¿En dónde quedaron los vestidos de los árabes?

William Cruz Bermeo, 19/8/2014

La ropa tiene un papel clave en la integración de culturas, como, por ejemplo, la árabe en nuestro país. Esta es la historia de una familia siria en Pereira y su vida entorno a las telas.

Miguel Chujfi Haddad llegó al país en 1924, procedente de Chile. - Foto:

La Facultad de Diseño de Vestuario de la Universidad Pontificia Bolivariana realizó un proyecto académico que indaga sobre el papel del vestido en el proceso de integración de los árabes a la cultura colombiana, y se centró en el caso específico de de la familia Chujfi Syriani, de origen sirio. Compartimos algunos apuntes de este proyecto. 

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Llegó por el Puerto de Buenaventura para instalarse en Cartago. Corría el año 1924 y el inmigrante sirio Miguel Chujfi Haddad, nacido en la ciudad de Homs, llegaba a Colombia para vivir como esos otros paisanos suyos que habían venido de lejos para dedicarse al comercio. Chujfi volvería a Homs solo para casarse y luego regresar e instalarse definitivamente en Pereira.

Pereira, como el Macondo de Cien años de soledad, también tenía su Calle de los Turcos, la 17, “donde los comercios pertenecían a paisanos árabes, pero la gente siempre les llamaba turcos”, cuenta Ivonne, hija de Miguel Chujfi, quien “sentía cierta incomodidad por esta confusión” y se preguntaba “¿por qué confundir a Turquía con Siria?”. La razón era que hasta 1920 Siria había estado dominada por Turquía y los pasaportes los expedía este país. Solamente hasta los años cuarenta esta facultad pasó al Gobierno sirio, bajo el mandato de Francia; sin embargo, en Colombia el gentilicio turco se mantuvo sin distingo de si las personas eran sirias, libanesas o palestinas.

Como muchos otros sirios que llegaron al país motivados por condiciones políticas, sociales y económicas adversas, Miguel Chujfi Haddad también se dedicó al comercio y puso un negocio de telas: el almacén Chujfi. La migración era una alternativa y Latinoamérica un lugar de oportunidades. La mayoría eran hombres jóvenes y solteros que, una vez instalados, empezaron a trabajar y ahorrar para regresar a su país, casarse, volver a Colombia con sus esposas y fundar una familia. De allí surgiría una generación de colombianos-árabes, muy prósperos, que se integrarían a las dinámicas sociales y culturales del país. Justamente, en ese proceso de integración la ropa tuvo un papel clave.

Ivonne Chujfi recuerda cómo su madre, doña Helena Syriani Balan, guardaba muchas cosas “lindas y divinas”, refiriéndose a la indumentaria traída de Siria. Todavía conserva algunas piezas de allá pero nunca se las puso, pues se preguntaba “¿cómo ponerse una batola de esas, totalmente bordadas, en Pereira?”. Ella prefería prestarlas para que fueran usadas como disfraz.

Pero… ¿qué tenían esas piezas que se destinaban a ese uso extraño en lugar de poder ser llevadas cotidianamente? Era sencillo, llevar la vestimenta tradicional siria hubiera implicado para la familia mantener una identidad ajena a la de los que los circundaban y no poner de manifiesto esa filiación que sentían por la cultura receptora. Era necesario entonces construirse una identidad que facilitara hacerse creíble y comprensible.

Sin embargo, esto solo sucedía en la vida pública, pues en la privada, la familia de Ivonne conservaba las costumbres sirias: se hablaba en árabe y se cocinaba a la manera árabe. Así, guradar los excelsos vestidos y optar vestirse al modo occidental en tierras colombianas era una afirmación de pertenencia y un signo de credibilidad, ya que ser parte de un grupo “es primero sancionado por el adorno vestimentario”, como lo dice Leroi-Gourhan, lo cual no significaba una renuncia a otros lazos que unían a la familia con su origen.

Un pasaje de Cien años de soledad parece ratificar esto cuando el narrador comenta que Úrsula, tras los cinco meses de su desaparición, llegó “con ropas nuevas de estilo desconocido en la aldea”. La matriarca de los Buendía había pasado varios meses con los árabes y se infiere que había adoptado su indumentaria, quizás como una forma de filiación a esa comunidad con la cual trasegó en búsqueda de su hijo. Si la vestimenta indica filiación a comunidades concretas y estilos de vida compartidos, lo que encontramos en Úrsula y su cambio de apariencia es una manifestación de esto, la cual se da también en el proceso de integración de los árabes a la vida social y cultural colombiana.

La primera generación de los hermanos Chujfi Haddad migró no solo a Colombia, sino también a Estados Unidos y Argentina y esto hizo que empezara un constante intercambio de ropa entre familiares. “Nosotros empezamos a mandar muchas prendas, por ejemplo, medias Pepalfa, enaguas y combinaciones de moda, porque en norteamérica eran enloquecidos con la ropa de nosotros”, cuenta Ivonne.

Esta manera de vestir occidental de la familia Chujfi Haddad era de inspiración francesa, pero no se aplicababa a todas las clases sociales de la ciudad, pues aunque los académicos sostengan que a partir del siglo XIX en la cultura occidental la clase ya no fue tan aparente a simple vista solo por el vestido, las diferencias sociales seguían manifestándose en los estilos de vestir, puesto que en la sociedad colombiana hacia los años cincuenta y sesenta todavía había diferencias radicales marcadas por lo rural y lo urbano.

El vestido así era considerado un indicador de la clase. Los trajeados a la usanza del campo eran lo opuesto a los vestidos urbanos, y la indumentaria de estos últimos daba cuenta del progreso social y económico. Y era afrancesada, tal y como lo afirma el historiador Eduard Fuchs: “En la misma medida en que la industrialización capitalista progresa y se introduce en cada país hasta los rincones más alejados, desaparecen los trajes regionales específicos y ceden su lugar al uniforme internacional del orden social burgués”, el mismo que se dictaba desde París, que ya desde el siglo XVII era considerada a nivel mundial como la capital de la elegancia femenina.

Los Chujfi Syriani pertenecían al grupo urbano, pero también formaban parte de una época en la que la posición social y el carácter no se heredaban, por el contrario, como individuos modernos se forjaron a sí mismos y modelaron su identidad a través de las posesiones materiales y la adopción de un nuevo conjunto de prácticas culturales, entre ellas vestirse al modo de la cultura receptora, una que a su vez construía una imagen indumentaria de influencia extranjera.