Con su canto a la libertad y la dignidad humana, enmarcada en su canción de título
Rise Like a Phoenix (en español, renacer como un ave fénix),
Conchita Wurst (apellido que en alemán significa ‘salchicha’) consiguió para Austria su segunda victoria en el festival de Eurovisión, el certamen anual en el que participan representantes de diversos países miembros de la Unión Europea de Radiodifusión.
El extravagante artista
salió al escenario enfundado en un llamativo vestido de largo hasta el suelo, tacones de vértigo y melena impecable. A esta le acompañó una espesa barba que adornaba su rostro y contrastaba con sus brillantes ojos verdes, bien maquillados y definidos.
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Bajo esta caracterización, meticulosamente medida y estudiada, se esconde Tom Neuwirth, un austriaco de 25 años que hizo de su triunfo en el concurso una reivindicación al cambio. “Esta noche está dedicada a todos los que creen en la paz y la libertad. Somos una unidad. […]Para mí, mi sueño se hizo realidad. Pero para la sociedad, me demostró que las personas quieren avanzar, mirar al futuro. Dijimos algo, hicimos una declaración”, decía emocionado.
Tras la inusual victoria del transexual, las declaraciones de animadversión no se hicieron esperar, provenientes en su mayoría de los sectores más conservadores de ciertos estados del este europeo, como Rusia, Bielorrusia y Ucrania. Declaraciones como la vertida en Instagram por el compañero de profesión de Wurst, el rapero y actor ruso Timati, en la que escribió que
ese triunfo es consecuencia de la “enfermedad mental de la sociedad contemporánea” evidencian la brecha que todavía existe en estos estados en relación con la apertura sexual y la visibilidad y tolerancia con la comunidad LGBTI.
Actuación de Conchita Wurst en Eurovisión
La polémica suscitada por Wurst ha puesto de nuevo en el ojo público la necesidad -o no- de
contemplar la creación de una legislación efectiva que proteja la potestad del ser humano a elegir su género, una decisión que, por otro lado, no implique la concesión de derechos irrefutables e innegables a la condición humana.
Es en estos preceptos donde descansa la connotación del tercer sexo, una terminología que describe a aquellas personas que no se consideran ni hombres, ni mujeres. Una categoría humana que repercute a varios niveles de la vida del sujeto, como sucede con el resto de población divida comúnmente en género femenino y masculino: en su orientación y libertad sexual, en la propia identidad de género, en la dignidad y en el reconocimiento de sus libertades públicas y derechos humanos.
“Los derechos de las personas transgénero a su propia identidad y a la salud, la educación, el trabajo y la vivienda, entre otros, se reconocen cada vez más”, declaró Charles Radcliffe, jefe de la Sección de Asuntos Globales de la Oficina del Alto Comisionado de la Organización de las Naciones Unidas (ONU) para los Derechos Humanos a la agencia de noticias
Inter Press Service.
En efecto,
cada vez son más los países que se suman al reconocimiento de la condición transgénero, como Argentina, que cuenta con una de las leyes sobre identidad de género más aperturistas del mundo, o la India, el último estado en unirse contra este tipo de discriminación.