Columna

Cosas contagiosas y éstas…

Odette Chahín, 12/2/2012

Mientras la medicina se trasnocha buscando una cura para las grandes epidemias, existen otras enfermedades cuya curación depende de nosotros.

Ilustración: Ivette Salom - Foto:

El año pasado fui víctima de una inocentada por parte del famoso director Steven Soderbergh. Así como lo leen. Ilusionada, compré boletas para ver su filme Contagion, en el que presumiblemente se lucía toda una constelación de estrellas como Gwyneth Paltrow, Kate Winslet, Marion Cotillard, Jude Law y Matt Damon, entre otros. Pero Soderbergh me salió con un chorro de babas, o más bien, con un chorro de gérmenes. Y eso no fue lo peor. Su película, que cuenta cómo se incuban las grandes epidemias, agudizó mi bacteriofobia, o miedo a las bacterias, que se encuentran por montón en todas partes: los pasamanos, los botones de los elevadores, la llave del agua del baño, la manija de la puerta del baño que usamos al salir (donde perdemos el esfuerzo de la lavada) y hasta esta revista que usted tiene en sus manos.

La moraleja que me dejó la película (además de la certeza de que todos nos vamos a morir) es que las cosas malas son las más contagiosas, y no me refiero solo a terribles enfermedades como la hepatitis, la tuberculosis o el sida, sino a otros virus malignos a los que estamos expuestos, como la ira, el orgullo, la envidia, el resentimiento y el pesimismo. Son virus que inhalamos, que están en el ambiente, y que se van adhiriendo a nosotros sin que seamos conscientes de ello, hasta que un día salen a flote y uno revienta con la persona menos culpable, como el pobre idiota que se equivocó al hacer su pedido en el restaurante.

No hay nada más contagioso que una mala actitud. Si alguien en la oficina está de mal genio, en cuestión de minutos todos van a estar con ganas de coserle la cara a su vecino de cubículo con la engrapadora. Para no contagiarse de la mala actitud, es bueno tomarse un descanso. Si no le es posible hacerlo, colóquese sus audífonos y métase en su propia fantasía autista, exorcice su odio jugando Angry Birds o agarre su bolita antiestrés y haga de cuenta que son las pelotas de su jefecito. Para ser productivo es fundamental tener un ambiente laboral agradable, así que trate de ser parte de la solución y no del problema, o si no, considere cambiar de trabajo.

Otro de los males más contagiosos de nuestro tiempo es el miedo, sensación que puede llegar a ser más prendediza que un bostezo o una carcajada. Los perros pueden oler el miedo y los ladrones también. Hace un año me atracaron unos malandros que creo que estaban más asustados que yo. Las pérdidas materiales fueron mínimas, pero perdí mi seguridad de andar por la ciudad. Cada vez que salía a la calle sospechaba hasta de la ancianita vendedora de chicles de la esquina. Me costó trabajo sacudirme esa paranoia, pero no iba a dejar que esos desgraciados, además de quitarme mi hermosa e irremplazable cartera boliviana, me robaran, además, el gusto por salir y disfrutar la ciudad donde vivo. Ni p’uel p…

Conozco a más de una pareja que convive con una terrible plaga llamada desconfianza, que puede acabar con su salud mental. Esta empieza con un leve brote en el que uno le lanza al otro preguntas indirectas, le revisa los bolsillos y huele sus camisas, crece con la revisión de su celular y termina por ‘hackearle’ las cuentas. ¿Y para qué? Si no confían en su pareja, ¿para qué están con ella? Si disfrutan las labores de inteligencia y espionaje es mejor que se metan a trabajar en el FBI y que les paguen bien por eso.

Admiro a la gente que madruga a trotar todos los días, a la gente que no le teme al ridículo y a los que luchan hasta conseguir lo que quieren, ¿por qué diablos no se nos contagiarán esas cosas? Lamentablemente, como dice Tina Fey: “El talento no es algo que se pueda transmitir sexualmente,” pero hay otras cosas de las que nos podemos contagiar rodeándonos de buenas personas y energías para lograr atraer buenas cosas.

La única vacuna que sirve para evitar contraer estos males es mantener el optimismo y, al igual que los mineros y cazadores de talento, encontrar el oro entre tanta porquería. Aunque aún quiero que Soderbergh me devuelva los 15 mil pesos que pagué por la entrada al cine y las dos horas de mi vida que gasté viendo su película, trataré de dejarlo atrás y me concentraré en encontrar lo positivo de lo negativo, como la excelente compra que hice de deliciosos jabones antibacteriales para combatir mi bacteriofobia post-Contagion, que dejan mis manos más suaves que la colita de un bebé.