Especial Mujer Ejecutiva

Michelle Obama: Una dama de primera

RevistaFucsia.co, 3/6/2013

Con su espontaneidad, su fuerte personalidad y sus batallas en favor de las familias norteamericanas, Michelle Obama ha transformado el tradicional papel de la esposa de un presidente.

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“Una mujer negra del sur de Chicago… no se suponía que hoy estuviera aquí”. No podían ser más ciertas esas palabras pronunciadas por la esposa de Barack Obama en su primera carrera hacia la presidencia de los Estados Unidos. Cuando en el 2008 la pareja llegó a la Casa Blanca, se pensó que la importancia de su rol radicaría exclusivamente en lo que representaba históricamente ser la primera mujer de su raza, descendiente de esclavos, en llegar a esa instancia, un símbolo más fuerte incluso que el del presidente, cuya madre era una estadounidense blanca. Sin embargo, Michelle Obama se ha encargado de que sus acciones y su gestión sean las que ganen protagonismo. 

Podría decirse que ya estaba acostumbrada a ser la novedad: a pesar de su origen humilde llegó a Princeton y se convirtió luego en una prestigiosa abogada de Harvard. Es una de las tres esposas de un jefe de Estado norteamericano más preparadas, junto con Laura Bush y Hillary Clinton, a quien deja atrás en popularidad. Durante la segunda campaña de Obama tenía una aprobación cercana al 70 por ciento, casi 20 puntos más que su marido. Es, además, la más joven en llegar a esa posición desde Jackie Kennedy.

La revista Forbes la ubica en el top 10 de su famosa lista de las mujeres más poderosas del mundo y todo gracias a que transformó el papel de la primera dama en uno menos formal, más accesible y relevante. Ya con sus discursos, preparados por ella y que ni siquiera lee, mostró no ser la típica acartonada, hablando de temas tan mundanos que han incluido burlas a las orejas de su marido, al mal aliento del mandatario al despertarse y a su manía de dejar la ropa interior tirada.

Su objetivo es quitarle el halo mesiánico y presentarlo como un padre de familia con los pies en la tierra, pues asegura que el hombre que acabó con Osama Bin Laden es el mismo que asiste a los partidos de tenis de su hija Malia, de 14 años, y que asesora a Sasha, de 11, en sus juegos de baloncesto. “La gente tiene nociones del papel que debe cumplir la esposa de un presidente, y este ha sido tradicionalmente de adoración ciega. Mi modelo es algo diferente, más cercano a las familias reales”, expresó a la revista Glamour.

Así lo demuestra también en su forma de vestir, marcada por una elegancia descomplicada. Kate Betts, autora del libro Everyday Icon: Michelle Obama and the Power of Style, destacó que el día de la posesión saludó a los asistentes con unos guantes de la marca J. Crew que “cualquiera podría comprar”, con el fin de mostrarse “más real y cercana”. Y suele mezclar estas prendas con diseños del británico Alexander McQueen o de jóvenes talentos norteamericanos. De hecho, todavía se pega sus escapadas de incógnito a los populares almacenes Target. 

Lejos del protocolo

Entre tanto, se ha convertido en un ícono cultural que asiste a eventos deportivos, y que luego del Super Bowl escribió en su Twitter que lo había visto “con su familia y amigos” y que “Beyoncé estuvo fenomenal”. Que no temió someterse a una competencia de flexiones de pecho con la presentadora Ellen DeGeneres durante una entrevista en la que hizo alarde de sus ya célebres bien torneados brazos. Y fue todo un suceso su aparición en el show del comediante Jimmy Fallon, en el que mostró su aptitud para el baile, que se convirtió en un hit en You Tube con más de 15 millones de visitas.

Su objetivo era promover, por medio de una hilarante presentación titulada Evolution of Mom Dancing, su campaña Let’s Move para evitar la obesidad infantil, que incluye haber sembrado vegetales orgánicos en los jardines de su actual residencia y la publicación de un libro sobre esta experiencia. Por si fuera poco, causó sensación en los Premios de la Academia cuando presentó, con Jack Nicholson, el Oscar a Mejor Película, dejando en evidencia su pasión por el cine. La revista Ebony incluyó a los Obama en su lista de las parejas más ardientes, pues Michelle es propensa a las demostraciones naturales de afecto. “¿Está lista Norteamérica para una primera dama como figura del entretenimiento?”, se preguntaba recientemente el diario Washington Post, mientras que algunos detractores republicanos la acusaban de sobreexposición. 

“Su popularidad se debe a su autenticidad, es claro que genuinamente le importa el país, su familia y la salud de nuestros niños y veteranos. Ella es muy afectuosa, lo demostró cuando abrazó a la reina Isabel. El mundo se escandalizó porque estamos acostumbrados a ver líderes demasiado formales, pero esa no es la naturaleza de Michelle Obama y eso es lo que amamos de ella”, explicó a FUCSIA Emily Bennington, autora del libro Who Says It’s a Man’s World.

“Ella ha cambiado el rol de primera dama, mostrando que se puede tomar el trabajo en serio, sin tomarse ella misma muy en serio”. Quienes la conocen aseguran que a sus 49 años es tal y como se muestra. Algunos analistas explican que su espontaneidad se debe al ascenso meteórico de su esposo, lo que no les dio tiempo de construir la imagen pública con la que suelen protegerse las figuras para sobrevivir. 

También se salió del molde cuando decidió zafarse de eventos que le parecían poco efectivos, entre ellos el almuerzo anual para las esposas del Congreso, un compromiso del cargo desde 1912. A su llegada advirtió que si tenía que renunciar temporalmente a su carrera para asistir a este tipo de ceremonias, limitaría su aparición a dos días a la semana.

Además de enfrentarse a la gigantesca industria de alimentos para que restrinjan el contenido calórico de sus productos, especialmente los dirigidos a un público infantil, ha invertido su tiempo en causas como el bienestar de los militares que se encuentran fuera del país y de sus esposas e hijos. Sus intervenciones suelen apuntar a las familias trabajadoras que se identifican con esa mujer cuyas palabras les hablan de mantener un balance entre sus profesiones y sus hogares. Así como la esposa del mandatario ha dejado claro que para la Primera familia es “primero su familia” y obliga al mandatario a llegar a las 6:30 de la tarde para cenar juntos, ella ha sido un factor clave en que las discusiones de la administración estén relacionadas con el tema, como han sido las referentes a la salud, la educación, el control de armas, la reforma migratoria y los matrimonios igualitarios.

“En ocasiones su papel parece una respuesta, en miniatura, a lo que no le marcha bien a la presidencia. Si la ley de la salud de su esposo fue poco popular a riesgo de ser revertida, ella se lanzó a su propia campaña en favor de la nutrición y el ejercicio con fines similares (mejorar la salud y bajar costos). Si su esposo no está conectándose con la audiencia, ella se la ganará con su vibrante oratoria”, analizó el diario The New York Times.  

Sin duda le habla al oído al presidente y las malas lenguas comentan que es dura con su equipo y que lo fiscalizaría al punto de haber generado tensiones cuando ha considerado que no están cumpliendo con transmitir el mensaje de la administración. Aunque a veces luzca apolítica y en el pasado haya dicho un rotundo “no, gracias” a la pregunta de si le gustaría ir al Congreso, las encuestas entre el público la muestran como una opción para el Senado.

Por no tener pelos en la lengua la han tildado de furiosa y castradora. Sus comentarios impropios se hicieron célebres durante la primera contienda electoral. Por ejemplo, cuando Bill Clinton criticó la posición de Obama frente a la guerra de Irak, expresó que “quería sacarle los ojos”, aunque luego entre risas reconoció: “Ven, estas cosas son las que me meten en problemas”. También la acusaron de antipatriota por decir en un discurso que “por primera vez” se sentía orgullosa de su país, dejando claro que a diferencia de las primeras damas del pasado, ella no iba a caer en las típicas intervenciones positivas, y no temería usar un tono de decepción, pese a las advertencias de sus asesores. 

Actitud ganadora

Y es que Michelle LaVaughn Robinson nació para ser competitiva: de niña odiaba perder hasta en el monopolio y cuando Craig, su hermano mayor, fue becado en la universidad de Princeton para jugar baloncesto, ella se empecinó en seguir sus pasos: “Soy más inteligente, puedo lograrlo”, habría dicho. Allí se graduó de socióloga con una tesis sobre las implicaciones de ser negra en un ambiente de élite. Ese talante lo heredó de su padre, un empleado de una planta de agua que nunca dejó de trabajar a pesar de sufrir de esclerosis múltiple.

Luego de terminar sus estudios de Derecho en Harvard, fue contratada por la firma de abogados Sidley & Austin, especializada en propiedad intelectual. Durante un verano sus jefes le encomendaron ser la mentora de un joven llamado Barack Obama que trabajaría como asociado de la compañía. Aunque él se interesó en ella de inmediato, Michelle se dedicó a presentarle a sus amigas porque no le parecía apropiado salir con un compañero de la oficina. Finalmente aceptó una invitación a ver una película de Spike Lee. El mismo Obama cuenta que años más tarde se encontró con el cineasta y le agradeció: “En esa cita Michelle dejó que pusiera mi mano en su rodilla”. La primera dama ha revelado que fue duro convencerlo de que se casaran, hasta que un día durante una cena llegó el anhelado anillo en el postre.

Confiesa que su matrimonio tuvo una crisis cuando Obama empezó su carrera en el Senado por el temor de que le tocara criar a sus hijas sola. Más aun por cuanto trabajaba como vicepresidenta para la Comunidad y Asuntos Externos del hospital de la Universidad de Chicago, donde ganaba más de 300.000 dólares anuales, casi el doble del sueldo que tenía su marido entonces. Pero la pareja hizo un pacto: ella aprendería a ser paciente y él a ser organizado y a planear el tiempo para estar con sus hijas. “Michelle creció en un modelo de familia nuclear. Ella me ha dado ese sentido de estabilidad”, aseguró el mandatario recientemente a Vogue. Su esposa ha sido la encargada de controlarle el ego.

A la primera dama no le da pena admitir que su principal cargo es el de “mamá en jefe”.  Cuenta que nunca ha tenido niñeras y que una vez fue a una entrevista de trabajo con Sasha en brazos porque no tenía quién la cuidara. La suegra del presidente ha sido clave en la crianza de las niñas, que siguen una educación estricta. Esta incluye tender su cama, no usar Facebook y limitar la televisión. La primera dama trata de evitar en casa las conversaciones de trabajo con su esposo y asegura que no lee noticias sobre su familia para vivir dentro de la mayor normalidad posible.

Se despierta antes de las 5 de la mañana para hacer ejercicio, le gusta comer macarrones con queso y acostarse temprano. Si el presidente está de viaje, comparte su cama con Bo, el perro de los Obama. Cuando su camino hacia la Casa Blanca apenas empezaba, Michelle Obama dijo con modestia que estaba muy lejos de “hacer historia”. En más de cuatro años ha demostrado lo contrario: su mensaje de “nosotros somos como ustedes” ha probado ser una eficaz innovación.

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