columna

El síndrome del domingo

Odette Chahín, 10/3/2011

El séptimo día fue creado para descansar, pero parece que fuera el día no oficial para deprimirse. Entérate aquí.

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Dios trabajó como esclavo durante seis días y al séptimo tiró la toalla y se echó a descansar y, según la Biblia, lo bendijo, diciendo: “No harás ningún trabajo, ni tú, ni tu hijo, ni tu hija, ni tu servidor, ni tu sirvienta, ni tu buey, ni tu burro u otro de tus animales”. Algunos se toman esto al pie de la letra, puesto que el domingo es el día oficial de no bañarse (seguro que es el día en que menos agua se gasta), de no mover ni un dedo, el día oficial del arrunche, de pedir a domicilio, ver películas malas y recuperarse del guayabo. En otras palabras, es el día más improductivo de la semana, y no sólo porque no se trabaja, sino porque el ocio fermenta algunos de los pensamientos más improductivos.

Los domingos suelen ser la excusa para verse con la familia y para hacer paseos en pareja, pero para el resto de mortales solteros, ‘desparchados’, los domingos son la peor pesadilla porque les toca estar a solas con sus propios demonios. Si usted se siente rara, ‘no se halla’, los domingos, no es porque le vaya a venir la regla, sino por el síndrome del domingo en el que uno experimenta un rango de emociones que pasan por ansiedad, inestabilidad emocional, melancolía y sensación de vacío. Ahora ya sabe por qué los domingos es capaz de tragarse hasta un gato frito (si viene con papitas) y por qué está tan sensible que al ver a un perro con gafas le dan ganas de llorar.

De lunes a viernes estamos acostumbrados a tener una rutina, un horario, unas tareas por cumplir, y el síndrome del domingo se presenta precisamente por no tener un ‘orden del día’ preestablecido, la falta de rutina hace que uno se sienta como pez fuera del agua. El hombre es un animal de hábitos y se siente cómodo con la rutina, pero apenas nos dan un poco de libertad no sabemos qué hacer con ella.

Tener tanto tiempo en nuestras manos se convierte en el carbón que enciende nuestras paranoias e inseguridades y que nos suscita una interminable cadena de preguntas: ¿será que se dieron cuenta de mi error?, ¿por qué no me consideraron a mí para el ascenso?, ¿la cagué diciendo eso?, ¿por qué ya no me quiere?, ¿estará con otra? Es imposible descansar pensando en lo que pasó y en lo que pasará, lo más sabio es tener la cabeza en el presente y ocuparse en cosas como “qué película voy a ver” o “qué restaurante nuevo voy a probar”.

Pero no toca esperar a que llegue el lunes para terminar con el síndrome del domingo, uno puede combatir esos síntomas planeando un fin de semana lleno de actividades y encuentros. Elija un destino cercano al azar y pruebe su plato típico, visite el mercado de las pulgas o un museo, vaya a cine o a teatro, haga deporte; hay tanto por hacer y uno siempre se queja de que no tiene suficiente tiempo para hacerlo, y el domingo es el día perfecto para invertir el tiempo en algo entretenido. También se puede convertir en ese espacio donde usted puede aprender lo que siempre ha querido como tomar clases privadas de ruso, capoeira, cultivar bonsáis, hacer esculturas en arcilla o tiro al blanco; todas éstas, habilidades importantes para la mujer moderna de hoy.

Los domingos son como un conteo regresivo a la dura realidad, a la madrugada, al estrés y al mal genio, es como una bonita canción que se termina. Nos da tristeza que se acabe el fin de semana, y tedio de que regrese el lunes a dañarnos la fiesta. Irónicamente, los domingos, con todo y ese crepúsculo de achaques que nos traen, no son los días en los que más gente se suicida, sino los miércoles, pues al parecer la gente alcanza sus picos de estrés más altos en la mitad de la semana. Ahora que usted sabe que el domingo le quiere hacer el cajón, atáquelo, pero con buena dosis de diversión, y no deje que la depresión ni el aburrimiento se le arrunche en la cama el séptimo día.

Por Odette Chahín