editorial

En busca del espacio perdido

, 5/6/2009

Las mujeres, cuando tenemos un mundo propio, no estamos para pendejadas.

En este caso, se trata sencillamente de descubrir que también tengo ‘espacio’, un secreto de hombres que conocí tarde en la vida. - Foto:

Estoy en el sur de Francia hace cerca de un mes estudiando francés. Hace unos años decidí que ya era hora de encontrar un espacio, pero no como lo piensan los hombres. Para ellos el espacio tiene generalmente nombre de mujer y significa que se aburrieron y quieren nuevas emociones. Yo, simplemente, después de haberme pasado la vida siendo madre, esposa y ejecutiva, quería tiempo para mí y encontré la forma de tenerlo en un instituto de lenguas. Me imagino que llega un momento en la vida en que las mujeres, cuando tenemos un mundo propio, no estamos para pendejadas y no tenemos que andar inventando historias para decir que se nos acabó el amor. En este caso, se trata sencillamente de descubrir que también tengo ‘espacio’, un secreto de hombres que conocí tarde en la vida.

Esta ha sido para mí la oportunidad de vivir una especie de regresión en el tiempo, donde volví a mis épocas de estudiante cuando, como hoy, la mayor responsabilidad era aprender el subjuntivo y, desde luego, no dormirme en clase. Por unos días, puedo hacer lo que quiera sin pensar en que tengo que cumplir con el trabajo y la familia.

Es como desdoblarse y vivir otra realidad. El pueblito donde estoy parece sacado de una tarjeta postal. Lo llaman los pueblos colgantes, pues esta es una región muy escarpada y parece ‘colgado’ de la montaña. Termina en una rada, un puerto natural con veleros, barcos de pesca y algún crucero. La ciudad vieja es de la época medieval y todavía hay una que otra calle que conserva edificaciones originales. Un pueblo pintado de amarillo y naranja, con materas con geranios rojos que decoran las ventanas, y la ropa colgada al sol que las mujeres extienden cada mañana sin vergüenza alguna.
 
 La historia está presente en cada rincón. Una placa señala el lugar donde Carlos V de España y Francisco I de Francia firmaron la paz, la capilla que pintó Jean Cocteau como homenaje a los pescadores está a la entrada del puerto, y el fuerte se destaca como una mole gigantesca que defendió la ciudad de los invasores franceses, pues Villefranche hacía parte del condado de Saboya hasta mediados del siglo XIX, cuando Napoleón III la hizo parte del Imperio.

Este ‘espacio’ no sólo ha sido importante para la mente, sino para el cuerpo. Cada mañana veo desde el balcón cómo el sol se refleja sobre el mar; reflejo plateado que me hace pensar en cómo las cosas más sencillas pueden producir una felicidad intensa. Subo no sé cuántas escaleras sembradas de rosas y jazmines para llegar al instituto. Las clases son pequeñas y la inmersión en la lengua es total. No sólo he aprendido un idioma distinto, también he conocido a una serie de mujeres de diferentes nacionalidades, y ellas me han hecho llegar a la conclusión de que el atraso social de las mujeres en Colombia es grande.

Aquí todas trabajan, no piensan en casarse y no esperan que un hombre les solucione la vida. Ellas entienden eso del espacio en su concepto original y lo viven. No sé si sea mejor o peor, pero es un mundo diferente, donde tanto hombres como mujeres son dueños de su destino. Comparten responsabilidades de igual a igual y, la verdad, no piensan mucho en el futuro. La crisis de la economía ha tenido un efecto sicológico muy grande sobre la gente joven, pues ya nada es seguro. Con una tasa de 25 por ciento de desempleo entre la gente joven, nadie tiene asegurado un futuro. No quieren tener hijos y sólo piensan en sí mismos.

El mundo tal como lo conocemos desa-pareció, instituciones como el matrimonio tienen los días contados, y las mujeres están en control de sus vidas, no dependen de nadie. Las relaciones entre hombres y mujeres son otro tema, aquí el tema de la igualdad es cosa del pasado.

Los cambios sociales que se vienen van a ser profundos, como lo fueron en los 60 con la aparición de la píldora anticonceptiva, y en el 89 con la caída del Muro de Berlín.