Las mujeres de Gabo

Fucsia.co, 20/4/2014

De mujeres estaba llena su vida y sus libros. Todas memorables, por bellas, aguerridas, santas o putas. Estas son algunas de las que fueron creadas e inmortalizadas en sus letras.

Fermina Daza en la película El amor en los tiempos del cólera - Foto:

Sus personajes femeninos son quizás más protagónicos que los masculinos. Siempre rebosantes de carácter, capaces de llevar a la perdición a los hombres que las rodeaban, ya sea por el amor o el desamor que les prodigan. Siempre dueñas y matronas de su realidad, con destinos trágicos e inmortalidad asegurada. Así son la Cándida Eréndira, Pilar Ternera, Remedios la bella, Fermina Daza, Sierva María de Todos los Santos, la Mama Grande y tantas féminas que colmaron sus obras.

Hoy, a propósito de la muerte del Nóbel, traemos de la memoria de sus libros, la imagen de esos cuerpos armoniosos, o arruinados por el paso del tiempo y la soledad, o por aquellos que sirvieron de refugio a hombres desahuciados de hambre y ansiedad. Así son las mujeres de Gabo.

La Cándida Eréndira en La Cándida Eréndira y su abuela desalmada

“La abuela, desnuda y grande, parecía una hermosa ballena blanca en la alberca de mármol. La nieta había cumplido apenas los catorce años, y era lánguida y de huesos tiernos, y demasiado mansa para su edad. Con una parsimonia que tenía algo de rigor sagrado le hacía abluciones a la abuela con un agua en la que había hervido plantas depurativas y hojas de buen olor, y éstas se quedaban pegadas en las espaldas suculentas, en los cabellos metálicos y sueltos, en el hombro potente tatuado sin piedad con un escarnio de marineros.

(…)—Mi pobre niña —suspiró—. No te alcanzará la vida para pagarme este percance.         

Empezó a pagárselo ese mismo día, bajo el estruendo de la lluvia, cuando la llevó con el tendero del pueblo, un viudo escuálido y prematuro que era muy conocido en el desierto porque pagaba a buen precio la virginidad. Ante la expectativa impávida de la abuela el viudo examinó a Eréndira con una austeridad científica: consideró la fuerza de sus muslos, el tamaño de sus senos, el diámetro de sus caderas. No dijo una palabra mientras no tuvo un cálculo de su valor.

—Todavía está muy biche —dijo entonces—, tiene teticas de perra.
Después la hizo subir en una balanza para probar con cifras su dictamen. Eréndira pesaba 42 kilos.
—No vale más de cien pesos —dijo el viudo.
La abuela se escandalizó.
—¡Cien pesos por una criatura completamente nueva! —casi gritó—. No, hombre, eso es mucho faltarle el respeto a la virtud.
—Hasta ciento cincuenta —dijo el viudo.
—La niña me ha hecho un daño de más de un millón de pesos —dijo la abuela—. A este paso le harán falta como doscientos años para pagarme.
—Por fortuna —dijo el viudo— lo único bueno que tiene es la edad.

Fermina Daza en El amor en los tiempos del cólera:

Fermina Daza se había puesto un camisero de seda, amplio y suelto, con el talle  en las caderas, se había puesto un collar de perlas legítimas con seis vueltas largas y  desiguales, y unos zapatos de raso con tacones altos que sólo usaba en ocasiones muy  solemnes, pues ya los años no le daban para tantos abusos. Aquel atuendo de moda no  parecía adecuado para una abuela venerable, pero le iba muy bien a su cuerpo de huesos  largos, todavía delgado y recto, a sus manos elásticas sin un solo lunar de vejez, a su  cabello de acero azul, cortado  en diagonal a la altura de la mejilla.

Lo único que le  quedaba entonces de su retrato de bodas eran los ojos de almendras diáfanas y la altivez  de nación, pero lo que le faltaba por la edad le alcanzaba por el carácter y le sobraba por  la diligencia. Se sentía bien: lejos iban quedando los siglos de los corsés de hierro, las cinturas restringidas, las ancas alzadas con artificios de trapo. Los cuerpos liberados,  respirando a gusto, se mostraban como eran. Aun a los setenta y dos años.

Sierva María de Todos los Ángeles en Del amor y otros demonios:

Una mañana lluviosa, bajo el signo de sagitario, nace sietemesina Sierva María de Todos los Ángeles, con el cordón umbilical enrollado en el cuello y en muy mal estado de salud.

Fue entonces cuando Dominga de Adviento le prometió a los santos que si Sierva María sobrevivía, no le cortaría el cabello hasta el día de su boda.

Tuvo una infancia extrema, Bernarda la odió desde que le dio de mamar por única vez y no quiso seguir teniéndola con ella por temor a matarla.

Dominga de Adviento la amamantó y la bautizó. Viviendo en el patio de los esclavos, Sierva María aprendió a bailar, a hablar tres lenguas africanas al mismo tiempo, y junto a las esclavas arreglaban su cabellera, que a la edad de cinco años ya la llegaba a la cintura.


Sierva María en la película 'Del amor y otros demonios'

Remedios la bella en Cien años de Soledad:

Cuando vio a Remedios, la bella, vestida de reina en el  carnaval sangriento, pensó que era una criatura extraordinaria. Pero cuando la vio comiendo con las manos, incapaz de dar una respuesta que no fuera un prodigio de simplicidad, lo único que lamentó fue que los bobos de familia tuvieran una vida tan larga.

A pesar de que el coronel Aureliano Buendía seguía creyendo y repitiendo que Remedios, la bella, era en realidad el ser más lúcido que había conocido jamás, y que lo demostraba a cada momento con su asombrosa habilidad para burlarse de todos, la abandonaron a la buena de Dios. Remedios, la bella, se quedó vagando por el desierto de la soledad, sin cruces a cuestas, madurándose en sus sueños sin pesadillas, en sus baños interminables, en sus comidas sin horarios, en sus hondos y prolongados silencios sin recuerdos, hasta una tarde de marzo en que Fernanda quiso doblar en el jardín sus sábanas de bramante, y pidió ayuda a las mujeres de la casa. Apenas había empezado, cuando Amaranta advirtió que Remedios, la bella, estaba transparentada por una palidez intensa.

La Mamá Grande en Los funerales de la Mamá Grande:

Ésta es, incrédulos del mundo entero, la verídica historia de la Mamá Grande, soberana absoluta del reino de Macondo, que vivió en función de dominio durante 92 años y murió en olor de santidad un martes de septiembre pasado, y a cuyos funerales vino el Sumo Pontífice."



Úrsula Iguarán en Cien Años Soledad:

Cuando el pirata Francis Drake asaltó a Riohacha, en el siglo XVI, la bisabuela de Úrsula Iguarán se asustó tanto con el toque de rebato y estampido de los cañones, que perdió el control de los nervios y se sentó en un fogón encendido. Las quemaduras la dejaron convertida en una esposa inútil para toda la vida. No podía sentarse sino de medio lado, acomodada en cojines, y algo extraño debió quedarle en el modo de andar, porque nunca volvió a caminar en público. Renunció a toda clase de hábitos sociales obsesionada por la idea de que su cuerpo despedía un olor a chamusquina.

El alba la sorprendía en el patio sin atreverse a dormir, porque soñaba que los ingleses con sus feroces perros de asalto se mentían por la ventana del dormitorio y la sometían a vergonzosos tormentos con hierros al rojo vivo. Su marido, comerciante aragonés con quien tenía dos hijos, se gastó media tienda en medicinas y entretenimientos buscando la manera de aliviar sus terrores. Por último liquidó el negocio y llevó a la familia a vivir lejos del mar, en una ranchería de indios pacíficos situada en las estribaciones de la sierra, donde le construyó a su mujer un dormitorio sin ventanas para que no tuvieran por donde entrar los piratas de sus pesadillas.