Desde Austria, esta firma desafía al sistema con fórmulas frescas, ingredientes éticamente seleccionados y una visión que prioriza el bienestar sin comprometer los recursos del planeta.
En la eterna búsqueda de una vida más consciente, muchas de nosotras empezamos por lo esencial: lo que comemos, lo que compramos, lo que usamos a diario sobre nuestra piel. Y ahí, en ese gesto íntimo frente al espejo, es donde Ringana se ha convertido en un fenómeno. La marca austríaca —de la que todo el mundo habla en Europa y que ya comienza a conquistar también a las consumidoras colombianas— no solo ofrece productos eficaces, sino también una nueva forma de entender la belleza: sin artificios, sin tóxicos.
Ringana nació del deseo de sus fundadores Andreas Wilfinger y Ulla Wannemacher por proteger a su familia de los químicos innecesarios. Pero lo que comenzó como una pequeña inquietud doméstica se transformó en una empresa con una visión poderosa y coherente: ofrecer cosmética de alta calidad, 100% fresca, vegana y libre de crueldad, con un mínimo impacto ambiental. Y lo ha logrado sin ceder en lo más importante: la eficacia.
Porque sí, sus cremas, sueros y complementos nutricosméticos funcionan. Y lo hacen gracias a un principio simple pero revolucionario en el sector: la frescura. Los productos de Ringana se fabrican bajo demanda y en lotes pequeños, sin conservantes artificiales, lo que garantiza que los principios activos lleguen a nuestra piel con toda su potencia intacta. El resultado es una experiencia sensorial única y resultados visibles, respaldados por ciencia y sostenibilidad.
Pero hay más. Nuestra Directora Editorial habló con Patrick Sonnleitner, Director de Responsabilidad Social y Medioambiental de la marca, queda claro que la marca no está aquí para cumplir con las expectativas mínimas. Su enfoque es circular, no lineal. “Pensamos en ciclos, no en tendencias”, afirma. Cada decisión —desde el cultivo de los ingredientes hasta el diseño de los envases— responde a una lógica regenerativa que busca devolver al entorno más de lo que se toma de él.
En lugar de empaques lujosos que terminan en la basura, ofrecen un sistema de retorno de envases. En lugar de una comunicación aspiracional vacía, la marca promueve un activismo cotidiano y real. Incluso su centro de producción es un campus sustentable donde se generan energías limpias, se reutiliza el agua y se trabaja bajo los más altos estándares éticos.
No se trata solo de una solución técnica, sino de un cambio profundo en la forma en que entendemos el consumo. Aquí, el lujo no está en lo nuevo, sino en lo que vuelve. Lo verdaderamente sofisticado no es estrenar envase, sino cerrar el círculo con inteligencia.
Y, por si fuera poco, sus productos no solo cuidan la piel, también alimentan el cuerpo desde dentro. Su línea de nutricosmética es una de las más completas de Europa y apuesta por una belleza integral, consciente de que el bienestar empieza mucho antes de aplicar la primera gota de sérum.
Lo admirable no es solo lo que fabrica, sino cómo lo fabrica. Cada etapa del proceso —desde el cultivo de los ingredientes hasta el envío al cliente final— está pensada para minimizar el impacto ambiental y maximizar el beneficio para el usuario. No es una marca que hable de sostenibilidad como un valor añadido: la sostenibilidad es su lenguaje natural.
Y es precisamente esta forma de pensar —integral, sin atajos— lo que la ha convertido en un fenómeno europeo. En lugar de maquillar el discurso ecológico, allí lo viven desde dentro. Y eso se nota. Se nota en la transparencia con la que comunica, en la coherencia de su crecimiento y en la fidelidad de quienes la descubren.
En lugar de hablar de sostenibilidad como un eslogan, lo aplican como una fórmula científica y sensata. Su campus en Austria funciona con energía solar, sí, pero lo verdaderamente innovador está en los detalles: cuando no hay luz suficiente, la empresa no recurre a baterías industriales ni a soluciones de alto impacto. Al contrario: enfría agua y la utiliza como reserva energética. Es una solución silenciosa, que responde a una pregunta esencial para el futuro: ¿cómo podemos hacer más con menos?
Cuidarse hoy implica más que elegir un buen sérum: es también una forma de posicionarse, de decidir qué tipo de industria queremos respaldar cada vez que abrimos un frasco.