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¿Que la culpa es de la vaca?

Por Margarita Posada, 28/11/2018

“La obsesión por comer sano ha llegado a convertirse en una enfermedad diagnosticable que se llama ortorexia y parece que la vaca es la enemiga número uno de quienes padecen de este desorden alimenticio”.

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¡No mamen! La mayoría de mis amigas están obsesionadas con no tomar leche entera, pero sí tragan entero todo lo que se dice sobre los lácteos y sus derivados. En aras de tener una alimentación más saludable, acaban por enfermar sus cabezas, como si la salud mental no fuera incluso más importante que el porcentaje de grasa que les dicen sus entrenadores personales que tienen que eliminar de sus cuerpos. La obsesión por comer sano ha llegado a convertirse en una enfermedad diagnosticable que se llama ortorexia y parece que la vaca es la enemiga número uno de quienes padecen de este desorden alimenticio.

Ahora resulta que la vaca es la culpable de todos nuestros males. No el cigarrillo, no el alcohol, no el esmog, no las cosas que evidentemente son dañinas. No. La culpa es de la vaca, ese animal generoso y maternal que no ha hecho otra cosa que contribuir a la nutrición de la humanidad desde épocas inmemorables, especialmente con uno de los manjares de la naturaleza más ricos (en términos alimenticios y en términos de sabor): la leche. No entraré a discutir que sean ciertos o no los estudios que revelan que la leche tiene ciertas características que pueden no resultar saludables para algunas personas, como quienes sufren del colon u otra enfermedad particular. Lo que no es cierto es que la leche sea mala per se, y les confieso que el que mis amigas se coman ese cuento me da más gases que bogarme dos vasos de leche entera (que, por cierto, no me da nada).

No hay nada menos orgánico que pretender ser rigurosos con nuestra alimentación hasta el punto de convertir el acto orgánico de alimentarse en un suplicio lleno de reglas y arbitrariedades. Cuando decimos que algo es orgánico es porque tiene armonía y consonancia, y no creo encontrar un ejemplo de un animal que haya vivido más en armonía y consonancia con nosotros que la vaca. Así como el perro y el gato han suplido nuestras necesidades afectivas, la vaca ha suplido nuestras necesidades nutricionales de una manera generosa y orgánica.

Después de mucho satanizar la leche aduciendo a que somos los únicos animales que bebemos leche después de cachorros, que el calcio ya no se fija en los huesos, que patatí y que patatá, estudios recientes demuestran que el problema NO ES LA LECHE, sino el exceso de su consumo, y que es indiscutible que tomarla reduce todas las causas de mortalidad, entre ellas los riesgos de enfermedades cardiovasculares. Así lo revela el Prospective Urban Rural Epidemiology (PURE) con cifras que aseguran que una persona que toma dos vasos de leche diaria tiene un 16% menos de probabilidades de tener un episodio cardiovascular que quien no los consume, y que quien toma diariamente tres vasos de leche o sus derivados tiene 34% menos de riesgo de sufrir un infarto. Estos y otros resultados están llevando a reevaluar esa moda loca de prohibirle los lácteos a todo el mundo.

Pero más allá de cifras y de estudios que revelan lo que nuestros cuerpos sabios han intuido por milenios, mi intención con estas palabras es invitar a quien las lea, a que no trague entero. En materia de alimentación, como en las tramas de las novelas bien construidas, nunca hay bueno bueno, ni malo malo. Todo tiene matices. Ejemplo de ello es que muchas de las bebidas de almendras que nos venden no es leche de almendras, al igual que la de soya, sino productos mucho menos naturales que la leche con cualquier cantidad de grasas añadidas y procesadas que ni idea de dónde salen, y aún así, en mi nevera conviven en armonía y consonancia ambas cajas, la de leche de vaca y leche de almendras, al igual que lo hacen unas arepas de quinoa con un jamón serrano, porque estoy segura de que los hombres coinciden conmigo en que es rico tener de dónde agarrar.

Amigas, la conciencia también consiste en dejar que el cuerpo les pida de manera intuitiva y orgánica ciertos alimentos que de seguro en exceso son malos, como todo. Yo las invito a que se suelten un poco y experimenten de nuevo el placer de tomarse un vaso de leche bien frío. Nada que provenga de una teta puede ser tan malévolo como nos quieren hacer creer.

 Margarita Posada

Periodista y escritora cuarentona. Autora de las novelas De está Agua no Beberé (ediciones B, 2006) y Sin título,1977 (Alfaguara, 2009), actualmente prepara la publicación de un libro testimonial sobre la depresión con Planeta.