columna

El afecto que afecta

Odette Chahín, 14/7/2011

Dime qué tan ‘osito cariñosito’ eres, y te diré qué tan afectuosos fueron tus padres.

- Foto:

 
Cuando veo fotos de cuando era una pelusita, resulta obvio que tuve una infancia muy feliz, así lo recuerdo, fui y sigo siendo una niña mimada. Crecí en un patriarcado, con ocho tíos que se convirtieron en mi punto de referencia para casi todo, imitaba lo que veía. Así que, cuando alguien me gustaba o me caía bien, mi forma de expresarle afecto era pegándole un ligero empujón o un pellizco, como lo hacían ellos con sus amigos; los empujones eran como los abrazos para mí. No crecí para ser una masoquista, ni para empujar a la gente por la vida, pero sí para ser alguien que quizá se siente un poco incomprendida.

Yo diría que para vivir, una persona sólo necesita tres cosas: oxígeno, agua y afecto. Los lobos se lamen los hocicos para demostrarse cariño, los micos se sacan los piojitos por cariño y nosotros nos besamos, nos abrazamos y nos arrunchamos; todos necesitamos dar y sentir afecto. Hawthorne decía: “Las caricias y las expresiones de ese tipo son necesarias para la vida afectiva, como las hojas son a la vida de los árboles. Si se contienen totalmente, el amor se morirá en sus raíces”.

En el mundo existen dos tipos de personas: las que son unos ositos cariñositos que reparten besos y abrazos melosos de par en par, y las que son como esculturas de hielo, fríos y secos, el único calor humano que reciben es cuando están bien apretujados, pechito con pechito, cachete con cachete, en Transmilenio. Que seamos lo uno o lo otro depende mucho de cómo nos criaron nuestros padres y cómo se demuestra el afecto en cada familia.

Todos los padres aman a sus hijos, pero cada uno lo demuestra de una manera distinta. Los padres materialistas demuestran su afecto con regalos y, con tal de tener contentos a sus hijos, les dan desde un carro hasta una nariz a lo Brooke Shields. Existen papás huraños que tratan a los hijos como extraños y sólo se dan besos el día de su cumpleaños y en año nuevo. Los papás melosos son los que sientan a sus hijos en sus piernas, aunque haya sillas, salen agarrados de las manos y hasta se dan picos en la boca. El espectro del afecto es muy amplio, y cuando uno no entiende a la pareja, no es porque no hablen el mismo idioma, sino porque sus padres les enseñaron un vocabulario afectivo muy distinto.

El afecto es un sentimiento tan bonito, que a la gente le gusta exhibirlo, aunque hay parejas que se pasan, no conocen el concepto de autocontrol y piensan que el mundo entero es una cama para revolcarse. Existen personas que usan el afecto con otros fines, como manipular a la pareja, por vanidad, como la ‘cuchi-barbie’ que le planta un beso al novio menor para exhibirlo como trofeo, o para marcar territorio, como el que le agarra la nalga operada a la moza para que otro no le eche mano a las prótesis que él pagó.

El afecto también incomoda a más a de uno, desafortunadamente, nuestra cultura machista ve con malos ojos la afectividad entre hombres, piensan que si muestran su lado sensible y afectuoso se les caerán las huevas, por eso, les castran la parte afectiva desde pequeños. Todos debemos tener el derecho de darle un beso o una caricia a la persona que amamos, tristemente muchos prefieren evitar los actos afectivos en público, para no ser discriminados o violentados; amor es amor, sin importar que sea “hombre con hombre, mujer con mujer y también mujer con hombre, del mismo modo o en el sentido contrario…”.

En alguna época, mis amigas me decían que yo no sabía dar abrazos, que era tan tiesa como un robot; en realidad, no sabía bien cómo demostrarle afecto a las personas que quería. Creo que por esa misma época en alguna misa, película o en una misa dentro de una película escuché que uno debía demostrarle el amor a nuestros seres queridos en vida, no fuera que se murieran sin saber que los quisimos. Hay cosas en la vida que uno no puede cambiar, como este clima demoniaco, pero hay otras que sí, porque sólo dependen de uno.

Pensé que estaba condenada a ser una cubeta de hielo de por vida, pero decidí cambiar y, aunque ahora no sea un ‘Timoteo’ que desborda cursilerías, trato de demostrar mi afecto. Cuando no lo puedo decir, lo escribo; y cuando no lo puedo escribir, regalo abrazos, ositos o galletas… lo importante es demostrarlo de alguna forma.