De la mano de su nuevo director creativo, el diseñador Demna Gvasalia, la tradicional marca plantea un nuevo significado de la palabra lujo.
Los seguidores más dedicados de la moda saben que ella es una danza constante entre pasado y presente (y que si bailan es al ritmo del futuro, que los motiva siempre a un movimiento sin tregua). Pero algunos de los juegos del tiempo en la moda actual tienen todo que ver con lo que implica el espabilo colectivo y digital; con la saturación de información y de imágenes; con el apetito voraz de una audiencia siempre enterada, y también, como lo ilustran las informaciones siempre circulantes, con ese imperioso esfuerzo por preservar los legados de casas cuyo(a) creador(a) fundacional ha perecido. Es decir, la moda actual es una especie de danza entre un orden antiguo y la velocidad.
La moda, además, se asocia al deseo, la identidad, la sexualidad, la subjetividad,y muchas arterias de la condición humana. Aun cuando hoy sea un fenómeno de la cultura popular, manoseado por una promiscuidad visual, su vínculo con el lujo es (y será siempre) inevitable –hace parte de su discurso primario, de sus bases fundacionales–. Aunque hace tiempo ya que se le quiera asignar la cualidad de democrática, la moda todavía evoca las ensoñaciones que disparan los mundos inalcanzables. Sigue siendo un asunto de estatus, sigue destilando las energías del poder adquisitivo y la posibilidad material.
Y si la moda es como asomarse a un espejo que nos devuelve el estado cultural actual, ¿qué es el lujo en la era de la moda Instagrameable? ¿Cómo opera el lujo en la era de las pantallas, cuando la moda más que nunca se siente vertiginosa e ilusoriamente cercana? Porque también es cierto que una característica más factual sobre la moda que nos rodea es que ella es, además, la dama de compañía de conglomeraciones corporativas que concentran en sus rótulos financieros algunos de los nombres más emblemáticos de ese orden antiguo de la moda moderna.
Todas estas anotaciones y características nos conducen a uno de los nombres más relevantes en las circunstancias actuales: Demna Gvasalia. Un nombre donde parecen confluir con precisión el presente y el pasado. Porque hace poco, en la más reciente celebración de la Semana de la Moda en París, Gvasalia ha debutado como el nuevo capitán de una de las casas emblemáticas de ese viejo orden de la moda, donde el haute couture agotaba el significado de la palabra: Balenciaga.
El asunto con estas posiciones es que implica la responsabilidad de interpretar un lenguaje visual que ya ha caducado pero que desprende el lustro de la inventiva y la respetabilidad; es decir, estos diseñadores ordenados por las grandes corporaciones de la moda para ocupar los zapatos de un diseñador que ha perecido, se convierten en los coreógrafos entre el presente y el pasado.
El pasado, en este caso, le corresponde a ese maravilloso creador que fue Cristóbal Balenciaga –un arquitecto de las formas, un fervoroso creyente en las proporciones y una de las figuras más selladas en el imaginario de ese viejo orden donde moda era sinónimo de Alta Costura y nada más–. El contraste entre la época de Cristóbal con la era de Gvasalia se refleja en la siguiente anotación: para Balenciaga habría sido risible diseñar para señoritas solteras o delgadas.
Su época y su arte creían en la mujer distinguida, la que entrada en años disponía de una cierta posición social, la que quería disimular la flacidez y protuberancias de los años –recordemos que Balenciaga aniquilaba la cintura en algunos de sus muestras más memorables– y para la cual Balenciaga decidía resaltar ciertos puntos del cuerpo, como el cuello o las muñecas, los puntos focales donde habrían de centellear las joyas que solo ciertas mujeres, de cierta edad y de cierta energía social, podrían desplegar. El lujo de Cristóbal Balenciaga era el de un mundillo de mujeres privilegiadas que podían ser indulgentes con sus apetitos sartoriales y mandarse a fabricar todo un vestuario completo sobre la medida.
El presente, por otro lado, está directamente sintonizado con otro nombre al que se debe asociar, a Demna Gvasalia: Vetements, el sello que más zumba en el radar del momento actual. Más que un sello, Vetements es una especie de fenómeno cultural, uno que ha sido tildado por una prensa efusiva como visión radical y democrática, una especie de redención para un paisaje de moda gastado, hastiado de los conceptos convencionales de glamour, hecho para un consumidor fastidiado del artificio y que busca una inyección de autenticidad sin tener que asumir los riesgos de una experiencia realmente “alternativa”.
Vetements es la glamorización de lo callejero y lo underground, una exaltación vacía de la otredad, y la reincidencia de una de las nociones más gastadas de la moda en general: que lo “auténtico” brota de las aceras, que las elites absorben esa autenticidad, al menos a nivel de forma, a precios elevados. En otras palabras, Vetements es una metáfora de la moda actual en la que su audiencia sabe muchas veces que lo que ve no es más que una imagen construida, pero que escoge, no obstante, asumirla como una muestra de supuesta autenticidad.
Pero hablemos de la ropa de Gvasalia para Balenciaga. Hablemos sobre cómo logró apropiarse de un lenguaje extinto a través de piezas que están más emparentadas con el linaje de Vetements: parkas y chaquetas biker, abrigos tipo puffer y gabardinas. Muchas tenían una magia estilística: descubrían los hombros y el esternón, hacían oda a ese emblema de la Alta Costura que centraba en ese tipo de cuello un sentido de sensual elegancia.
Vale recordar que la moda, además, siempre es contrariedad. Y que después de todo, este outsider tiene experiencia con Martin Margiele y Louis Vuitton, que los precios de su Vetements tienen todo menos sentido igualitario, y que si bien realiza desfiles en lugares ligeramente sórdidos o se apropia de elementos populares como DHL, acaba de ingresar a uno de los conglomerados corporativos más titánicos del sistema de lujo actual.
Los diseñadores que mejor articulan su oficio no son artistas u hombres de negocios, sino más bien alquimistas de cierto tipo. Su alquimia consiste en usar la ropa como medio para transmutar ideales, creencias, apetitos, comportamientos, identidades, destilaciones de su momento cultural. Gvasalia, que se une a las filas de diseñadores jóvenes sobre cuyos hombros recae el peso de una historia y un orden de moda que ya es distante, ha logrado algo fundamental.
Ha sincretizado los códigos de una moda que celebra el street style (no siempre como estilo espontáneo encontrado al azar en la calle sino simplemente fotografiado en una calle, afuera de un desfile); ha fundido el lenguaje visual, arquitectónico de Cristóbal Balenciaga, con los códigos sartoriales de una época que busca un vestir que sea llamativo para el lente digital, que destile una idea (así sea falsa de autenticidad); y una moda que cree ferozmente en la mezcla de contrarios (tipo elegancia y urbanidad desarreglada).
El lujo de Gvasalia es un símbolo de cómo el concepto transmuta en esa danza entre presente y pasado. Para ser contemporáneo, ese lujo debe incluir el espíritu de la hipemodernidad. Y demuestra que, efectivamente, la moda danza entre tiempos y transfigura el significado de algo, pero que también, como una especie de felino lleno de torpeza y de gracia, se muerde su propia cola en una persecución de contrariedad. El outsider más celebrado de la moda actual es ahora el capitán de una de las casas más lujosas del repertorio global.