opinión

Amenazados por convivencia

Por Odette Chahín, 27/7/2010

El amor se puede multiplicar o dividir en pequeños periodos de convivencia con la pareja.

Desde que lo conoció, a usted le pareció el hombre perfecto, sólo le faltaban el caballo galopante y la sangre azul, vivía en un cuento de hadas hasta que se fueron de paseo juntos. Ahí descubrió que su príncipe no bajaba el agua del sanitario, que era un machista que la tuvo cocinando todo el tiempo y que, para rematar, olvidó su cepillo de dientes en casa y ni se le ocurrió comprar uno para el fin de semana. Cuando regresaron a la ciudad, usted, diplomáticamente, dejó de contestarle sus llamadas.
Esta situación nos resulta bastante familiar porque, para nuestra desgracia, la mayoría de príncipes se convierten en sapos, cerdos y perros en aquellos periodos breves de convivencia. En la época de nuestras abuelas no existía la posibilidad de convivir con el novio un fin de semana de paseo; la gente se casaba sin la ‘probadita’, incluso había novios que se conocían en la iglesia, el día de su matrimonio.

Gracias a Dios, a la modernidad y a la liberación femenina, hoy en día uno tiene la posibilidad de experimentarlo todo antes de decir “acepto”, y si nadie se arriesga a comprar un carro sin manejarlo antes, con las parejas uno es aun más meticuloso; es precisamente en esos periodos de prueba (llámese cuando no hay moros en la costa, en vacaciones o paseos) cuando uno decide decir “next” o “¿cómo te gustan los huevos?” a la mañana siguiente.

La convivencia es como un preview de lo que puede llegar a ser la vida en pareja, es aquel tiempo sin interrupciones para conocerse mejor, compartir las sábanas, el desayuno, el baño y hasta el control remoto. En la convivencia sucede lo mismo que cuando uno ve los avances de las películas, según lo que uno observe, decidirá rápidamente si va a ver la película al cinema o si prefiere no gastar su tiempo ni su dinero en una cinta que pinta mala. Y, como en el cine, hay candidatos que se ven bien y prometen, pero que resultan ser todo un hueso.

Cuando uno está conociendo y conviviendo con una persona, puede reaccionar de tres formas: a) los enceguecidos de amor, que ven perfecto todo lo de su pareja, ésos se acomodan a su antojo mientras dure el efecto de embobamiento, ¡perdón!, enamoramiento; b) los que toman nota de las creencias y costumbres de su pareja que van en contravía de las suyas y deciden bajarse de ese tren pronto; c) finalmente, los que piensan que su pareja es un brillante en bruto, que se puede pulir y cambiar tan fácilmente, como si fuera una llanta.

Una cosa es salir con alguien y otra cosa es vivir con ese alguien, por eso, la convivencia es un arma de doble filo, porque uno se ‘emboba’ por completo mostrando sus valores, hábitos y costumbres, y eso es mucho más difícil que quitarse la ropa. A fin de cuentas, uno se puede acostumbrar a que el personaje lo tenga chiquito en la cama, mas no así a que tenga chiquita la moral.=