El colector de textiles

, 16/10/2014

El artista plástico Nicolás Cuestas ha puesto a dialogar las comunidades artesanales más tradicionales de Guatemala con su mundo hiperdigital de collages salvajes y románticos, todo para crear telas que podrían ser piezas de arte.

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Somos también lo que hemos perdido. Eso lo sabe bien el artista plástico Nicolás Cuestas, quien emprendió un viaje que le daría a su vida una nueva dirección tras perder el amor que le había dado sentido a todo. En el silencio del que usa el viaje como huida, Nicolás fue topándose primero en Perú, luego en México y finalmente en Guatemala con telas tradicionales, coloridas y hechas a mano que contaban la historias de los hombres y mujeres que las habían bordado, hilado, teñido.

Las fue comprando sin tener muy claro qué significado escondían. Su devoción por las telas había nacido varios años atrás cuando descubrió que su formación como artista plástico podría encontrar un lienzo legítimo para expresarse en sedas y algodones que luego se convertirían en ropa. Pero siempre se había concentrado en hacer un enrevesado, algo oscuro y muy sofisticado collage digital con el que había logrado que incluso diseñadores como Olga Piedrahíta sucumbieran a su talento. Pero esto era diferente. Era como un retorno a lo básico, un encuentro con mundos mágicos y artesanales con los que nunca había comulgado.

En Guatemala, específicamente en Antigua, Nicolás descubrió que estaba en el epicentro textil de los indígenas mesoamericanos, así que empezó a desarrollar imágenes, patrones y paletas de colores que luego le entregaban a los indígenas artesanos para que estos los reinterpretaran y crearan así rollos de telas y chalecos únicos.

Mientras estaba embebido en esta aventura, paralelamente había convenido con la diseñadora Suki Cohen trabajar en unos estampados digitales para desarrollar una línea de vestidos de baño que extendiera los alcances de su exitosa marca de lencería. Al momento de desplegar sobre la tela sus dibujos, Nicolás se dio cuenta de que ahí también los efectos del viaje eran innegables: otras botánicas, esos pájaros tan determinantes en la imaginería de las comunidades de Santiago Atitlán, una paleta de color que apelaba a otras geografías y referentes fueron apareciendo. Lo mismo sucedió con las colaboraciones gráficas que de nuevo articulaba con Olga Piedrahíta.

Este colector de textiles fue descubriendo así que esos diálogos entre la vanguardia y la tradición, entre su universo hiperdigital y la manualidad de los textiles que le admiraban, daban una combinación muy especial y pensó que no solo se podían disponer para la construcción de prendas excelsas, sino que podían convertirse en tapices de paredes, en telas de muebles, en cojines, maletas, que incluso eran susceptibles de transformarse en objetos artísticos. Nicolás se dio cuenta de que había ya tanta expresión y belleza en los textiles que casi era irrelevante la forma que adoptaran. Tuvo otro descubrimiento, esas telas eran un hallazgo vital, un hallazgo que ha logrado menguar un poco el vacío que dejó la partida de su madre.