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Carolina Barco

, 10/5/2009

Es una de las embajadoras más exitosas de este gobierno. Su gestión para sacar adelante el TLC la convirtió en una de las diplomáticas con más peso en el Congreso de Estados Unidos.

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Parece haber nacido para la diplomacia. El cargo como Embajadora de Colombia en Estados Unidos, pareciera haberla estado esperando toda la vida. Desde su nombramiento en el 2006, año tras año, la ex Ministra de Relaciones Exteriores ha demostrado con hechos concretos que su gestión es, sin duda, una de las más brillantes de los últimos tiempos.
Ella lo hace ver fácil, pero ganarse el respeto del Congreso de Estados Unidos no es un logro que cualquiera tenga en su haber. El año pasado, cuando la prensa colombiana anunció que el Tratado de Libre Comercio (TLC) era mandado indefinidamente al congelador, la Embajadora recibió una llamada personal de la presidenta de la Cámara de Representantes, Nancy Pelosi, en la que le dijo que la decisión tomada no tenía nada que ver con su gestión ante el gobierno más poderoso del mundo. Una explicación no pedida, pero muy valorada por la Embajadora y su equipo de trabajo.
El esfuerzo cobró frutos. La constante dedicación en esta materia tan importante para Colombia vio resultados tangibles, cuando el pasado mes de abril el TLC se convirtió en una de las prioridades del gobierno del presidente Barack Obama. La Embajadora afirmó que el Tratado está más vivo que nunca y que uno de sus objetivos primordiales de este año es buscar la aprobación del mismo.
Otra de sus grandes prioridades ha sido el Plan Colombia. Hace dos meses el Gobierno estadounidense puso el asunto sobre el tapete cuando confirmó que el proyecto debía ser nacionalizado y desarticulado gradualmente. Ante las diferentes opiniones que desató esta decisión, la Embajadora ratificó que el recorte de presupuesto y la transferencia del control, de Washington a Bogotá, siempre estuvieron previstos, ya que estaba pensado para cinco años y ya se van a cumplir nueve. Le ha tocado lidiar con demócratas y republicanos. En ambos bandos es recibida con beneplácito, con respeto y es escuchada. Ella, mientras tanto, trabaja duro para poner a Colombia en un renglón principal en Estados Unidos.
Definitivamente el cargo de Embajadora está hecho a su medida. A su discreción, inteligencia y cabeza fría, se le suma la experiencia que por años ha tenido en el sector público. No en vano fue una de las seis mujeres escogidas por el recién elegido presidente Álvaro Uribe para acompañarlo en sus tareas de gobierno en la cartera de Relaciones Exteriores. Hoy, siete años después, no cabe duda de que su perfil tiene la madera necesaria para encargarse de temas internacionales. Los cargos como consultora en temas urbanos y directora de Planeación Distrital de Enrique Peñalosa, obedecen a su formación, capacidad y trayectoria. Además, desde hace unos años, hace parte de la junta directiva del Instituto Lincoln, de la Universidad de Harvard.
Para la hija del ex presidente Virgilio Barco, los temas diplomáticos y de protocolo nunca han sido extraños. Se crió entre embajadas y bajo el fiel amparo de su padre, de quien era muy cercana. Cuando éste fue Presidente, Carolina lo acompañó a todos sus viajes internacionales lo que ya, de por sí, constituyó para ella una gran escuela diplomática.
Quienes la conocen saben que detrás de su seriedad aparente se esconde una persona dulce y entregada a las personas que quiere. Así mismo, los que han trabajado a su lado son tajantes al afirmar que ella es una líder natural para la cual la responsabilidad es lo primero. Una persona exigente, reservada y ordenada que defiende sus ideas hasta el final, y a la que las únicas personas que logran sacarla del protocolo son sus hijas y su nieto Nicolás.

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