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¡Mea Culpa!

, 1/9/2011

Errar es de humanos. Pero, ¿qué pasa cuando la culpa atraviesa la puerta y se instala en la vida de las personas como un sentimiento permanente?

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¿Recuerdas la vez que regañaste seriamente a tu hijo por una falta y le prohibiste ir a una fiesta? ¿O esa tarde cuando pasaste por una vitrina y terminaste comprando un par de zapatos, aunque sabías que se salían de tu presupuesto? ¿O el fin de semana cuando decidiste quedarte en casa, no pararte de la cama ni contestar el teléfono, aunque sabías que tus amigos te tenían más de un plan? Seguramente al cabo de tomar tu decisión sintiste un ligero malestar, algo así como un “no debí hacerlo”.
 
Más conocido como culpa, cargo de conciencia, guilty feeling, es una sensación que todos los seres humanos han experimentado cuando perciben que no están haciendo lo correcto. No importa que tan ‘malvado’ te considered, todo hombre es susceptible de enfrentar la culpa, y así como algunos saben manejarla como un sentimiento más de los muchos que atraviesan la conciencia humana día a día, hay quienes la convierten en  un motivo de angustia permanente y es ahí cuando la culpa deja de ser un sentimiento esporádico para convertirse en un verdadero karma.
 
El origen del mal
En sus apuntes, el sicoanalista Sigmund Freud describió la culpa como una lucha entre el Yo y el Súper Yo, esa conciencia interna que condiciona los comportamientos del ser humano a unos códigos o normas. Hoy en día, los sicólogos la consideran como  una especie de ‘pegamento social’ que promueve las buenas maneras, frena los  impulsos egoístas y hace que las personas reflexionen sobre ciertas actitudes que pueden vulnerar los derechos o intereses de otros.
 
Cuando los bebés nacen, llegan a este mundo sin culpa, ignoran ese concepto, a diferencia de otros como el afecto, o el abandono. A medida que se desarrollan aparece la desaprobación por parte de sus padres, de repente ante una situación cualquiera desaparecen las risas y caricias y la mamá se pone seria y brava. Luego, el  niño aprende que si se porta bien lo premian y si no, lo castigan, en lugar de aprender: soy humano y me equivoco, el mensaje es que “los errores son malos”.
 
Algunos padres educan a sus hijos culpándolos por cosas que van más allá de su capacidad de percepción, por ejemplo, encontrarse un balde de pintura roja y hacer dibujos en la pared, o mojar la cama después de dejar el pañal. Estos hijos seguramente serán adultos capaces de sentirse culpables por casi cualquier circunstancia que ocurra a su alrededor. A esta condición los sicólogos la han denominado ‘Culpa inapropiada’, debido a que afecta aspectos simples de la vida, como en el caso de Raquel, una ejecutiva de cuenta de 28 años, que no puede evitar que la culpa la persiga por todas partes. “Cuando voy en mi carro al trabajo y está lloviendo, me siento culpable por la gente que va a pie. Cuando salgo a almorzar me siento mal si me demoro diez minutos más en el restaurante, también me siento culpable si no leo el periódico o veo el noticiero, porque estoy ignorando lo que pasa en el mundo… Suena gracioso, pero no lo es. Últimamente la culpa está afectando mi vida laboral, pues asumo que las cosas que salen mal son culpa mía, cuando en realidad sé que otros han contribuido”.

La mamá de todas las culpas
Existe otro tipo de culpa denominada ‘Culpa existencial’. Cuando una mamá tiene a su bebé, se siente responsable por lo que pueda pasarle, porque es un ser indefenso, pero cuando el niño comienza a ir al colegio, se convierte en un ser independiente, que puede ser responsable de algunos de sus actos. Para algunas madres es difícil aceptar este hecho, entonces, sin darse cuenta, comienzan a descalificar todo lo que hace su hijo, como una manera de sentir que aún las necesitan y dependen de ellas para hacer las cosas bien. Incluso, algunos hijos llegan al punto de sabotear sus propios éxitos como una forma de no superar a sus padres, pues se sienten culpables por ser jóvenes y tener la vida por delante, mientras sus progenitores comienzan a enfrentar la vejez.
 
 La respuesta en estos casos es simple. Hay que comenzar por preguntarse qué es lo que realmente nos hace sentir culpables. “Debo sentirme culpable por esto que estoy haciendo o viviendo?”, en nueve de diez ocasiones, la respuesta será “no”, no tiene porque sentirse culpable.
 
Responde las siguientes preguntas y entérate de qué tan culpable te sientes en tu vida diaria.
 
Haces parte de un equipo de trabajo para un proyecto en el que todos se caracterizaron por su esfuerzo, excepto tu (tuviste tus razones). Tu principal preocupación es:
a. Sería malo que al final el proyecto fallara porque algunas personas no se esforzaron suficientemente. 
b ¿Qué pensarán de ti ahora? Sería terrible que los demás caigan en la cuenta de que no participaste activamente.
c. ¡Qué dolor el que les causaste a quienes dieron todo! Te sentirías terrible si fallaran
por tu culpa.
 
Reservaste una mesa en un restaurante, pero algo se presentó a último minuto y no pudiste llegar, ni tampoco cancelaste tu reserva. Piensas:
a. Debiste haberla cancelado. Seguramente por guardarle la mesa, el restaurante
perdiste dinero y clientes. 
b. No te preocupas, seguramente alguien llamó, o llegó al restaurante y se encontró con la buena noticia de que había una mesa disponible. 
c. Debiste haberla cancelado, pero en los siguientes días prometes ir al restaurante  y cenar ahí para resarcir el descuido.

¿Cómo te sientes cuando estás feliz, pero todos a tu alrededor parecen estar deprimidos? 
a.  No puedes evitarlo, ¿qué puedes hacer? Pretender que no estás feliz no va a ayudar a nadie. 
b. Te sientes un poco culpable, así que tratas de mantener tus emociones con cierta discreción. 
c. Es un verdadero problema. A veces llegas a sentirte avergonzada de sentirte tan
contenta, cuando el resto del mundo se siente miserable.

Estás divirtiéndote en una fiesta, pero uno de los invitados, que al parecer no conoce a nadie, está sentado solo en una esquina un poco deprimido. Tu: 
a. Sientes pena por él, y varias veces durante la noche te acercas y le hablas un poco. 
b. Ese no es tu problema. No estás para cuidar gente, sino para ver a tus amigos y disfrutar el rato. 
c. Cuando llegas a casa te sientes mal por haberla pasado tan bien y no haber sido capaz de animar e integrar a esa persona.

Olvidaste el cumpleaños de tu sobrino y no le compraste ningún regalo. Él rompe a llorar. Tu: 
a. Sientes ganas de llorar también. ¿Será que algún día podrá perdonarte? 
b. Te sientes lo peor de lo peor y quisieras desaparecer. ¿Cómo podrás perdonarte a tí misma? 
c. Entiendes su disgusto y sólo esperas poder hacerlo sentir mejor.

Si a un niño le da caries, ¿de quién es la culpa?: 
a. De la sociedad que promueve la publicidad de dulces, gaseosas y caramelos para los niños. 
b. Es culpa de los papás por no vigilar lo que comen sus hijos 
 c. De los dentistas y doctores por no esforzarse para educar a la gente sobre
sus hábitos. Y también es culpa del niñopor no escuchar a sus papás.

Te invitan a una fiesta a la que no te llama la atención ir. Tu: 
a. Dices no, de entrada. ¿Qué sentido tendría ir si no deseas estar ahí y además el anfitrión sabe que no deseas ir? 
b. Te resulta difícil rechazar la invitación. Sueles decir que sí a las invitaciones, aunque no quieras asistir. 
c. Sabes que te sentirías incómoda, así que inventas una excusa para salir del paso.
 
Imagina que una amiga que sufre de depresión te deja un mensaje en tu celular, pero te le olvida regresarle la llamada. Más tarde, te enteras de que intentó quitarse la vida. Tu: 
a. Te llenas de pena y de culpa y te sientes en parte responsable por su intento de suicidio. 
b. Sientes una gran pena por ella y un poco culpable. Debe haber estado muy
desesperada para tomar una decisión tan radical. 
c. Triste, pero no culpable. Detrás de lo ocurrido está un cuadro depresivo, no
tu, ni nadie.

Mayoría "a" : ¿Sentirse mal? ¿Por qué?
¿Para qué me sirve la culpa?, es lo que sueles preguntarte y sólo la sientes cuando otros te acusan. Te aburren las personas que creen que uno debe sentirse culpable hasta de estar vivo y consideraS que esos sentimientos son enemigos de un discurso y pensamiento libres. Estas de acuerdo con Nietzsche cuando decía que “sólo seremos libres una vez que dejemos de sentirnos culpables”.
 
Obviamente, tienes remordimientos de vez en cuando, por ejemplo, cuando sientes que has herido a alguien sin necesidad, pero tratas de que eso no te domine, no tiene caso especular sobre el dolor de los otros; lo hecho, hecho está. Te preocupa más lo que sientes y piensas que lo que puedan pensar los demás, pues a veces es agotador pensar en lo que pasa por las mentes de otros. Esta actitud te permite ser auténtica y sincera, proteger tu libertad y ser espontánea.
 
Por otra parte, tienes la ventaja de que al no sentirte culpable, tampoco buscas hacer sentir culpable a otros; aunque te hieran y te sientas molesta, sabes cómo perdonar. Es bueno que recuerdes que la culpa no es del todo mala: sirve para recordar que no somos
perfectos y que somos responsables por nuestras acciones.

Mayoría "b: ¿Culpable? ¡Claro!
Algunas veces te sientes culpable, y, ¿quién no? Te sientes responsable por aquellas cosas que haces o dices. Te preocupa lastimar a otros, lo que muestra que te importan los sentimientos ajenos. Para ti, la culpa es como una alarma que te avisa cuando te estás excediendo un poco e indica si te está faltando compasión, delicadeza o amabilidad con el resto de la gente.
 
Aceptas el dolor  y el arrepentimiento asociado a la culpa, pero no le das ventaja. Sabes cómo sentirse responsable por una situación sin necesidad de darse látigo. Prefieres arreglar las cosas o, mejor aun, anticiparte para que no salgan mal. A veces nos equivocamos, pero eso no te hace una mala persona.
 
Te interesas por lo que otros puedan pensar o sentir. Este equilibrio te permite ser sociable y compasiva, pero no olvides que también debes preocuparte por ti. A veces puedes ser hipersensible y sobrecargarte sin razón. Sentirte mal por algo no quiere decir que tengas que asumir la responsabilidad. A veces es difícil no herir a otras personas, por ejemplo, cuando hacemos evidente una verdad incómoda. No podemos ser perfectos, pero sí estar atentos a las necesidades de otros.

Mayoría "c": La “más”
Nadie tiene tanta velocidad como tu cuando de echarse la culpa se trata. Te culpas a tí misma mucho y con mucha frecuencia. Sientes culpa por sucesos que incluso no han ocurrido y sus respectivas consecuencias sobre otros. Como dijo Rosseau: “La vergüenza es la conciencia de que hemos hecho algo mal”. Sabes perfectamente lo fácil
que es lastimar a los demás, de hecho, si se dan cuenta de lo sensible que eres,
estás dejando la puerta abierta para la manipulación. Estás obsesionada con el perdón y las enmiendas.
 
Tienes tendencia a sobreanalizar las cosas y atormentarte a sí misma, preguntándote por qué hiciste tal o cual. Cuando te sientes culpable, transformas ese sentimiento en vergüenza, por eso tiendes a subestimarte, pues no consideras que tus faltas sean errores humanos, sino grandes embarradas.
 
Pero, después de todo, hay beneficios detrás de tu actitud. La gente te quiere porque sabe que siempre estás dispuesta a ayudar y terminas siendo uno de esos seres indispensables que hace que el mundo siga girando. Sin embargo, tu sentido moral es un poco extremo y te causa angustias innecesarias. No estás ayudando a los demás cuando te estresas por todo. Si vas a seguir adelante, necesitas entender que, aunque la culpa puede ser provechosa para generar cambios, no debe ser su castigo permanente.
 
 En lugar de pensar ¿de qué soy culpable?, piensa ¿qué puedo hacer para mejorar las cosas?, o, ¿cómo puedo enfrentar esta situación para la próxima? No te enfoques en los juicios. Busca soluciones.