Salud

Depresión, ¿qué es realmente y cómo se trata?

Fucsia, 24/4/2017

La depresión no está en la cabeza dice Kelly Brogan, autora de un revolucionario libro que explica por qué no es una enfermedad mental, sino producto del estilo de vida.

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Más de 30 millones de personas en Estados Unidos toman antidepresivos.

Las estadísticas son más desalentadoras para las mujeres, pues una de cada cuatro consume este tipo de medicamentos.

Pese a ese boom en las prescripciones, una psiquiatra asegura que esos pacientes están perdiendo su tiempo y su plata, en el mejor de los casos; y en el peor, están deteriorando aún más su salud. La doctora Kelly Brogan decidió alzar su voz en contra de este fenómeno mediante su libro ‘Tu mente es tuya‘, best seller en el listado del periódico The New York Times y elegido como el mejor de bienestar por la web MindBodyGreen.

Sus investigaciones la han llevado a concluir que la mayoría de los trastornos mentales se deben a factores relacionados con el estilo de vida y afecciones que se desarrollan en lugares muy alejados del cerebro, como el aparato digestivo.

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Si tuvieras que definir la depresión ahora mismo, antes de seguir leyendo, es probable que la describieras como un ‘desorden anímico’, o una ‘enfermedad mental’ desencadenada por un desequilibrio químico cerebral que posiblemente requiere tratamiento mediante fármacos como el Prozac o el Zoloft”, escribe en su obra, en la que además confiesa que fue la típica médica a la que le encantaba ‘el ibuprofeno’. Sin embargo, insiste en que el cuerpo humano tiene sus propios sistemas de autocuración, los cuales se facilitan gracias a una serie de hábitos saludables que, por el contrario, se ven entorpecidos por tales drogas.

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“Lo primero que aclaro es que la depresión no es una enfermedad sino un síntoma que muestra que tu organismo está protestando frente a un desequilibrio y la clave está en averiguar de dónde proviene... ¿de la forma en que te alimentas?, ¿de una relación tormentosa?, ¿de tu trabajo?, ¿de la exposición a sustancias tóxicas?, ¿de una crisis psicoespiritual?”, explicó la especialista a esta publicación.

Está convencida de que las soluciones a esta condición no son las habituales en su campo de acción; ella ni medica ni hace que sus pacientes se recuesten en un sofá a que le hablen de sus problemas durante sesiones interminables. Más bien indaga en sus rutinas cotidianas, porque en lugar de pensar en un corto circuito neurológico, considera el impacto que tienen el sedentarismo, los productos procesados, el estrés permanente y las pastillas que están a la mano en la mesa de noche para rescatar de cualquier dolencia, como el acetaminofén.

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“No estoy aquí para pelear con mis colegas ni con la industria farmacéutica. Lo que pasa es que a la gente se le olvida que esta última es un negocio, como lo es una compañía de celulares, y por eso se cree que existe para nuestro bienestar. Para ella, tomar antidepresivos es tan absurdo como “poner un vendaje sobre una astilla clavada en la piel que sigue produciendo inflamación y dolor. Si vendamos la herida, perdemos la oportunidad de extraer la astilla y resolver el problema de raíz”. Los señala de ser más adictivos que el alcohol y los opiáceos como la morfina, de inhabilitar de modo permanente los mecanismos corporales de curación natural, además de generar estragos como la disfunción sexual, el daño hepático, el aumento de peso y el deterioro de las funciones cognitivas.

Sus palabras van especialmente dirigidas a las mujeres, las más afectadas por estos diagnósticos, a quienes les advierte que no se dejen engañar, porque no todo está en sus cabezas, como repite la práctica convencional. “¿Acaso existe en nosotras algún fallo intrínseco?”, se cuestionaba Brogan antes de analizar las distintas razones: “Hemos cargado con la etiqueta de la histeria freudiana al punto de que si tú vas al médico y le dices que te sientes cansada y desmotivada, que lloras mucho y que se te ha nublado el pensamiento, de inmediato te remite al psiquiatra y no revisa si tienes intolerancia o sensibilidad a algún alimento, desbalance en el azúcar de la sangre, deficiencia de vitamina B12, mal funcionamiento de la tiroides, contacto con agentes químicos, como pesticidas, o si bebes agua cargada de flúor”. En su lista de ‘peligrosos‘ figuran anticonceptivos orales, antibióticos, antiácidos y medicamentos que combaten el colesterol.

De hecho, hay un té especial para este tipo de dolencia.

La tan sonada epidemia depresiva es, en sus palabras, consecuencia de la inflamación crónica, “un fenómeno subyacente a prácticamente cualquier enfermedad”. De hecho, ciertos alimentos la causan. “Nosotras somos más sensitivas a esa reacción. Además, nuestro sistema endocrino se perturba con mayor facilidad, como sucede por ejemplo con los pesticidas, y resulta que las hormonas juegan un papel importante en todas las afecciones de la rama psiquiátrica. A esto se suma un componente sociocultural: las mujeres queríamos igualdad, y terminamos siendo tratadas igual que los hombres, de manera que suprimimos nuestra energía femenina”. Para ella, a eso se debe que hayan disminuido los partos naturales y sea muy corto el tiempo que una madre puede permanecer con su bebé.

Trabajo con las que han tratado de todo y están desesperadas por dejar atrás el agotamiento crónico, el insomnio, la irritabilidad, la ansiedad, la confusión mental y la incapacidad para disfrutar (porque la depresión no siempre se manifiesta en sentimientos de tristeza o la necesidad de quedarse entre las cobijas una semana entera). A veces ese nivel de motivación es necesario para realizar una transformación radical”. Lo que la doctora les pide después de estudiar cada caso en particular es “solo un mes de sus vidas en el que se comprometan con altos estándares de cuidado personal”.

En su plan, la primera semana es para dejar de lado la típica dieta occidental, cuyos protagonistas son los procesados. “Los tres principales detonantes del problema son el azúcar (y sus sinónimos: fructosa, maltosa, jarabe de maíz, maltodextrina…), los lácteos y el gluten que suelen ir de la mano. Por eso, la primera tarea es abolir los paquetes, las conservas, envasados, que afectan el ecosistema intestinal, y reemplazarlos por comida orgánica y fresca, comprando ingredientes que estén lo más cerca posible de su estado natural”. No está permitido ningún tipo de harina refinada ni tampoco el café y el alcohol. En lugar de sal corriente habría que usar la marina o la del Himalaya y en vez de margarina y aceites vegetales comerciales habría que abastecer la despensa del de oliva y de coco (en su versión ‘virgen’), fuentes de grasas saludables, al igual que el aguacate, los frutos secos y las semillas. Brogan además recomienda la carne de animales alimentados con pastos naturales.

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La siguiente semana corresponde a la desintoxicación de la casa, en la que propone deshacerse de los productos de aseo y de belleza cargados de químicos. ¿Qué tal hacer la limpieza con una fórmula eficaz y barata de vinagre, agua y gotas de menta?

Los días venideros le apuntan a la paz mental, el ejercicio y el sueño. Aunque la autora es fan del kundalini yoga, hace énfasis en que tres minutos de meditación al día alcanzan para que “el sistema nervioso tenga una pausa ante los estímulos constantes. La idea es empezar a identificar qué factores contribuyen a ese desequilibrio que se presenta en forma de depresión. Si uno hace sacrificios para sufrir, ¿por qué no hacerlos por la felicidad?”.

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