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De patito feo a estrella de una dinastía política: Chelsea Clinton

Revista FUCSIA, 15/8/2013

Chelsea Clinton dejó de ser una niña tímida y acomplejada para convertirse en una destacada figura pública. Muchos le apuestan a que seguirá los pasos de sus padres.

Izquierda: Chelsea Clinton en 1993 junto a su madre, Hilary Clinton. Derecha: Chelsea Clinton en 2013. Foto: AFP. - Foto:

La abuela de Chelsea Clinton fue uno de sus personajes favoritos desde la infancia, y ahora sigue al pie de la letra las recomendaciones que ella solía hacerle. Dorothy Rodham estaba convencida de que había un “gen de responsabilidad” en su familia, después de todo ella misma había trabajado como empleada doméstica para pagar sus estudios: “Pensaba que podía hacer mucho más con mi vida. Afortunadamente me veía como una buena hija y esposa, y sabía que trabajaba duro, pero seguía esperando algo más”, confesó en una entrevista a la revista Vogue.

Su nieta, de 33 años, trata de honrar su memoria usando alguna de sus prendas todos los días desde su muerte en 2011, y al mismo tiempo recordando sus palabras que empezaron a tener sentido para ella cuando fue consciente de que, pese a su voluntad, siempre había sido una celebridad.

Desde que tiene uso de razón ha sido objeto de deseo de los paparazzi y su boda con el financista Marc Mezvinsky, por ejemplo, fue todo un circo mediático. Por eso, como si se tratara de la moraleja célebre de Spiderman, supo que “un gran poder conlleva una gran responsabilidad. […] Podía ignorar lo que era o usarlo a mi favor. Históricamente, a propósito, me había esforzado por mantener una vida privada en lo público. Ahora estoy tratando de tener una vida pública con propósito”. 

Ya en 2008, probó su talante ante las multitudes al apoyar la campaña a la presidencia de su madre, Hillary Rodham Clinton. Pero ha sido en los últimos años que ha ganado un alto perfil al convertirse en corresponsal especial de la cadena NBC en temas sociales promoviendo las causas de la Fundación Clinton alrededor del mundo, la cual fue creada por su padre, el expresidente Bill Clinton, para ayudar a los países en desarrollo.

Hace unos meses, Chelsea se robó el protagonismo al dejarse fotografiar junto a la activista birmana y nobel de paz Aung San Suu Kyi durante un viaje a Myanmar. Su mamá hizo historia al ser la primera jefe de Estado en visitar el país en más de medio siglo. En su página de Facebook le escriben mensajes destacando su patriotismo, incluso desde Kenia, frases como “tú nos inspiras”.

En cada uno de los escenarios en los que ha hablado, tratando temas que van de la salud hasta los matrimonios igualitarios, Chelsea muestra su talento para meterse a los asistentes al bolsillo empezando siempre con una historia personal: en una conferencia titulada “Running in Heels”, sobre las mujeres en el poder, no temió recordar que cuando tenía 13 años el comentarista conservador Rush Limbaugh se burló de su apariencia: “En 1993 dijo: ‘Ustedes deben saber que los Clinton tienen un gato en la Casa Blanca, su nombre es Socks. Ellos también tienen un perro’. Y mostró una foto mía en la pantalla”. Esa niña desgarbada, de pelo rebelde y frenillos se ha transformado en una oradora de prestigio, glamorosa en la que muchos ven la heredera de una dinastía política.

De hecho, el año pasado se rumoró erróneamente que se postularía al Congreso en reemplazo de la representante neoyorquina Nita M. Lowey. “En Estados Unidos la gente se maravilla con este tipo de clanes: en el siglo XVIII estuvieron los Adams, luego siguieron los Roosevelt, los Kennedy, los Bush y ahora los Clinton. Aunque es muy joven, tengo una buena corazonada sobre Chelsea. Al crecer en medio de dos figuras de la talla de sus papás es normal que haya presión sobre ella, tiene el apellido y las conexiones correctas, pero sabe que sería muy difícil llenar sus zapatos. Ya optó por una carrera en lo público que podría evolucionar en una política”, comentó a FUCSIA Hank Sheinkopf, estratega político demócrata de Nueva York. 

Esa mujer segura de sí misma en nada se le parece a la tímida adolescente que le huía al micrófono en las épocas presidenciales. Se hizo famosa la anécdota que contaba cómo en un evento uno de los moderadores invitó a Chelsea a dejar a la audiencia escuchar su voz y solo fue capaz de decir “hola”. Era lógico que así sucediera. Al llegar a la Casa Blanca, sus padres se prometieron mantenerla alejada de los reflectores, en parte por consejo de Jackie Kennedy de que “cuanta menos exposición, mejor”. Tanto es así que muchos votantes fuera de Arkansas, que había sido el hogar de los Clinton, no sabían que el matrimonio tenía una hija. Para respaldarlos, Margaret Truman, quien habría descrito el hogar de gobierno como “la gran prisión blanca”, le escribió a The New York Times acerca de los daños que podrían causar en la niña si la convertían en un “sujeto de intensivo cubrimiento”.

Los Clinton decidieron inscribirla en un colegio privado y el servicio secreto se refería a ella por su nombre en clave “Energy”. Habían oído con terror los cuentos de la hija de Teddy Roosevelt, Alice, quien se autodenominó “monumento ambulante de Washington”, y de Amy Carter, que fue sometida a todo tipo de críticas que la tildaban de maleducada por patinar en los salones de la casa presidencial o por sacar sus libros en medio de reuniones de Estado. De hecho, Chelsea reconoció en una conferencia que estaba agradecida de que sus padres “tuvieran reglas tan estrictas tanto para el consumo mediático como para el azúcar en el cereal”. 

Pese a la sobreprotección, Bill y Hillary no pudieron evitar el interés de la prensa, ni las burlas. En 2004, la experiencia de su hija inspiró la película "Chasing Liberty" sobre lo que se siente ser la adolescente más acosada de Estados Unidos. Había bastantes historias para enriquecer el guión. El comediante Mike Myers tuvo que disculparse públicamente cuando la parodiaron en el programa "Saturday Night Live". Las emisoras también empezaron a hacer sonar un casette con comentarios sobre famosos y canciones sugestivas como "Let’s Inhale", supuestamente grabado por ella, aunque en realidad se trató de una sátira. “¿Por qué Chelsea Clinton es tan fea? Porque Janet Reno es su padre”, fue el chiste de mal gusto que el senador republicano John McCain refirió en 1998 para hacer insinuaciones sobre las tendencias sexuales de la entonces fiscal general y la primera dama, en pleno escándalo Lewinsky, otro de los temas en los cuales se volvió eje central de las noticias.

La Casa Blanca trató de convencer a la revista People de no involucrar a Chelsea, pero para entonces la joven era mayor de edad y un “objeto periodístico válido”. Se sabe que el entonces presidente lloró cuando se dio cuenta de que su hija había leído en los tabloides detalles sobre su affair. Pero fue ella quien se encargó de dar una imagen de estabilidad familiar cuando apareció una foto en la que sostenía a cada uno de sus padres de la mano.

Para entonces ya había creado una coraza. Nació siendo una figura pública, pues su padre era entonces gobernador de Arkansas. Por eso se acostumbró a comportarse como si alguien estuviera observándola siempre y nunca protagonizó episodios bochornosos como los de las gemelas Bush y sus borracheras. Desde los 6 años sus papás empezaron a enseñarle la lección de que “habría gente que diría cosas feas de ellos para tratar de ganar las elecciones”. Cuando tenía 11 años y salió a luz el testimonio de Gennifer Flowers y su romance con Bill Clinton, cuentan que Hillary la llevó a un supermercado para mostrarle los periódicos y así tuviera claro lo que estaba pasando.

Chelsea creció siendo muy unida a sus padres quienes trataron de construirle una vida lo más normal posible. El expresidente intentaba desayunar siempre con ella y solo le permitió “capar clase” el día de la firma del acuerdo de paz entre Arafat y Rabin. En medio de asuntos de Estado le ayudaba a hacer las tareas y aprovechaba a sus asesores económicos para resolver problemas escolares de matemáticas.

Sin embargo, las cenas en familia en las que se discutían los temas de interés nacional no son precisamente parte de “un ambiente normal”. Chelsea aprendió desde niña a debatir y defender sus argumentos, y empezó por manifestarles a sus papás que quería ser vegetariana.

Llegó a Stanford con toda la parafernalia de su servicio secreto para estudiar historia y se graduó con honores. Y luego de que terminara el mandato Clinton, se fue a Inglaterra para hacer la maestría en relaciones internacionales de Oxford. Entonces, agregó al perfil de “nerd” que tenía, el ingrediente “social”: empezó una relación con Ian Klaus, un estudiante que formaba parte del equipo de fútbol, se codeaba con Madonna, Gwyneth Paltrow y Paul McCartney en desfiles de modas y fiestas, y hasta se ganó ataques de los ingleses cuando manifestó en la revista Talk que después del 11 de septiembre percibía un ambiente “antinorteamericano”. Hillary se habría encargado de “aterrizarla”.

A su regreso inició su hoja de vida con la consultora McKinsey y la firma de inversiones Avenue Capital Group antes de convertirse en estrella de la campaña presidencial de su madre. Muchos dudaban de que Chelsea pudiera cumplir con ese rol, pero demostró haber heredado el encanto y la pasión de Bill y la estricta disciplina y el carácter de Hillary. Además, nunca usa notas al hacer sus intervenciones.   Aprendió sobre la marcha. En una oportunidad alguien le preguntó por los días de Mónica Lewinsky y respondió con un tajante “eso no te incumbe”. 

En cambio, cuando una mujer del común cuestionó su ética atacándola por “hacerle lobby a los superdelegados” en nombre de Hillary, ella respondió mostrándose imperturbable: “Estoy orgullosa de mi mamá. Si tiene una hija espero que sienta lo mismo por usted”, y se ganó una ruidosa ovación. Ahora parece no prestarle atención a las críticas de que está donde está por palanca, que su marido es hijo de un congresista que estuvo preso acusado de corrupción, y hasta a los rumores de separación.

Entre tanto, no ha dejado de ser mano derecha de sus padres. De hecho, cambió el punto de vista del expresidente en favor del matrimonio gay. Pero también se ha sentado en el consejo directivo de casi una decena de instituciones como el School of America Ballet haciendo honor a su época de bailarina; hizo la maestría de salud pública de Columbia donde tiene experiencia como catedrática. Está realizando un doctorado en Oxford y es asistente vicerrectora de la Universidad de Nueva York en la que creó un centro de estudios interreligiosos, quizá inspirada en sus vivencias como metodista, mientras su esposo, quien fue su amigo desde la infancia, es judío.

Y aun así le queda tiempo para ir todos los domingos a cine y salir a trotar a diario. Incluso bromea diciendo que Hillary la presiona con que saque un espacio en su agenda para darle nietos. Por ahora, todo indica que está dedicada a construir un futuro, tal vez político: “Antes de la campaña de mi mamá hubiera dicho que no, simplemente porque desde que tengo memoria me interrogan sobre eso. Si hubiera un momento en el que sintiera que puedo generar un impacto muy positivo tendría que hacerme esa pregunta y responderla”.