Hélène Restrepo Bôland, una antioqueña colombo-francesa, gestora de empresas culturales, habla acerca de su vida y de su corto paso por uno de los escenarios más tradicionales de Medellín, el Teatro Pablo Tobón Uribe.
Alegre, fiel, de carácter fuerte y gran corazón, Hélène Restrepo Bôland le encuentra sabor a la vida y quiere que todo salga perfecto con positivismo y organización, de lo contrario, se vuelve regañona y muy brava, como buena Leo.
Desde chiquita, su mamá, Louise Bôland, la llevaba al teatro, a museos, a conciertos y exposiciones. Creció en un ambiente de amor al arte, oyendo música clásica, pero su pésima memoria no recuerda los nombres de los compositores, aunque se sabe todas las melodías y las tararea. Le encanta también la música electrónica y las nuevas tendencias, como el grupo Frente Cumbiero y Juancho Valencia.
Le gusta leer sobre cultura, novelas en francés, los libros de su cuñada, María Cristina Restrepo López, y el horóscopo. Le fascina nadar y hacer ejercicio, los vestidos, las piedras preciosas y coleccionar recuerdos de sus viajes.
Cuando cumplió 30 años, de regalo se mandó a poner un piercing en la nariz, pero estando en París, en vísperas de un viaje, se le cayó en el baño y pensó: “Ya tengo 37 años, ya tengo una hija…”, y en esas se distrajo, que el tetero, que el pañal, que empacar y cuando se montó en el avión se acordó: “¡Ay!, no, dejé mi piercing! Lástima, era lindo y discreto, pero ya había cumplido su ciclo”.
Una vida bien aliñada
“Mi papá es de familia paisa y mi mamá francesa. Muy joven él viajó a Alemania, a donde mi mamá había ido a estudiar Historia y Lingüística en la universidad. Se conocieron y él se la trajo para acá, pero para ella fue un cambio muy drástico. Trataron de regresar a Francia, pero como mi papá es médico y no podía ejercer la medicina allá, se fueron para Argelia, que era colonia francesa en África.
“Nací en Rionegro porque mi papá era el pediatra del hospital de esa población, donde obviamente debía nacer yo. Luego viajamos a Argelia, pero mi mamá no quiso que su hija creciera en un país que en la época tenía concepciones tan diferentes a la cultura materna, así que volvimos y ya ella se enamoró de Colombia, la vio con otros ojos y se quedó.
“En mi casa siempre hablábamos en francés y nos educamos en un ambiente con costumbres muy francesas, como comer siempre en la mesa y terminar con conversaciones de sobremesa; mi mamá nos servía platos exóticos para nuestros compañeros, como carne cruda, mostaza y mayonesa hechas en casa; las crêpes eran nuestro postre favorito, lo mismo que el flan de vainilla con la receta de mi abuela materna, la Tarte au pomme y el pan francés, que no podía faltar. La veíamos cocinar, hacer tartas y unos pasteles de cumpleaños con decoración de banano, inmensos y deliciosos. Yo, en cambio, no cocino nada bien, aunque me divierto mucho con mis amigas en las clases.
“Mi abuelo era músico y mi mamá quería que yo fuera violinista, entonces entré al Diego Echavarría, un colegio de música que tenía bachillerato, pero como mi mamá era una institutriz muy exigente con los colegios, yo pasé por nueve, aunque nunca salí por mal rendimiento. Viví en muchas partes, pero cuando tenía 14 años tuvimos que irnos para Francia por la situación que se vivía en Colombia. Volví de 16 años y viví con mi padre. Mi madre y mi hermano Alexandre se quedaron durante dos años más allá.
“Yo sentía que Colombia era mi país. Me gustaba mucho Francia, pero no me identificaba con sus costumbres, además, me sentía muy sola. Me encanta la alegría de los colombianos, su positivismo, su compañerismo, su apoyo. Somos latinos y tenemos un corazón que palpita rápido, por todo ello, les dije a mis padres que me quería quedar en Colombia, y eso fue difícil para la familia.
“Como todas las niñas de la época, tuve mis novios y mis amigos, pero mi foco era vivir la vida, conocer, viajar, explorar. Hice un año de Ingeniería Química y luego me pasé a Administración de Empresas, y me gustó muchísimo. En Bogotá trabajé en el centro, iba en bus a la Federación Colombiana de Municipios, hice mi práctica empresarial y conocí muy bien a la ciudad. Todas estas, experiencias para llenar la maleta.
“Viví dos años en Cali y trabajé en Medellín como directora administrativa y financiera de la Alianza Francesa, donde hice una especialización en Finanzas en la Universidad Pontificia Bolivariana. Años después, me presentaron a Gonzalo Restrepo López en una reunión de la Embajada. Fue algo del destino. Nos conocimos, trabajamos juntos, realizamos proyectos para la Alianza, y me enamoré profundamente de él. Es un gran conversador con quien se puede tratar todos los temas, tranquilo, de un corazón enorme, muy preocupado por la cultura, por el destino del país y por el bienestar de los demás; ahí fue cuando quedé flechada.
“Mi casa es mucho la casa de Gonzalo, él me lleva 23 años y para mí es perfecto, y yo para él, por mis gustos y mi manera de ser. Él es increíble, trabaja incansablemente y toma decisiones grandes y difíciles todos los días, pero también tiene ese lado femenino que es escaso y que lo hace más profundo y sensible a lo que lo rodea, tiene un gusto refinado, y cuando va a un anticuario encuentra el objeto especial que no todos ven. Ese puesto no se lo he podido quitar… En mi casa nunca falta la arepa, pero es más por Gonzalo. Yo me siento colombiana con sazón francesa.
“Todos los 31 de diciembre celebro la llegada del nuevo año escribiendo 12 deseos, lo que quiero mejorar y lo que quiero seguir haciendo, y quemo los del año que está terminando… Un deseo era el de ser paciente y hace siete meses, cuando nació mi hija Anaïs, empecé a serlo amorosamente.
“Desde el 2009 gerencio la Corporación Fomento de la Música, que tiene a su cargo la Orquesta Sinfónica Juvenil de Antioquia. Estando allí, el Secretario de Cultura me propuso dirigir el Teatro Pablo Tobón Uribe, y yo le contesté: ‘Esa es música para mis oídos’. Acepté y trasladamos la orquesta al teatro, donde trabajan 19 personas dedicadas y muy pilas, incluso el tramoyista, Carranza, que lleva 30 años en el teatro. Siempre le agradezco a Dios por las cosas tan lindas que tengo”.
La obra acometida
“Las personas que llevan más de 35 años aquí en Medellín afirman que en alguna oportunidad fueron al Teatro Pablo Tobón Uribe, que está cumpliendo 60 años. Allá llegaron por primera vez la ópera y la zarzuela, era donde se presentaban las mejores obras, la gente iba superelegante. Luego, desapareció de la mente de todos y ahora los jóvenes ni lo conocen. Mi sueño era que este volviera a ser lo que era.
“En 1952, cuando invitaron al arquitecto Nel Rodríguez a construir el teatro, él estudió artes escénicas para saber cuáles serían las mejores condiciones escenográficas y en aras de que el público tuviera la mejor calidad audiovisual. El teatro tiene 880 sillas, 60 palcos, y a las personas que ocupan las últimas sillas de atrás las separan 28 metros del escenario, o sea que tienen una visibilidad óptima. Posee una de las mejores tramoyas, que en la parte alta del escenario alcanza unos 10 a 15 pisos y que todavía es manual, lo que permite hacer unos juegos increíbles y se adapta perfectamente para todas las artes: música, teatro, ópera, danza, ballet, títeres, en fin…
“El Café-Teatro, inaugurado bajo mi dirección, está abierto de once de la mañana a diez de la noche, de domingo a domingo, con programaciones alternas en un pequeño escenario, como ensambles de percusión, jazz, pequeñas agrupaciones que quieran tocar, marionetas, monólogos, en fin, es un espacio abierto para que se lo tomen los artistas.
“Gracias al apoyo de la Alcaldía hicimos la impermeabilización del techo, las acometidas eléctricas, detalles en todos los rincones, el cambio del piso del escenario. Con la madera de ese piso, por donde pasaron Marcel Marceau, Fanny Mikey y grandes compañías de ballet y de ópera, fabricamos las mesas del café, encapsuladas en resina, pero sin ningún otro tratamiento, o sea que la madera está como quedó después de tantos años, y escribimos sobre las mesas una pequeña frase para explicarles a las personas que esas son las tablas del piso del teatro por donde pasaron grandes artistas.
“Igualmente, pintamos de blanco los muros del teatro para colgar exposiciones de pintura rotativas, en conjunto con el Museo de Arte Moderno de Medellín. Hoy, después de haber hecho esta labor, estoy convencida de que en Colombia tenemos que apreciar las cosas que valen la pena y que nuestros ancestros construyeron con tanto esfuerzo. Revitalizar el centro de las ciudades y aprender la enorme importancia que tiene la cultura en nuestra sociedad debe ser un anhelo de todos”.=?