¿Fotógrafo y pornógrafo?

Revista FUCSIA, 18/9/2014

Para la cámara de Terry Richardson han posado desde Beyoncé hasta Barack Obama. Sin embargo, su fama de pervertido, misógino y acosador de modelos principiantes lo ha perseguido a lo largo de su carrera.

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Las imágenes explícitas de mujeres, quizá tocando sus senos o abriendo las piernas en distintos avisos publicitarios, podrían parecer parte del paisaje en la industria de la moda… algo natural. ¿El efecto sería igual si el lugar de cada protagonista lo ocupara un hombre haciendo exactamente las mismas poses sugestivas? La revista digital y plataforma de acción social Take Part se dio a la tarea de responder esta pregunta cambiando a las modelos por figuras varoniles. Y el resultado estuvo lejos de ser sexy: de “absurdo”, “raro” y hasta “cómico” lo tildaron. ¿Cuestión de género? Esta reciente campaña buscaba llamar la atención sobre el sexismo en los anuncios y demostrar que el cuerpo femenino ha sido sobreexplotado con fines comerciales. “La publicidad es realizada desde la mirada masculina, está reflejando lo que ellos supuestamente quieren ver”, expresó a FUCSIA Lauren Wade, quien estuvo a cargo del proyecto.

Pero en el centro de la polémica no solo estaban las fotografías, sino el personaje que las tomó: Terry Richardson, artista de 49 años que impuso una estética voyerista, que puso de moda una tendencia catalogada de “misoginia hipster”, y cuyo nombre se ha vuelto sinónimo de escándalo. Sus seguidores consideran que su trabajo es irreverente, transgresor y divertido, razón por la cual reconocidas revistas, entre ellas Harper’s Bazaar y GQ, y firmas de lujo como YSL y Valentino, se han dejado seducir por su estilo y pagarían 160.000 dólares por una de sus sesiones. Lady Gaga, Rihanna y Beyoncé le han mostrado su ángulo más atrevido y él también fue el encargado de dirigir el video Wrecking Ball, de Miley Cyrus, con su polémico destape, que además de dar de qué hablar ha sido visto alrededor de 700 millones de veces en YouTube. Incluso en 2007, Obama decidió darle un empujón a sus aspiraciones presidenciales sometiéndose a una sesión frente a su cámara para lucir como la opción más “refrescante”.

Tal popularidad se debe a que se mueve entre lo novedoso y lo inaceptable: sus clientes, por lo general, terminan emulando sus característicos gestos de meterse atrevidamente algo en la boca, o levantar el dedo pulgar en señal de estar pasando un rato ameno. Un artículo del New York Magazine bromea con el argumento de que Richardson inventó los narcisistas selfies, pues suele aparecer en cada toma robándose el show. Por ejemplo, la actriz Chloë Sevigny (Boys Don’t Cry), accedió a disfrazarse de él con su habitual camisa de cuadros, sus gafas grandes y su bigote, para inmortalizar un beso de ambos. Advierte que con ese desparpajo solo busca contagiar a los que posan, y que para liberarlos de la timidez no tiene reparo en desvestirse frente a todo el equipo en su estudio neoyorquino.

Sin embargo, hay quienes no ven en el fotógrafo a un provocador sino a un depravado. Desde el año pasado circula en Internet una petición que se acerca a las 35.000 firmas y que invita a los grandes emporios a prescindir de Richardson debido a las múltiples acusaciones de abuso sexual en su contra que han salido a la luz. Al tiempo que la propuesta surgió, H&M anunció que si las imputaciones eran ciertas “sería inaceptable” realizar colaboraciones con él. “La moda siempre está cambiando y tratando de superar los límites. A las empresas y diseñadores les gusta contar con cierto factor de impacto para no pasar desapercibidos, pese a que esto implique que los avisos enfurezcan a la gente. Terry Richardson es una marca, y las compañías saben en qué se están metiendo cuando solicitan sus servicios y que no obtendrán una imagen familiarmente amigable. Lo buscan para lucir lascivas y con un halo tabú. Creo que solo debido a la prensa negativa en torno a él, ahora algunas están dando un paso hacia atrás y se preguntan: ‘¿Realmente queremos que su marca esté asociada con la nuestra? O ¿nos ensombrecerá?’”, concluye Wade de Take Part.

Uno de los testimonios más contundentes en su contra fue el que contó la exmodelo Jamie Peck, quien posó para Terry en 2004, cuando tenía 19 años. Según su versión, al comentarle al fotógrafo que tenía la regla, este le sugirió que se sacara el tampón para hacer un té. El artista se habría desnudado y le pidió a ella que le tomara fotos y la acorraló para que lo masturbara. “Si lo haces bien te daré una buena calificación”, le habría dicho. Cuando la faena concluyó, su asistente, sin inmutarse, le pasó a la joven una toalla. “Es el único que me ha dejado con la necesidad de bañarme dos veces”, confesó. Hace pocos días, Peck hacía la siguiente reflexión en el diario The Guardian: “¿Que si Terry Richardson es un artista o un depredador? Con Roman Polanski, Woody Allen y otros miles de ‘chicos buenos’, debería ser obvio que no se trata de calificativos excluyentes. Los depredadores no son monstruos escondidos en cavernas: son esposos, padres, empleados, amigos y, sí…, a veces son artistas”.

Abundan relatos similares, como el que habría vivido en 2009 Charlotte Waters. Cuenta que en aquel entonces, mostrando ser un hombre precavido, Richardson inició la jornada tomándole una foto a sus documentos de identificación para tener pruebas de que era mayor de edad. En esa oportunidad, con todo su equipo de trabajo presente haciéndole barra, le dio directrices a la modelo en medio de la mayor normalidad, para que apretara con fuerza sus testículos. Paradójicamente sin un tono íntimo o insinuante, sino más bien con fines “profesionales”, le habría advertido que mantuviera los ojos bien abiertos mientras descargaba semen en su cara para que la cámara captara el momento perfecto. “¿Tienes novio?”, cuenta Waters que le preguntó al terminar, y cuando asintió, él le respondió sonriendo que debía haber averiguado eso antes de llevar a cabo aquel performance. Aunque ella fue a la policía, las autoridades no tomaron cartas en el asunto porque en ningún momento dijo: “No”. Tampoco jugó a su favor que en su solicitud laboral al estudio del célebre personaje hubiera escrito: “Mi nombre es Charlotte y soy pervertida”.

Hay quienes han cuestionado este sistema explotador de la industria de volver vulnerables a las jóvenes interesadas en hacerse un nombre. “Uno se siente presionado a cumplir porque los agentes exigen dar una buena impresión”, especialmente a famosos como él, manifestó en una ocasión Sara Ziff, creadora de la organización Model Alliance que busca proteger a sus colegas. Aun así, en la lista no hay solo principiantes. La top model Coco Rocha también protestó: “Una vez trabajé con Richardson pero no me sentí cómoda y no volveré a hacerlo de nuevo”.

En los últimos meses los señalamientos han persistido, incluido un mensaje atribuido al fotógrafo en el que supuestamente le pedía favores sexuales a una modelo a cambio de darle una vitrina en Vogue aunque, según su portavoz, es falso. Richardson intentó ponerle fin a los rumores publicando su alegato de defensa en el Huffington Post. Se refirió a estos como una cacería de brujas y una cruzada sensacionalista: “Al igual que Robert Mapplethorpe, Helmut Newton y otros tantos antes que yo, la imaginería sexual siempre ha sido parte de mi fotografía… He trabajado con mujeres adultas plenamente conscientes de la naturaleza de la obra y, como es típico en cualquier proyecto, firmaron su consentimiento. Nunca he ofrecido nada ni amenazado para obligar a alguien a hacer lo que no quiere. Siempre he respetado la libertad de decisión y por eso me es difícil verme como un objetivo de la historia revisionista”. Recuerda además que si su trabajo empezó a ser valorado en los años noventa fue por romper con los parámetros estéticos de iluminación perfecta e imágenes pulidas con mucho retoque, un poco a lo porno de bajo presupuesto. “Mi primera gran campaña fue protagonizada por una pareja retozando en un bar, y fue impactante para la época, pues no se había utilizado una fotografía de esa naturaleza en una publicidad de moda”.

Lo cierto es que su reputación lo precede. El “tío Terry”, como se hace llamar cariñosamente por las modelos, es famoso por los excesos, característica que ha desplegado con orgullo en sus libros y exposiciones: en una imagen un oso de peluche acompaña una erección del artista. Y en otra, él mismo limpia sus dientes con el hilo de un tampón todavía insertado en una vagina. Una de sus fieles asistentes lo ha secundado en varias escenas sexuales, sin importarle llevar en la frente el rótulo slut (puta) escrito con pintalabios.

Con el título Son of Bob (el hijo de Bob), recopiló una serie de retratos de sus propios excrementos, tal vez un punzante homenaje a su padre, quien como él fue un controvertido fotógrafo que sufrió de esquizofrenia y abandonó su hogar por ir detrás de una adolescente Anjelica Huston. En cuanto a su mamá, el hecho de que estuviera muy disminuida no le impidió a Richardson captarla en topless para la posteridad. Ella fue una bailarina y estilista que contó con Jimi Hendrix en su lista de amantes, que envió a su hijo varias veces a terapia porque este oía voces en su cabeza, y que tuvo un grave accidente que le ocasionó daño cerebral. Luego de ese episodio, el pequeño Terry empezó su incursión en el mundo de las drogas. De hecho ha reconocido que su gráfica experimentación sexual reemplazó aquel lado oscuro.

“Terry ha intentado brindarle espontaneidad a la moda suprimiendo la rigidez excesiva. En su trabajo personal captura el momento real de los personajes mientras hacen cosas sorprendentes, a veces escandalosas”, explicó a esta publicación Dian Hanson, editora de la obra erótica de Taschen que publicó Terryworld. “Es carismático y entusiasta y a la gente le gusta estar cerca de alguien así. Llena toda la habitación con una energía vertiginosa y es por eso que las personas se atreven a hacer lo que quieran frente a su cámara. Muchas se preguntan luego: ‘¿Qué es lo que acabo de hacer?’, y lo culpan, pero él no fuerza a nadie, simplemente su personalidad saca el deseo exhibicionista y quizá lo pervertido que hay en cada quien”.

Alguna vez Terry Richardson dejó saber que no le gustaba dar entrevistas porque prefería que su trabajo hablara “por sí mismo”. Por eso, cuando la periodista Kate Spicer se atrevió a preguntarle si todo lo que hacía tenía que ver con sexo, él simplemente le respondió: “Mira más de cerca, estúpida”.