Perfil
Las esposas de Mandela
La primera lo perdió en aras de su lucha, la segunda enloqueció por vengarlo y la última fue su remanso de paz. Asesinatos, infidelidades y hasta un reality show forman parte de la vida de las mujeres del símbolo sudafricano que ahora se disputan su legado.

“Tu hermosa foto sigue ahí, a unos sesenta centímetros sobre mi hombro
izquierdo, mientras te escribo esta carta. La limpio con cuidado cada
mañana porque me produce la sensación agradable de que te estoy
acariciando, como en los viejos tiempos. Incluso toco tu nariz con la
mía para revivir la electricidad que corría por mi sangre cada vez que
lo hacía”. Esta carta escrita por Nelson Mandela en 1976 durante su
presidio en la isla de Robben, revela la pasión que sentía por su
segunda esposa, Winnie Madikizela, quien lo había cautivado por su
belleza. En realidad, el hombre que se convirtió en sinónimo de la
democracia sudafricana sentía una debilidad por el sexo opuesto.
La imagen de un venerable anciano de 95 años, nobel de Paz y adorado
como un dios por su pueblo, no concuerda mucho con la frase: “No puedo
hacer nada si las mujeres me buscan, no voy a protestar”. O, “¿por qué
no puedo apreciar algo precioso sin que me hagan sentir culpable?”, como
solía reclamarle a su asistente Jessie Duarte, cuando le llamaba la
atención debido a sus coqueteos. Pero aunque no era difícil que ellas
cayeran a sus pies, en general, quienes lo amaron tuvieron que pagar un
alto precio.
Antes de la abnegada mujer que inspiró aquella nota de amor tras las
rejas, hubo una primera señora Mandela con la que que tuvo cuatro niños.
Él tenía 26 años cuando se casó con Evelyn Ntoko Mase, quien muy pronto
se habría dado cuenta de que no lo tenía solo para ella. En su
biografía, David James Smith le quita el halo de santidad al líder: lo
muestra como un mujeriego, machista y dominante, quizá por herencia de
su padre que se casó cuatro veces. Evelyn se habría sentido frustrada
por la amistad de su marido con otras, incluida su secretaria, con la
que trabajaba hasta altas horas de la noche, así como supuestamente lo
hacía con integrantes del Congreso Nacional Africano (ANC, por sus
siglas en inglés), movimiento político y militar contra el apartheid.
Según el relato, Mandela habría golpeado a su esposa y tenido un hijo
extramarital, aunque posteriormente ella se refirió a él como el amor de
su vida y un padre “maravilloso”.
Sin embargo, se sabe que él tenía fama de ser distante con su familia y
que no era dado a las demostraciones de afecto. Ian Taylor, experto en
África, de la Universidad de Saint Andrews, le explicó a FUCSIA que
“Evelyn le dio a Mandela un ultimátum para escoger entre ella o el ANC”.
En 1957 se estaban separando. Tal vez por esto la historia la relegó a
un lugar de poca influencia en la vida del héroe. De esa unión solo
queda su hija Maki, porque la primera niña murió siendo una bebé.
En 1969, Madiba Thembekile, el mayor, pereció en un accidente. La madre
falleció en 2004 y un año más tarde la siguió el único varón que
quedaba, Makgatho, que sufría de Sida. Cuentan que en su funeral Maki
puso las manos de su padre sobre las del hijo muerto en un gesto de
reconciliación con la familia abandonada.
Cuando Mandela conoció a quien se convertiría en su segunda esposa, su
primer matrimonio agonizaba. Winnie era una atractiva trabajadora social
de un hospital, la primera negra sudafricana en ejercer esa profesión y
ya es parte de la leyenda que el flechazo se dio en una parada de bus
en el municipio de Soweto. A los pocos días, al atractivo galán de 41
años se le ocurrió que invitar a la joven de 22 al gimnasio para verlo
sudar sería una buena táctica de conquista. Y esta surtió efecto.
Aunque el padre de la novia se quejaba porque su futuro yerno estaba
demasiado metido en la política y era mucho mayor, la pareja se casó en
1958. De acuerdo con el testimonio de Fatima Meer, autora de "Higher
than Hope", la biografía autorizada del exmandatario, Winnie era
adorable pero no parecía muy interesada en los temas de gobierno, aunque
en sus épocas de estudiante había participado en algunos movimientos.
La biografía también comenta que él esperaba que ella fuera un ama de
casa convencional. Una anécdota curiosa cuenta que Mandela se vio en
aprietos tratando de enseñarle a conducir a su voluntariosa esposa. “Esa
belleza intimida. No encaja con un revolucionario”, habría dicho un
compañero de combate. Pero pronto se involucró en su causa al punto que
casi da a luz a su hija Zenani en la cárcel, donde fue detenida durante
una protesta femenina en 1959. Su segunda niña, Zindzi, nació al
siguiente año, y a los pocos meses su esposo ya era un hombre perseguido
por lo que solo podían tener encuentros clandestinos. A ella le tocó
afrontar problemas económicos para sacar a las pequeñas adelante y
hacerse cargo de su suegra.
Mandela fue capturado en 1962 y posteriormente condenado a cadena
perpetua. Ella, en lugar de derramar lágrimas, prometió “continuar la
lucha”. Desde entonces la historia de amor de la paciente mujer, que
esperó a su esposo durante 27 años y soportó todo tipo de abusos y
torturas, empezó a competirle a la de La Odisea. “Tuve muy poco tiempo
para amarlo. Y ese amor ha sobrevivido todos estos años de separación…
Quizá si lo hubiera conocido mejor habría descubierto sus fallas, pero
solo tuve tiempo para amarlo”, expresó alguna vez.
Winnie se convirtió en una heroína llamada la “madre de la nación”. Pero
para otros ella fue la parte brutal de su marido, su lado más
extremista. Negándose a dejar que las acciones de él fueran olvidadas, o
quizá por ansias personales de poder, en su nombre, alentó al pueblo a
una guerra sangrienta: “Somos la fuerza de estas tierras, estas manos
negras han forjado este país”, exhortó con su retórica populista a los
trabajadores. “Con nuestras cajas de fósforos y nuestros collares lo
liberaremos”, dijo refiriéndose a la cruel muerte que sus seguidores les
daban a los informantes de la policía: consistía en ponerles en el
cuello llantas llenas de gasolina a las que prendían fuego.
Ella se justificaba asegurando que había sido una víctima. Como señaló
Meer, “en la cárcel los policías no podían perseguir a Mandela. Pero les
quedaba otra Mandela”. El mismo gobernante diría años después que la
vida de su esposa había sido más difícil que la suya. Inspeccionaban su
casa, estuvo presa en confinamiento solitario por 17 meses, tuvo
arrestos domiciliarios y fue expatriada. Ella materializó su sueño de
venganza con el "Mandela United Football Club", equipo que, pese a su
inocente nombre, tenía por “deporte” servirle de escolta y realizar
actos atroces en Soweto. Winnie estaba fuera de control. Ordenar la
desaparición de Stompie Moeketsi, un activista de 14 años, fue el caso
más famoso del que se le acusó. El cadáver del niño apareció golpeado y
con la garganta cortada. Algunos testigos de los sucesos fueron
silenciados.
Los aires de diva se le subieron a la cabeza y, aunque se ganaba a los
más humildes, en los años noventa la criticaron por manejar un
Mercedes-Benz, vivir como reina en hoteles de lujo y transportarse en
limusina. Además, ha sido acusada de más de cuarenta cargos de fraude.
Pero en realidad lo que no le perdonan en su país es que le haya puesto
los cachos al “padre de la nación” con uno de sus abogados. Aunque luego
de la liberación de su esposo se pavoneó a su lado, salieron a la luz
unas cartas explícitas a Dali Mpofu, casi 30 años menor que ella: “Te he
dicho que la situación en casa se ha deteriorado mientras tú te
satisfaces cada noche con una mujer”. Para Ian Taylor todas estas
acciones “motivaron la separación. En efecto, el ANC presionó a Mandela a
distanciarse de ella”.
Aun cuando anunció su decisión en 1992, la dejó bien parada: “Ella se
casó con un hombre que la abandonó muy pronto, ese hombre se hizo un
mito, y ese mito regresó a casa y probó ser simplemente un hombre”. En
la presidencia de su esposo (1994-1999), no ejerció realmente como
primera dama y tuvo que conformarse con trabajar en el Ministerio de
Artes, Cultura, Ciencia y Tecnología. Pero a pesar de los crímenes de
los que todavía la señalan, sigue siendo miembro del partido de gobierno
y es toda una celebridad que ha inspirado varias películas.
En 1996, el entonces presidente dejó de ocultar que tenía una nueva
compañera: Graça Simbine. La última esposa de Mandela llegó a su vida
siendo una heroína: además de promover causas en favor de las mujeres y
niños africanos y visitar campos de refugiados, comisionada por la ONU,
era conocida como la Jackie Kennedy de Mozambique por ser la viuda del
presidente Samora Machel, quien diez años atrás había muerto en extrañas
circunstancias en un accidente aéreo. En aquella época le respondió a
Winnie su nota de condolencias expresándole su gratitud por darles
fuerzas a ella y a sus dos hijos: “Desearía tener tu coraje. En medio
del dolor busco inspiración en tu ejemplo”. Años más tarde la exseñora
Mandela la llamaría despectivamente “la concubina” o “esa portuguesa”,
en alusión al pasado de su sucesora.
De joven, Graça había recibido una beca para estudiar en la Universidad
de Lisboa. Gracias a su espíritu independentista, recibió amenazas de la
policía secreta del dictador Salazar de Portugal, por lo que huyó a
Tanzania donde se entrenó con grupos guerrilleros. Conoció a Machel
cuando se unió al movimiento Frelimo que luchaba para que Mozambique
dejara de ser una colonia europea.
Ella ha sostenido que la minoría blanca de Sudáfrica tuvo que ver con la muerte de su primer esposo, pues él había conseguido la liberación de su país
haciéndolo atractivo para los exiliados del ANC. De esta manera, Graça y
Mandela tenían un enemigo en común y se hicieron tan cercanos que la
hija de ella vivió en la casa de él mientras estudiaba en la Universidad
de Ciudad del Cabo. Pese a que solía asegurar que siempre sería “la
esposa de Machel”, y que no tenía la intención de casarse con el
presidente sudafricano, le dio el sí cuando este cumplió 80, en 1998,
manifestando que quería ayudarlo a tener “una vida normal”.
En medio de los roces entre las distintas familias del líder, muchos se
preguntan cuál de estas dos mujeres encarna su legado: la temeraria o la
humanitaria. Muchos Mandela le han sacado provecho a su apellido: su
hija Zenani es embajadora de su país en Argentina, Maki creó una marca
de vinos con su nombre y dos de sus nietas trabajan en un 'reality show'
para mostrar cómo viven sus descendientes. Pero lo cierto es que
ninguna de ellas fue el gran amor de Nelson Mandela. En la boda de su
hija Zindzi lo dejó claro: “Cuando la vida de uno es la lucha hay poco
espacio para la familia. Esa fue la elección más dolorosa que hice”.