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Las esposas de Mandela

Revista FUCSIA, 23/7/2013

La primera lo perdió en aras de su lucha, la segunda enloqueció por vengarlo y la última fue su remanso de paz. Asesinatos, infidelidades y hasta un reality show forman parte de la vida de las mujeres del símbolo sudafricano que ahora se disputan su legado.

Foto: AFP - Foto:

“Tu hermosa foto sigue ahí, a unos sesenta centímetros sobre mi hombro izquierdo, mientras te escribo esta carta. La limpio con cuidado cada mañana porque me produce la sensación agradable de que te estoy acariciando, como en los viejos tiempos. Incluso toco tu nariz con la mía para revivir la electricidad que corría por mi sangre cada vez que lo hacía”. Esta carta escrita por Nelson Mandela en 1976 durante su presidio en la isla de Robben, revela la pasión que sentía por su segunda esposa, Winnie Madikizela, quien lo había cautivado por su belleza. En realidad, el hombre que se convirtió en sinónimo de la democracia sudafricana sentía una debilidad por el sexo opuesto.

La imagen de un venerable anciano de 95 años, nobel de Paz y adorado como un dios por su pueblo, no concuerda mucho con la frase: “No puedo hacer nada si las mujeres me buscan, no voy a protestar”. O, “¿por qué no puedo apreciar algo precioso sin que me hagan sentir culpable?”, como solía reclamarle a su asistente Jessie Duarte, cuando le llamaba la atención debido a sus coqueteos. Pero aunque no era difícil que ellas cayeran a sus pies, en general, quienes lo amaron tuvieron que pagar un alto precio.

Antes de la abnegada mujer que inspiró aquella nota de amor tras las rejas, hubo una primera señora Mandela con la que que tuvo cuatro niños. Él tenía 26 años cuando se casó con Evelyn Ntoko Mase, quien muy pronto se habría dado cuenta de que no lo tenía solo para ella. En su biografía, David James Smith le quita el halo de santidad al líder: lo muestra como un mujeriego, machista y dominante, quizá por herencia de su padre que se casó cuatro veces. Evelyn se habría sentido frustrada por la amistad de su marido con otras, incluida su secretaria, con la que trabajaba hasta altas horas de la noche, así como supuestamente lo hacía con integrantes del Congreso Nacional Africano (ANC, por sus siglas en inglés), movimiento político y militar contra el apartheid. Según el relato, Mandela habría golpeado a su esposa y tenido un hijo extramarital, aunque posteriormente ella se refirió a él como el amor de su vida y un padre “maravilloso”.

Sin embargo, se sabe que él tenía fama de ser distante con su familia y que no era dado a las demostraciones de afecto. Ian Taylor, experto en África, de la Universidad de Saint Andrews, le explicó a FUCSIA que “Evelyn le dio a Mandela un ultimátum para escoger entre ella o el ANC”. En 1957 se estaban separando. Tal vez por esto la historia la relegó a un lugar de poca influencia en la vida del héroe. De esa unión solo queda su hija Maki, porque la primera niña murió siendo una bebé.

En 1969, Madiba Thembekile, el mayor, pereció en un accidente. La madre falleció en 2004 y un año más tarde la siguió el único varón que quedaba, Makgatho, que sufría de Sida. Cuentan que en su funeral Maki puso las manos de su padre sobre las del hijo muerto en un gesto de reconciliación con la familia abandonada.

Cuando Mandela conoció a quien se convertiría en su segunda esposa, su primer matrimonio agonizaba. Winnie era una atractiva trabajadora social de un hospital, la primera negra sudafricana en ejercer esa profesión y ya es parte de la leyenda que el flechazo se dio en una parada de bus en el municipio de Soweto. A los pocos días, al atractivo galán de 41 años se le ocurrió que invitar a la joven de 22 al gimnasio para verlo sudar sería una buena táctica de conquista. Y esta surtió efecto.

Aunque el padre de la novia se quejaba porque su futuro yerno estaba demasiado metido en la política y era mucho mayor, la pareja se casó en 1958. De acuerdo con el testimonio de Fatima Meer, autora de "Higher than Hope", la biografía autorizada del exmandatario, Winnie era adorable pero no parecía muy interesada en los temas de gobierno, aunque en sus épocas de estudiante había participado en algunos movimientos.

La biografía también comenta que él esperaba que ella fuera un ama de casa convencional. Una anécdota curiosa cuenta que Mandela se vio en aprietos tratando de enseñarle a conducir a su voluntariosa esposa. “Esa belleza intimida. No encaja con un revolucionario”, habría dicho un compañero de combate. Pero pronto se involucró en su causa al punto que casi da a luz a su hija Zenani en la cárcel, donde fue detenida durante una protesta femenina en 1959. Su segunda niña, Zindzi, nació al siguiente año, y a los pocos meses su esposo ya era un hombre perseguido por lo que solo podían tener encuentros clandestinos. A ella le tocó afrontar problemas económicos para sacar a las pequeñas adelante y hacerse cargo de su suegra.

Mandela fue capturado en 1962 y posteriormente condenado a cadena perpetua. Ella, en lugar de derramar lágrimas, prometió “continuar la lucha”. Desde entonces la historia de amor de la paciente mujer, que esperó a su esposo durante 27 años y soportó todo tipo de abusos y torturas, empezó a competirle a la de La Odisea. “Tuve muy poco tiempo para amarlo. Y ese amor ha sobrevivido todos estos años de separación… Quizá si lo hubiera conocido mejor habría descubierto sus fallas, pero solo tuve tiempo para amarlo”, expresó alguna vez.

Winnie se convirtió en una heroína llamada la “madre de la nación”. Pero para otros ella fue la parte brutal de su marido, su lado más extremista. Negándose a dejar que las acciones de él fueran olvidadas, o quizá por ansias personales de poder, en su nombre, alentó al pueblo a una guerra sangrienta: “Somos la fuerza de estas tierras, estas manos negras han forjado este país”, exhortó con su retórica populista a los trabajadores. “Con nuestras cajas de fósforos y nuestros collares lo liberaremos”, dijo refiriéndose a la cruel muerte que sus seguidores les daban a los informantes de la policía: consistía en ponerles en el cuello llantas llenas de gasolina a las que prendían fuego.

Ella se justificaba asegurando que había sido una víctima. Como señaló Meer, “en la cárcel los policías no podían perseguir a Mandela. Pero les quedaba otra Mandela”. El mismo gobernante diría años después que la vida de su esposa había sido más difícil que la suya. Inspeccionaban su casa, estuvo presa en confinamiento solitario por 17 meses, tuvo arrestos domiciliarios y fue expatriada. Ella materializó su sueño de venganza con el "Mandela United Football Club", equipo que, pese a su inocente nombre, tenía por “deporte” servirle de escolta y realizar actos atroces en Soweto. Winnie estaba fuera de control. Ordenar la desaparición de Stompie Moeketsi, un activista de 14 años, fue el caso más famoso del que se le acusó. El cadáver del niño apareció golpeado y con la garganta cortada. Algunos testigos de los sucesos fueron silenciados.

Los aires de diva se le subieron a la cabeza y, aunque se ganaba a los más humildes, en los años noventa la criticaron por manejar un Mercedes-Benz, vivir como reina en hoteles de lujo y transportarse en limusina. Además, ha sido acusada de más de cuarenta cargos de fraude. Pero en realidad lo que no le perdonan en su país es que le haya puesto los cachos al “padre de la nación” con uno de sus abogados. Aunque luego de la liberación de su esposo se pavoneó a su lado, salieron a la luz unas cartas explícitas a Dali Mpofu, casi 30 años menor que ella: “Te he dicho que la situación en casa se ha deteriorado mientras tú te satisfaces cada noche con una mujer”. Para Ian Taylor todas estas acciones “motivaron la separación. En efecto, el ANC presionó a Mandela a distanciarse de ella”.

Aun cuando anunció su decisión en 1992, la dejó bien parada: “Ella se casó con un hombre que la abandonó muy pronto, ese hombre se hizo un mito, y ese mito regresó a casa y probó ser simplemente un hombre”. En la presidencia de su esposo (1994-1999), no ejerció realmente como primera dama y tuvo que conformarse con trabajar en el Ministerio de Artes, Cultura, Ciencia y Tecnología. Pero a pesar de los crímenes de los que todavía la señalan, sigue siendo miembro del partido de gobierno y es toda una celebridad que ha inspirado varias películas.

En 1996, el entonces presidente dejó de ocultar que tenía una nueva compañera: Graça Simbine. La última esposa de Mandela llegó a su vida siendo una heroína: además de promover causas en favor de las mujeres y niños africanos y visitar campos de refugiados, comisionada por la ONU, era conocida como la Jackie Kennedy de Mozambique por ser la viuda del presidente Samora Machel, quien diez años atrás había muerto en extrañas circunstancias en un accidente aéreo. En aquella época le respondió a Winnie su nota de condolencias expresándole su gratitud por darles fuerzas a ella y a sus dos hijos: “Desearía tener tu coraje. En medio del dolor busco inspiración en tu ejemplo”. Años más tarde la exseñora Mandela la llamaría despectivamente “la concubina” o “esa portuguesa”, en alusión al pasado de su sucesora.

De joven, Graça había recibido una beca para estudiar en la Universidad de Lisboa. Gracias a su espíritu independentista, recibió amenazas de la policía secreta del dictador Salazar de Portugal, por lo que huyó a Tanzania donde se entrenó con grupos guerrilleros. Conoció a Machel cuando se unió al movimiento Frelimo que luchaba para que Mozambique dejara de ser una colonia europea.

Ella ha sostenido que la minoría blanca de Sudáfrica tuvo que ver con la muerte de su primer esposo, pues él había conseguido la liberación de su país haciéndolo atractivo para los exiliados del ANC. De esta manera, Graça y Mandela tenían un enemigo en común y se hicieron tan cercanos que la hija de ella vivió en la casa de él mientras estudiaba en la Universidad de Ciudad del Cabo. Pese a que solía asegurar que siempre sería “la esposa de Machel”, y que no tenía la intención de casarse con el presidente sudafricano, le dio el sí cuando este cumplió 80, en 1998, manifestando que quería ayudarlo a tener “una vida normal”.

En medio de los roces entre las distintas familias del líder, muchos se preguntan cuál de estas dos mujeres encarna su legado: la temeraria o la humanitaria. Muchos Mandela le han sacado provecho a su apellido: su hija Zenani es embajadora de su país en Argentina, Maki creó una marca de vinos con su nombre y dos de sus nietas trabajan en un 'reality show' para mostrar cómo viven sus descendientes. Pero lo cierto es que ninguna de ellas fue el gran amor de Nelson Mandela. En la boda de su hija Zindzi lo dejó claro: “Cuando la vida de uno es la lucha hay poco espacio para la familia. Esa fue la elección más dolorosa que hice”.

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