"Mi cuerpo comenzó a reflejar las cicatrices de sus golpes"

Fucsia.co, 19/3/2014

Cuando se conocieron, ella era una niña de 16 años y él, un adulto de 46, casado y con hijos. Su relación, basada en la dependencia, refleja a las 140 mujeres que cada día son maltratadas por sus parejas en Colombia, y las 7 mil adolescentes que dan a luz cada año. Esta es su historia.

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A Carla* aún se le empapan los ojos cuando piensa en cómo perdió dos años y medio de su juventud al lado de un hombre que le triplicaba la edad. Cuando se conocieron, ella realizaba sus estudios fuera del país, alejada de sus raíces y de su familia. Tenía 16 años. Él 46.

Como ella misma reconoce, antes de eso, nunca tuvo la inquietud de experimentar en carne propia lo que era compartir su vida con alguien con quien la diferencia de edad fuese tan marcada. “No me parecía correcto, no tenía curiosidad por saber qué te podía brindar una relación con una persona mayor. Pero como el gusto te entra por los ojos, una amiga mía de la universidad que, a sus 19 años tenía una pareja de 50, me convenció de los beneficios que podía obtener de juntarme con alguien más mayor: las cosas materiales. Un día vino a la universidad, acompañando a la pareja de mi amiga y me invitó a salir. A partir de entonces, me llenó de obsequios que en ese momento me parecían importantes, porque económicamente yo dependía de mis padres”, dice.

Recién cumplidos los 21, Carla denota una entereza poco acorde con su edad. Lógica, por otro lado, si uno atiende a la convulsa historia que marcó su pasado. Si bien, es responsable de sus acciones, reconoce que el papel que jugó su amiga fue vital en el devenir de los acontecimientos. “Ella estaba con su pareja porque le regalaba cosas. Era una persona que se dejaba llevar por lo que los demás tenían y no por lo que eran. Su pareja sabía lo que ella quería, y aún así, le daba gusto, le regalaba cosas, la mantenía. Era un intercambio: te doy sexo, pero tú me tienes que dar ropa, joyas, dinero…  Cuando me di cuenta de que yo también había comenzado a pensar como ella, ya me había entregado totalmente a ese hombre”, explica consciente.

La relación siguió cogiendo forma y ritmo, y tras un año junto a su pareja, a Carla dejaron de importarle los intercambios materiales. “Me enamoré perdidamente de él, a pesar de que él estaba casado y tenía dos hijos con los que irónicamente yo compartía facultad”. Pero el inconmensurable amor que la inundó no llegó solo. El apego tuvo su consecuencia despótica en su pareja, en forma de celos y palizas. “Era posesivo y me agredía. No era solo sicológicamente; mi cuerpo comenzó a reflejar esas cicatrices. Él me enviaba a maquillarme totalmente la cara. Negué ante todos las palizas que me daba, me inventaba otras excusas”.

Así, la niña valiente que dejó su país con la inquietud de comenzar sus estudios universitarios en otra parte del mundo, acabó por vender algo más que su juventud: su independencia y libertad, como ella relata: “Siempre estaba con él. Lo veía todos los días, todos. Al estar en otro país, sentía que a la única persona que tenía era a él. Me ayudaba económicamente; siempre estaba pendiente de mí, de lo que me faltaba, de lo que hacía, de lo que no. Me llegué a sentir tan protegida que no me di cuenta de que acabó por manejar mi vida a su antojo.

Esa era la obsesión de él: "con casi 47 años estoy apoderado de una niña de 17 que está sola y a la única persona que tiene es a mí". Supo como manipularme. No salía. Pensé en retirarme de la universidad porque él no quería que hiciera nada. Odiaba que el celular me timbrara. No quería ni que mi familia estuviera cerca de mí. “Si sigues con tus amigas me vas a perder a mí”, me decía. Y por no perderlo, perdía al resto. Si me decía que no fuera a un congreso de la universidad, no iba. Si no le gustaba cómo alguien me saludaba, no le volvía a saludar. Un día me pegó porque un amigo de clase se despidió de mí con un beso en la mejilla. Él decía amarme, y en algún momento lo creí, pero no veo cómo puedes amar a alguien y hacerle daño al mismo tiempo”, comenta.

Tras buscar tener un hijo juntos sin éxito, someterse ambos a pruebas de fertilidad, soportar amenazas y palizas constantes, además de coacciones y múltiples desplantes, Carla encontró el arrojo suficiente para dejar la enfermiza relación que la consumía. “Para el día del padre, le pedí permiso para viajar a mi casa. Me lo dio y me fui. Ese día, mi padre me dio el empujón definitivo que necesitaba para terminar con esa persona. Recuerdo sus palabras. Con lágrimas me dijo que no aguantaba más, que temía el día en el que le llamaran para decirle que su hija estaba muerta por los golpes de él. Ver su llanto me hizo reaccionar y darme cuenta de que estaba haciendo daños a las personas que más amo en el mundo por otra que no vale nada. Era ahora o nunca”.

En la actualidad, Carla es una mujer de firmeza envidiable y sonrisa pletórica. Ahora es dueña de su destino y de una entereza inquebrantable. “Tengo el poder en mis manos. No puedes depender de un hombre, ni de un sentimiento. Dependes de ti mismo, de tus conocimientos, de lo que sepas hacer. Aquí en Bogotá me toca muy difícil. Tengo que trabajar 13 horas de lunes a sábado, pero prefiero trabajar 13 horas que comprometerme otra vez con él o con nadie. Me siento libre, me siento tranquila”, concluye.

Cada año en Colombia nacen 7.000 niños de madres menores de 14 años
 
La historia de Carla no es una anécdota aislada. En Colombia se suceden los casos en los que niñas menores de edad se involucran con adultos, más conscientes estos, experimentados y desarrollados mental y físicamente que ellas. “Cada año hay cerca de 7.000 nacimientos de madres menores de 14 años. El escándalo se duplica cuando miramos la edad de los hombres que actúan como fecundadores de estos embarazos: en promedio, el 84% de ellos es 8 años mayor que las niñas”, indica Mary Luz Mejía Gómez, asesora en salud sexual y reproductiva del Fondo de Población de las Naciones Unidas.

Para la experta, existen ciertos condicionantes que hacen que esta realidad se perpetúe en territorio colombiano y en toda Latinoamérica: “El elemento económico, el de supervivencia, la falta de educación de la menor, y la inequidad social del desarrollo, junto con la explotación del consumo, ayudan a que los varones seduzcan a las niñas. La seducción esta mediada por el regalo, las zapatillas que quieren, el celular que quieren, las cosas que quieren… En el caso del adulto, el factor patriarcal de la masculinidad tan arcaico que todavía prevalece, según el cual el hombre debe hacer a la mujer a su modo, para que sea como él quiera”.

La edad lleva implícito una circunstancia de poder y dominio que puede ser lesiva en determinadas circunstancias; por ejemplo, cuando se da en relaciones en las que la diferencia de años es excesivamente marcada. Entonces, como asegura Mejía, “los objetivos de esa relación son totalmente diferentes. Mientras la niña busca elementos de fortalecimiento de su yo íntimo en lo afectivo, en lo relacional, el adulto que ya tiene una experiencia amplia en este campo lo que va a hacer, la mayoría de las veces con intención, es explotar esos elementos de relacionamiento que aparecen en el mundo afectivo. Este tipo de relaciones lo que hace es estructurar personalidades dependientes, mujeres incapaces”.

La asesora de la ONU es clara en sus consideraciones: “Que tu primer amor sea el amor propio, porque en Colombia culturalmente tenemos el signo de que el amor es darse, es entregarse, despersonificarse, a cambio de que me mantengan, de que pueda estar tranquila, de que me quieran”.

*Nombre ficticio para proteger el testimonio