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“Sí, acepto”

Julia Londoño Bozzi, 25/3/2013

En un estudio reciente, la revista inglesa The Economist reveló que Colombia es el país del mundo donde la gente menos se casa. Esta no es una defensa furibunda del matrimonio, sino un testimonio de alguien que ha decidido ir contra la tendencia.

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Cuando mi novio le contó a mi mamá que decidimos casarnos, ella se emocionó muchísimo, le dio un abrazo y soltó esta perla: “Gracias, mijo, pensé que a Julia ya la había dejado el tren”. Tan diplomático como puede ser, él le dijo que este era un tema generacional, que mientras los de la generación de ella solían casarse a los 20 años, la nuestra, si se casaba, lo hacía después de los 30.

Y es verdad. Mi abuela paterna ya estaba casada y esperando a su primera hija a los 18 años. Y la materna me confesó que desde la adolescencia sintió miedo porque con su 1,83 de estatura, los niños casi no la invitaban ni a bailar ni a salir, así que fue un alivio conocer a mi abuelo, quien sorprendentemente no medía más de 1,70, con quien se casó a los 21 años.

Los que me conocen saben que en los últimos años mi discurso sobre el matrimonio ha sido de poca fe. El matrimonio, como institución, me parece poco agraciado, mata pasiones y algo anticuado. Pero me voy a casar.

Me voy a casar porque me siento lista para la máxima prueba de las relaciones humanas: la vida en pareja. Me voy a casar con ilusión, pero con la conciencia de que los matrimonios, hoy en día, a veces duran pero la mayoría de las veces no, y siempre implican grandes negociaciones y renuncias. Como todos los que se casan, no sé qué será de nosotros, pero apuesto por los dos, juntos.

Me voy a casar a pesar de la presión social y no por causa de esta. Porque me da la gana, no porque esté embarazada ni tenga una situación económica complicada, ni porque esté aburrida en mi casa, ni porque la mayoría de mis amigas estén casadas hace rato. Nunca sentí que estaba “en edad de merecer”, pensaba que el rollo era que me merecieran.

Creo firmemente en que, contrario a lo que pasa con los hombres, en lo que respecta a las mujeres, las “mejores partidos” tienen más trabajo para encontrar una pareja estable. Puede sonar presuntuoso, pero a los 32 años uno no está para falsas modestias.

Hoy quiero aplaudir a las viejas chéveres que no se han casado porque no les ha dado la gana, a las que responden con gracia al acoso de tías y vecinas, a las que prefieren decepcionar a sus mamás antes que a sí mismas, a las que no se van a casar porque si no es bien entonces no será, a las que no le van a meter un hijo al tipo con el que andan para ver si lo amarran, a las que piensan que “mejor solas que mal acompañadas”. A las que engrosan las estadísticas de los estudios sobre la gente que no se casa.

A todas les deseo que la vida las premie por valientes, ya sea que encuentren a un tipo que las convenza de armar parche o consigan trabajos interesantes con los que se realicen. Que viajen, canten, aprendan idiomas o naden. Que tengan amigas, solteras y casadas, viudas y divorciadas. Que encuentren la alegría de la vida donde más les guste, solas o bien acompañadas, no simplemente acompañadas.

Por supuesto que para que yo me casara se necesitaba un disidente, agnóstico, rebelde, terco, iconoclasta y descreído en casi todo, hasta en el matrimonio. Pero muerto de ganas porque le demuestren lo contrario. Igual que yo. Así que “sí, acepto” subirme al tren de las casadas, pero tengan la amabilidad de dejar de preguntar por los hijos, porque de golpe me arrepiento.