Las mamás y el complejo de culpa

Revista FUCSIA, 20/7/2014

Las mujeres hemos logrado conquistas importantes durante los últimos cien años. Las dos guerras mundiales cambiaron para siempre la relación femenina con la familia, la educación y el trabajo.

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Por Lila Ochoa, editora de Revista FUCSIA


Las mujeres de aquellas épocas no tuvieron más remedio que dejar a sus hijos para trabajar en las fábricas o vincularse al ejército y sumarse al esfuerzo colectivo. Por primera vez en la historia, no fueron solo las campesinas sino todas las mujeres, sin importar su clase social, las que rompieron con las reglas del momento. El cambio fue total en todos los campos.

Hoy en día, cerca del 54 por ciento de los estudiantes universitarios son mujeres. En los países desarrollados ellas dirigen algunas de las empresas más importantes del mundo, como Indra Nooyi, de la multinacional Pepsi & Co., o Marissa Mayer, de Yahoo. No resulta extraño, pues, que la revista Forbes haya hecho una lista de las más poderosas del universo.

Si bien, hay que celebrar que aunque nos demoramos cien años, finalmente calificamos para la lista de los poderosos, todo esto suena como un cuento de hadas. Pongamos como ejemplo a la señora Nooyi, presidenta de Pepsi, quien lleva 34 años casada y tiene dos hijas, un matrimonio estable, una familia perfecta, un trabajo gratificante y de gran poder.

Pero solo en el imaginario reino de Camelot las personas son felices para siempre. En la vida real tanta belleza no existe, y quizás una prueba palpable de ello sea la respuesta que dio la señora Nooyi en una reciente entrevista, cuando le preguntaron si era verdad que, finalmente, las mujeres podían tenerlo “todo”. Contestó con una anécdota que se remonta a hace 14 años, cuando le ofrecieron la presidencia de la compañía.

 Con apenas 44 años, nacionalizada norteamericana pero nacida en la India, no se imaginó que un día llegaría a ser parte de la junta directiva de una de las empresas ícono de Estados Unidos. No cabía en sí de la emoción que le produjo este ascenso. Pero esa misma noche cuando, un poco tarde, llegó a su casa, encontró a su mamá en la puerta, con cara de pocos amigos: no había leche para el desayuno del día siguiente y según su progenitora, ella debía estar pendiente de esos detalles. Sobra decir que, como mujer, uno tiene que ser ante todo mamá, esposa e hija perfecta y, si acaso, triunfar en su carrera.

A este dilema nos enfrentamos las mujeres que tenemos hijos, marido, padres no tan jóvenes y un trabajo demandante. Debemos estar permanentemente divididas. Y me pregunto hasta qué punto es sano física y mentalmente que una mujer tenga dos o tres trabajos, pues en realidad cuidar y educar hijos, compartir con el compañero de vida y ocuparse de la vejez de los padres va más allá de una ocupación de tiempo completo.

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 La verdad, no tengo la respuesta. Solo sé que uno se pasa la vida experimentando un inmenso complejo de culpa y no logro entender por qué. Las jóvenes que están empezando su carrera profesional no se sueñan ni por un minuto lo difícil que puede ser la vida de casada. ¿Acaso conocen ustedes algún hombre que se sienta mal por no dedicarle tiempo suficiente a su pareja, a sus hijos y a sus padres? Yo no, por lo menos, no dentro de las mujeres de mi generación. Como le dijo la madre de la presidenta de Pepsi: “Tu marido está cansado y por eso tú tienes que comprar la leche”.

Esa es la realidad, uno puede pretender tenerlo todo. Enfrentar muchas cosas a medias, muchas tareas hechas parcialmente, y un constante sentimiento de culpa. Uno planea su vida hasta el más mínimo detalle para hacer todo al mismo tiempo, para sentirse una buena mamá, una buena hija y una buena esposa, pero al final, si le pregunta a uno de sus hijos si ha estado presente en su vida, no estoy segura cómo contestaría.

Para empezar, uno tiene que buscar gente que le ayude, lo que no siempre es fácil, pues si se gasta más de lo que se gana en pagar ayudas no vale la pena. Tampoco es muy saludable hacer del trabajo una válvula de escape a la vida real, los niños, las tareas, el mercado, las camisas del marido, etc. En realidad este es un nudo gordiano, pues el reloj biológico va en contravía del reloj laboral.

 Por lo general, los años de crianza de los hijos coinciden con los de progresar en la carrera. Pero el dilema no se resuelve así no más, pues uno quiere darle a sus hijos las herramientas necesarias para triunfar en la vida: educación, comodidades, calidad de vida. El precio es alto desde el punto de vista personal y me da la impresión de que ni la familia ni la sociedad lo han entendido así. La familia debe ser un organismo que evoluciona, no puede quedarse estático. No creo que volver al modelo medieval de la mujer sumisa, bordando eternamente, sea válido en el siglo XXI.

Una mujer debería sentirse orgullosa de su trabajo, así como del aporte que hace a la familia y a la sociedad, sin sentirse eternamente culpable. Y sus hijos, crecer admirando a su progenitora y entendiendo el esfuerzo y el sacrificio que le ha significado ser mamá, y no pensando que los abandonó cuando ella no alcanza a llegar a una presentación de teatro en el colegio. La mamá de Nooyi no tenía razón cuando, esa noche, le dijo a su hija que guardara “la corona” en el garaje. Nooyi tiene que sentirse orgullosa de mantener la corona en su cabeza.