Palabra de hombre

De las que fingen y otros clichés

Samuel Giraldo, 12/12/2011

Una de las conversaciones preferidas entre los hombres tiene que ver con las historias de sus ‘amores furtivos’. Me he dado a la tarea de coleccionar dos, tres, máximo cuatro clichés sobre esas relaciones.

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Para nadie es un secreto que la inmensa mayoría de las personas que están entre los 18 años hasta bien entrados los 45 no son muy amigas de las relaciones tipo ‘papás’ en las cuales se comprometían para toda la vida. La explicación es muy sencilla: toda la vida es mucho tiempo e involucra todas las Navidades, todas las vacaciones, todas las Semanas Santas, todos los cumpleaños, etc. Es cierto. Pare y piense. Eso es mucho tiempo. Recuerde que siempre la mayoría tiene la razón.

Es por eso que un tema recurrente en las conversaciones entre hombres aficionados a tomarse unas botellas de vino, beberse unas cervezas, mirar en grupo un partido de fútbol o fumarse unos porros –al ritmo de la narración capciosa de viejas historias de amores furtivos– tiene que ver con los lugares comunes en que incurren las parejas luego de una aventura. Muchas de esas situaciones son aprendidas de las películas romanticonas francesas o norteamericanas, que se asimilan con naturalidad.

El primer cliché tiene que ver con el medio de transporte. Supongamos que uno se va de fiesta con ganas de levante una noche de jueves, viernes o sábado (nadie responsable que yo conozca se va de farra un domingo, lunes, martes o miércoles). En el bar, discoteca o restaurante se encuentra con una mujer que le llama la atención y le saca a flor de piel ese donjuán que todo hombre lleva adentro, así esté bien escondido. Se da sus mañas, la conoce, terminan hablando, bailando, riendo, comiendo, etc. A continuación viene la pregunta sobre la movilidad: “¿Tienes carro? ”. Lo más probable es que no, pues son pocas las mujeres que salen en sus carros, una decisión que es un lado flaco por donde atacar. Seguro de que si hay química, ella se deja llevar a su apartamento y en el camino se pueden embolatar.

No hay nada más íntimo y confidencial que el interior de un carro. Le juro que la presa una vez entra en el auto se siente segura y algún rincón de su cerebro reptil la lleva a dar besos y abrir el camino para los consabidos manoseos. El primer cliché viene unos minutos antes a esta escena, justo cuando ella se va a subir al carro. Pregunta: ¿le abro o no la puerta? No se la abra. Eso es cincuentero y a las mujeres (especialmente a las jóvenes) ese gesto les envía una señal de mal polvo. De entrada usted manda el mensaje de que es uno de esos que doblan la ropa y no se quitan las medias antes de echarse con ella a la cama.

Pero sigamos con el cuento. Una vez le dio besos bien dados en el carro, tenga cuidado de no ir a asustarla, estoy seguro de que en ese momento está convencido de que ya se la comió. ¡Falso! Puede ser una calientahuevos que aún controla su cerebro primario, muy racional, y piensa: “qué pensará este tipo si se lo doy esta noche”. En este momento solo la tiene cogida con una carnada muy débil que pudieron haber sido unos tragos, el impacto de su carro, la música que pone (no pregunte “¿qué música te gusta? ”, no sea pendejo), su misma presencia, el perfume, etc. Allí puede surgir un segundo cliché que lo he visto en muchas películas. No ponga cara de artista de cine al volante, máxime si su perfil no le ayuda. Piense en ella, que seguro estará concentrada en el tema sexual. Ella no está mirando cómo conduce el auto, ni cómo pone su mano izquierda rígida al volante creyéndose James Dean o el monito de Rápido y furioso. Ese gesto se puede tirar el polvo.

Es muy riesgoso si el tramo entre la discoteca y su apartamento es muy largo. Ella se puede enfriar. Aproveche que está en su carro y recurra a la invitación clichesuda de oír música en su apartamento y tomar vino. Por lo general funciona con las experimentadas en esos plancitos. Si ella es inteligente le recordará que usted está manejando. Existe la posibilidad, poco frecuente que le diga “vamos a mi casa”. Si eso pasa, cambia la historia. Una vez en su apartamento, ella habrá escaneado todo apenas entra. Hace comentarios generales, pero se concentra en un detalle, un accesorio, un cuadro, la mesa de centro…?Una cosa lleva a la otra y entre la música y el vino se combina la situación esperada que terminará en la cama sin ropa. No es un relato erótico, entonces, vamos al desenlace. Luego de la “pequeña muerte” viene la ida al baño, otra copa y esa rara sensación de “mierda, ¿qué paso?”.

El otro cliché es que ella se pone su camisa blanca para ir al baño o traer las copas que quedaron en la sala. Esa imagen seductora de cabello suelto, sin ropa interior y con su camisa, la hemos visto en más de un centenar de películas. A estas alturas, ella ya tiene el control y usted no se puede olvidar de que el siguiente es otro día y que es fácil acostarse con alguien, pero que es muy difícil levantarse con alguien.

Así opera más o menos el cerebro masculino en la inmensa mayoría de las situaciones, pero si el relato es desde la mujer, las cosas serán distintas, y nos habremos dado cuenta de que ella fingió la mayoría de la situaciones y que usted se creyó el cuento del donjuán.

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