Editorial Fucsia

Las mujeres y el peso

Lila Ochoa. Directora Revista FUCSIA, 15/4/2012

Es hora de volver a la sabiduría de las abuelas que invita a las mujeres a quererse a sí mismas.

Juan Antonio Monsalve - Foto:

El problema de la anorexia se está saliendo de madre. Se está convirtiendo en epidemia. Ya no son solamente mujeres hechas y derechas que aparecen en las fotografías escuálidas y demacradas, como la princesa Leticia de Asturias, Demi Moore, Lindsay Lohan o Angelina Jolie, quienes padecen desórdenes alimenticios, sino niñas que antes de entrar a la pubertad ya tienen problemas con la balanza. Los medios tenemos una responsabilidad muy grande frente a este fenómeno, y aun más la de las revistas de moda. Por eso, las críticas que nos hicieron acerca del artículo sobre Adele, la cantante británica, me impactaron mucho, pues la verdad, en este tema no nos podemos equivocar. Una revista puede hacer muchísimo daño con las imágenes de modelos de 40 kilos de peso o con la manipulación de las fotos que pueda hacer un fotógrafo, que transmiten una falsa idea de belleza. Los cánones estéticos cambiaron y hoy el culto se le da a la flacura, casi esquelética, un poco andrógina, y no a las curvas naturales de una mujer. ¿Quién o cuándo se instituyó esto? Es difícil precisarlo. Tal vez obedezca a esa búsqueda de la eterna juventud que glorifica la adolescencia. Ahí es cuando hombres y mujeres empiezan a confundirse.

Aunque creo que el origen del problema está en otra parte, no implica que la revista deje de implementar medidas muy rigurosas para no contribuir a que este terrible desorden mental siga esclavizando a las mujeres.

Creo que pocas mamás son conscientes de que la actitud que ellas tengan con la comida, es la que heredarán sus hijas. Cuando las niñas son pequeñas, uno como adulto está más preocupado de que coman bien para que crezcan fuertes y saludables, antes de que disfruten del placer de comer, sin ser conscientes de que esa rigidez puede ser un bumerang. Sin saber cuándo ni cómo, la comida se vuelve un castigo o un premio y empieza el largo camino de la inseguridad y el odio a su cuerpo. Un niño absorbe todo lo que ve y escucha y es precisamente en ese momento cuando todo lo que hace o dice su mamá queda registrado en su cerebro. Sentar a un niño a la mesa y obligarlo a no pararse hasta que termine con lo que tiene en el plato, sin tener en cuenta si su cuerpo desea o necesita más o menos comida, es el comienzo de un patrón de conducta peligroso. Ese puede ser un detonante de desórdenes alimenticios, según la conclusión a la que han llegado algunos expertos, pues ese tipo de hábitos desconectan el hambre de la saciedad.

Esta cultura en la que crecimos, en la cual para ser bellas hay que ser flacas y en la que para gustarle a un hombre hay que parecer una modelo, es un campo fértil para que toda una generación de mujeres crezca odiando su cuerpo, matándose de hambre, una veces, y otras, dedicándose a la glotonería, para después sentirse culpable, lo que da como resultado un cerebro desconectado del cuerpo al que se le ha olvidado cuándo tiene hambre y cuándo no. Es hora de hacer un alto en el camino, de hablar del tema y regresar a la sabiduría de las abuelas: hacer lo que el cuerpo dice y quererse a sí mismas. Suena tan trillado, pero tan válido.

Ser mujeres adultas no es sinónimo de tener todos los problemas emocionales resueltos. Nunca es tarde para aceptar que nos equivocamos y que, como sea, debemos luchar por restaurar esa relación entre la comida y el peso.