mis límites y esa perfección empezó a pesarme, a frustrarme y sobre todo, a llenarme de rabia conmigo y con los demás, mientras al mismo tiempo sentía que el pecho me apretaba y el estómago se me revolvía porque ya no me soportaba ni a mí misma. Ese rechazo que empecé a sentir en mi cuerpo y a ver en el espejo cuando me miraba con mi atuendo impecable según lo que los demás esperaban de mí, me vino a decir que ya había sido suficiente ¡Qué no quería ser perfecta, estaba cansada de intentar serlo y aparentarlo!

Y no… de perfecta no tenía ni tengo nada. ¡Qué bueno y qué liberador se siente hoy decirlo, cuánto peso y cuántas expectativas propias y ajenas me quito de encima al hacerlo! Uffff.

Yo no sé si el término indicado para lo que quiero expresar sea “síndrome”, lo que sí tengo claro es que ese síndrome de “la niña buena” como el de “la mujer perfecta” son ideales que a más de una, así como a mí, nos han pasado factura, lo veo cada día en las sesiones de coaching de imagen con mis clientes, haciendo incluso que más de un proceso terapéutico o de autoconocimiento se bloquee para llegar a la raíz del problema, pues es tan fuerte y “perfecta” esa máscara de perfección, valga la redundancia, que incluso nubla la visión de alguien que reconoce necesitar ayuda para salir de esa sensación de crisis, fastidio y rencor insoportable consigo misma y con los demás.

Soltar la máscara de la perfección no es fácil, se necesita de demasiada valentía para mirarnos, comprensión para cuestionarnos y aceptar lo que encontramos y, sobre todo, un compromiso profundo con nuestra verdadera esencia. En este proceso de desmontar a “mi perfeccionista” o la mujer perfecta que muchas veces quise ser y mostrar al mundo entendí que ella NO es mala en sí. Si te identificas con ella quiero que sepas que tanto tú como yo creamos a nuestra perfeccionista como un personaje para “sobrevivir”, como la forma que por años aprendimos a obtener el cariño y el reconocimiento del entorno y a sentirnos seguras y que pertenecíamos o éramos importante; y eso es algo absolutamente natural, genuino y necesario para todo ser humano. El problema está cuando elegimos ser nuestro personaje y vivir desde esa parte y no desde quiénes somos completas, íntegras, con aciertos y errores; y entonces “al identificarnos solo con una parte de nosotras, nos marchitamos”… así tal cual, como lo dice esta frase que no recuerdo dónde leí alguna vez.

Dejémoslo claro, ¡la perfección no existe!

Por lo tanto, la mujer perfecta tampoco. Y es que la idea de perfección se sostiene sobre los ideales y las expectativas de los demás, por lo cual eso nunca será posible de alcanzar, pues tenemos preferencias, gustos y sobre todo, creencias diferentes de lo que para cada quien es “perfecto”, por lo que intentar serlo es una tarea titánica y casi suicida que al final lo único que termina haciendo es drenarte la vida y la energía.

Dejar de ser perfecto no significa ser mediocre, pues es válido cambiar perfección por excelencia, aprender esto ha sido para mí un regalo. La excelencia se fundamenta en dar lo mejor de ti, liberándote del resultado y las expectativas de los demás. Sí, eso implica soltar el control, primer síntoma del perfeccionista, y segundo, reconocer que así yo dé lo mejor de mí puede que eso no le guste a otros o no sea lo que esperan de mí, lo cual implica soltar y cambiar la validación externa tan instantánea y apetecida como un pico de dopamina, por la autovalidación que al igual que la serotonina es tranquila y solo se logra aumentar y mantener con hábitos de bienestar diarios y constantes.

Y para terminar…

Este dato de psicología inversa para quienes quieren empezar el trabajo de ser menos “perfectas” o estén en el proceso de poner a un lado el ego y el control, buscando ver qué es lo que hay realmente detrás de esa necesidad de perfección para sanarlo y conseguirlo desde un mejor lugar: solo cuando nos reconocemos imperfectas, abrimos la posibilidad de cambiar y mejorar quienes somos, pues una persona perfecta qué podría o necesitaría aprender si ya es perfecta, piénsalo. Aquí tanta perfección se vuelve inmediatamente en un obstáculo, una barrera que no te deja ver y te impide evolucionar, crecer, cambiar, avanzar y, sobre todo, encontrar esa conexión contigo, esa paz y esa certeza cargada de amor propio que desde el fondo del alma te dice “lo estás haciendo bien”.

Sobre mí

Soy una mujer que ama los nuevos retos, apasionada de la moda, la belleza y la estética conscientes, que cree profundamente en ellas como expresión y generadoras de bienestar cuando son coherentes. Diseñadora de vestuario de la UPB, fashion stylist del IED ModaLab en Milano, con estudios en Psicología de la Imagen y certificación como Experta en coaching de imagen.

Actualmente y durante más de 12 años, he trabajado con distintas empresas como speaker a través de cursos y talleres o en sesiones personalizadas para sus empleados, en experiencias para clientes VIP de diferentes marcas; al igual que como stylist, personal shopper y coach de imagen, para personas naturales.

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