opinión

Enséñame tu iPod

Samuel Giraldo, 10/6/2008

Las cosas que tenemos hablan de nosotros, y hoy, el famoso reproductor de música iPod, dice mucho de lo que a veces queremos ocultar.

Revista Fucsia, Ipod - Foto:

Por Samuel Giraldo
 
Personalmente me gusta la teoría que afirma que atravesamos una época en la que los nombres no tienen valor en sí mismos, sino van acompañados de una profesión o de un pasatiempo.

Es decir, de nada vale la pena llamarse Pedro, si no sabemos cómo se gana la vida ese Pedro, o qué hace en sus ratos libres.

Por ejemplo, un día te presentan a un amigo que se llama Pedro. Hasta este momento nada pasa, pero si a ese Pedro le agregamos que es médico, las cosas cambian, y se complican más aun, si complementamos: “este es mi amigo Pedro, es médico y practica karate”. ¡Por Dios, médico y karateca!

Efectivamente. Escuchamos decir: tengo un amigo abogado, arquitecto, publicista o cirujano, pero poco oímos hablar de Pedro, Juan, María o Beatriz a secas, sin definición alguna de su ocupación. Tal vez el descubrimiento sea de Perogrullo, pero dice mucho de cómo llevamos la vida en una época marcada por el frenesí de hacer cosas para mostrar.

Poco a poco he ido hilando mi propia teoría que demuestra cómo el iPod describe verdaderamente a las personas como ningún otro adminículo moderno.
Para mí el iPod habla más de la gente que cualquier otro asunto. Si me presentan a María y me deja ver su iPod estaré enterado de todo, y sobra que me diga si es publicista, odontóloga o veterinaria.

Empecemos por el principio: ¿quién no ha vivido ese molesto y secreto conflicto interno de qué música almacenar en el iPod? Aquí coincidimos en que la gente, por lo general, te vende una máscara social alejada de su individualidad íntima, y no es como es, en su esfera personal. Al bajar la música en el iPod todos revelan su verdadero ser. E incluso pelan el mañé, el corroncho, el chibchombiano o el guabaloso que todos llevamos por dentro. O por lo menos lo fuimos en algún momento de nuestras vidas.

El invento de Steve Jobs y su grupo en Apple no es otro que ayudar a organizar la banda sonora de nuestras vidas.

El iPod en sí, es un vulgar reproductor de música, el verdadero aporte a la individualidad es el iTunes: una biblioteca donde puedo tener los sonidos de mi vida, organizados como me dé la gana. Pasando por todas las épocas de mi vida, a manera de canciones.
Confieso que lo tengo organizado por ex novias. Me di a la tarea de compilar todas las canciones que me rumbié con mi primera novia cuando no había salido de bachillerato. Allí metí al Grupo Niche, a Juan Luis Guerra, a Depeche Mode, entre otros sonidos de finales de los 80. Luego me di la pela y reuní en una carpeta todas las canciones que sonaran a novias de la universidad. Llegaron Prisioneros, Toreros Muertos, Hombres G, Eros Ramazzoti, Madonna, Michael Jackson, 4:40, Rikarena, etc.

Ahora me dedico a la labor de montarles fotos de la época a las carpetas y, tal vez algún día, suba todo este cuento en mi Facebook o mi rincón en MySpace. Allí mi grupo encontrará que todos sufrimos conflictos de personalidad con la música que escuchamos o preferimos. Y que para nadie es un secreto que nuestra banda sonora es una rarísima mezcla de influencias de distintas etapas, o mejor aun, de estaciones de radio.

Tal vez seamos de la generación de Tropicana, Radioaktiva o la Voz de Colombia, pero hemos tenido que padecerlas hasta que terminamos extrañándolas y, a la postre, aceptándolas como parte integral de nuestra existencia.

El cuento terminó trascendental, pero de eso se trata.