Vida con Estilo
La historia del aguardiente, más allá del anís
El Aguardiente es una icónica bebida colombiana arraigada en la identidad cultural del país.
Esta bebida ha sido un fiel compañero a lo largo de los siglos. Su historia se remonta al legado de la caña de azúcar, introducida por Cristóbal Colón en 1493. Desde entonces, este destilado ha evolucionado, representando no solo un licor, sino un vínculo con la historia y las costumbres de nuestro país.
El término “aguardiente” proviene del latín “aqua ardens”, que significa “agua ardiente”. Antes de ser considerado un licor era un remedio catalogado como “agua de vida”, pues varios médicos afirmaban que esta ‘medicina’ traía alegría y hacía olvidar el dolor; usted dirá si tenían razón.
En sus inicios, este licor artesanal tenía entre 35 y 40 grados de alcohol, convirtiéndose en un elemento esencial para encender las festividades y celebraciones entre familias y amigos.
A finales del siglo XVII, el aguardiente se popularizó en Colombia, entre 1784 y 1787 se estableció la primera fábrica en Villa de Leyva, marcando un hito en su producción a nivel industrial. Posteriormente, en 1905, Agustín Morales fundó la Empresa de Licores de Cundinamarca, dando lugar a la conocida marca Nectar, que ha perdurado como sinónimo de alegría y éxito en las celebraciones colombianas.
Un dato curioso sobre el aguardiente es que se dice que la expresión “tomar las onces” viene de la costumbre de los viejos bogotanos de mediados del siglo XX de reunirse a tomar aguardiente. Supuestamente le pusieron así por las once letras que tiene la palabra. Cuente y verá: a-g-u-a-r-d-i-e-n-t-e.
Sin duda, el aguardiente es más que una bebida alcohólica; es un reflejo de la evolución de las tradiciones. Su amplia variedad en el mercado actual es un testimonio de su arraigo en la cultura colombiana y lo importante que se ha vuelto en las celebraciones y la vida social del país.