El cada vez más creciente número de personas que viven solas en todo el mundo replantea las teorías acerca de la familia, que ahora puede ser unipersonal. Entérate aquí.
“El que a solas se ríe, de sus picardías se acuerda”, dice el refrán. Tal vez reírse a solas sea solamente una de las muchas prerrogativas de vivir solo, pero no representa algo deleznable, como pueden pensar las personas que están acostumbradas a llegar a su casa y compartir anécdotas, chistes y gustos con su familia.
Pero la parte realmente estimulante de vivir solo, que no se puede medir solamente en términos de diversión, tiene que ver más con condiciones como la privacidad, la autonomía y el anonimato que experimentan aquellos que han escogido esta alternativa de vida por elección propia o por circunstancias particulares de su vida que las han determinado a elegir este camino. La palabra soltero, en virtud de estas características, ha sido reemplazada definitivamente por una mucho más precisa: “solo”.
La pregunta de por qué la época actual marca una tendencia de crecimiento abrumador de las personas que viven solas, tiene muchas respuestas, de las cuales algunas se convierten en verdades de Perogrullo: quienes viven solos pueden disfrutar de cosas placenteras como controlar su tiempo y disponer de su espacio como les plazca, tienen la libertad de escoger lo que les gusta y desean en todo sentido.Será por eso que, después de divorciarse de su marido, una persona que vive sola hizo alguna vez la siguiente reflexión: “noto que las mujeres solteras envidian la vida de compañía que llevan las casadas, pero noto que las casadas envidian aun más la vida que llevan las solteras, sobre todo, de las que viven solas”.
Un mundo que se singulariza
Eric Klinenberg, sociólogo americano, especialista en estudios de urbanismo, cultura y medios, y autor del libro Going Solo: The Extraordinary Rise and Surprising Appeal of Living Alone, (Andando solo, el extraordinario aumento y sorprendente atractivo de vivir solo), de la editorial Penguin Press, afirma que aunque la mayoría de la gente piensa que vivir solo es algo que se estila más en Estados Unidos, este país se queda rezagado frente a la realidad europea, que demuestra que este fenómeno se da muchísimo, por ejemplo, en los países de la península escandinava, donde los gobiernos propician el bienestar de sus ciudadanos y existen sólidos mercados.
Pero en los últimos años este modo de vida se ha reproducido rápidamente en países que tienen economías en auge, como Brasil, China e India. En Colombia, algunos estudios de familia del Instituto Latinoamericano de Liderazgo dicen que solamente en Bogotá 13,9% de los hogares son unipersonales. Por otra parte, se calcula en una cifra que pasa del millón de ciudadanos colombianos que viven solos.
Klinenberg, quien ha estado estudiando el aumento de los que viven solos durante cerca de una década, dirigió a un equipo que se dedicó a entrevistar a más de trescientas personas que llevan este tipo de vida y analizaron algunos libros que forman parte de una literatura emergente acerca de esta. De la pesquisa se desprenden valiosas conclusiones acerca de lo que Klinenberg llama “un increíble cambio social”, que en gran parte tiene su raíz en las experiencias desastrosas de muchos que alguna vez se atrevieron a compartir su casa o su sitio con otros.
Las historias acerca de los compañeros de estudio o apartamento conllevan una buena dosis de congoja. Entre las numerosas clases de estos, catalogados en un aparte señalado en el libro como ‘Problemas con los compañeros’ hay de todo: el que fuera una vez amigo y dejó de pagar el arriendo o la parte correspondiente de los servicios, el que roba, el de mal genio, el que nunca sale de la casa, el mudo, el alcohólico, el que se come la comida del otro, el que jamás lava los platos, el que huele a feo, el que odia a la novia del otro o, peor aún, “le cae”; el que se convierte en “la novia” del otro y rompe con este, pero se niega a irse de la casa. Por eso, en las décadas recientes ha aumentado el número de jóvenes que están en sus veintes o treintas y que prefieren vivir solos como parte de su etapa de transición hacia la adultez.
¡Que viva la libertad!
“Vivir solo es liberador por definición”, afirma Klinenberg en su libro. Garantiza la libertad sexual y facilita la experimentación. Da tiempo de madurar y desarrollarse y, en el caso de quienes así lo quieren, de encontrar amor. Igualmente, les facilita a las personas socializar cuando y como lo deseen, y a preocupase por ellos mismos hasta el punto en que lo necesiten. Por su parte, los profesionales ven el hecho de tener su propia casa como una señal de éxito y distinción, sin dejar de lado que es una manera de descubrirse y afianzar su seguridad en sí mismos.
Por otra parte, el matrimonio, pospuesto para después de los veintes y tempranos treintas, es un fenómeno que ha hecho que los jóvenes le den más importancia a sus aspiraciones profesionales más que a la vida en familia y prefieran ante todo la experiencia de vivir solos, pues se trata de una situación en la que pueden dar todo de sí mismos para sobresalir. Así, no les importa invertir más tiempo en su vida profesional y dedicarse a aprender nuevas destrezas, perfeccionar sus estudios, viajar, trasladarse, cimentar una reputación, adentrarse en las oportunidades del mercado laboral una y otra vez, y todo esto resulta más fácil cuando no se es responsable sino de sí mismo y, sobre todo, cuando se vive solo.
La soledad, esa temida compañera, puede convertirse en la mejor amiga cuando se vive solo. Porque la gente necesita tiempo y espacio para distensionarse y pensar en que no hay nada mejor que la soledad cuando es buscada y consentida libremente. Si encontrarla cuando se vive con otros es un lujo, viviendo solo es una garantía. Y algo todavía más estimulante para los que han decidido dar el paso hacia un espacio más pequeño para moverse y uno más grande para ocuparse de sí mismos, es que las personas que han experimentado vivir solas pueden encontrar una pareja que las satisfaga y una vida familiar armónica con mayor facilidad.
Después de todo, bastarse a sí mismo es una excelente fortaleza para aportar a la vida en común, y si lo importante, como en la película de Woody Allen, es “que la cosa funcione”, si hay un desencuentro se debe pensar en que no hay nada más solitario que vivir con la persona equivocada. Klinenberg concluye en su libro que la gente que ha pasado por un divorcio o separación se reafirma a menudo en esta convicción, y que en contraste con la experiencia vivida, andar solos les permite compartir el tiempo con otros, pero en sus propios términos.