La revolución de 1992

, 18/9/2014

El libro Champagne Supernova, de la escritora Maureen Callahan, ilustra cómo la década de los 90 fue un momento crucial para la historia de la moda. Tres personajes: Marc Jacobs, Kate Moss y Alexander McQueen revelan una radiografía de esa década.

- Foto:

Anodina. Así se ha tildado por años la década de los 90 en términos estilísticos. Pocos méritos se le han reconocido, nada que vaya más allá del look desvencijado del grunge de Kurt Cobain y Eddie Vedder, de una devoción ridícula por el pelo hiper liso, propagada por Gwyneth Paltrow, y de un rechazo militante por todo el glam que aconteció en los 80.

Sin embargo, ya que los 90 están más de una década atrás y que sus fenómenos de moda pueden ser vistos con distancia, una nueva manera de entender lo que pasó durante esos años parece emerger con fuerza. Lo ha anticipado Valerie Steele, la reconocida teórica de la moda. “La moda se convirtió en un fenómeno significativo en los 90 gracias a un incremento de conciencia popular sobre ella, y a los continuos intercambios entre el arte y la moda, que hicieron ver que esta podía penetrar verdaderamente la cultura”.

Justamente, esa insospechada trascendencia de la década de las leñadoras, los jeans rotos y los Converse, parece ser lo que ha alentado a la periodista Maureen Callahan, nominada al Premio Pulitzer en 2009 y quien tiene en su haber una exitosa biografía de Lady Gaga, a escribir el libro Champagne Supernova, en el que desentraña cómo específicamente en el año 1992 se crearon las bases para la moda que hoy en día vivimos. “Una revolución sucedió en los 90 y nadie lo notó. Fue el momento en que lo alternativo, tanto en la moda como en la belleza, se hizo legítimo y popular y, sobre todo, se convirtió en un gran negocio”, dice Callahan en la introducción, en la que además se atreve a sentenciar: “Lo que fue el rock and roll para los 50, las drogas para los 60, las películas para los 70, y el arte moderno para los 80, fue la moda para los 90”.

“Cada noción de belleza y de moda, y las formas como esto era creado y consumido, cambió radicalmente en 1992”, anticipa, por su parte, en sus primeras páginas el libro que le roba el nombre a una exitosa canción de la banda Oasis, emblemática de la época. Este fue el año en el que el rostro extraño de Kate Moss fue fichado para ser la imagen de Calvin Klein, a pesar de que muchos fotógrafos le habían sentenciado que no tenía ningún futuro en el modelaje. Es también el año en el que Lee McQueen, más adelante rebautizado Alexander, presentó su colección en el Saint Martin School, para conquistar, sin saber, el corazón de Isabella Blow, la que sería su mentora, su musa y su predecesora de tragedias.

Fue, finalmente, el año en el que el joven diseñador neoyorquino Marc Jacobs, quien trabajaba para Perry Ellis, recibió una extraña llamada que cambiaría su vida: Sonic Youth, la afamada banda, quería usar algunos de sus diseños. Era el momento de hacer polvo todo patrón moral y exceso propio de los 80 y darle un nuevo atuendo a la cultura popular.

Como si de una novela llena de personajes reales se tratara, la autora va destapando las espesas capas de la vida de estas tres figuras, a la vez que sus biografías le sirven para hacer una radiografía fidedigna de la década. Vemos así en primer plano a Kate Moss, una chica regular que en el año 1988 fue descubierta por una fotógrafa en un aeropuerto. “Kate estaba confundida. Ella pensaba que era bonita, pero no que pudiera ser una modelo. Como casi todas las chicas de su edad, se comparaba con las supermodelos de esos días, como Cindy, Christy, Linda y Naomi, y sentía que ese era un mundo inalcanzable”, describe el libro, que está lleno de testimonios de parientes, amigos y gente cercana a los personajes que ayudan a construir versiones de estos muy humanas, reales.

No solo Kate estaba desconcertada, lo estaban también sus padres, que jamás vieron en su hija una belleza especial. Sin embargo, Corinne Day sabía que había descubierto una mujer que revolucionaría todas las formas que se conocían hasta ahora sobre lo bello. Lejos de lucir como esas muñecas de cuerpos exuberantes y de enormes estaturas, Kate tenía un rostro en forma de huevo, unos ojos de muñeca china, uno con un cierto desvío, pómulos salidos y enormes, y unos dientes que revelaban poco cuidado. Nos devolvemos así, a través de las bien escritas páginas de este libro, lanzado mundialmente el pasado 2 de septiembre, a esa época en el que las modelos eran superestrellas y en la que, como lo sentenció insolentemente Linda Evangelista, “no nos levantamos por menos de 10.000 dólares al día”.

“Lo primero que Corinne vio en Kate es que se distanciaba radicalmente de ese estilo. Sabía que no había manera de conquistar ninguna gran revista, pero había unos proyectos independientes y de cultura joven que estaban más interesados en el estilo callejero que en la alta industria de la moda: Face y I-D estarían sin duda muy inquietados por su pequeña revolución”.

Avanzamos en el libro y dejamos por un momento a Kate Moss, y nos adentramos en las tristezas propias de la infancia de Lee McQueen, un niño indefenso cuyo padre lo desdeñó desde pequeño por su notable tendencia gay. La autora es hábil en resumir el infierno interior del que sería el genio de la moda británica en el odio profundo que sentía por sus dientes. La natación, que era el único deporte que practicaba, sobre todo por su condición de solitario, haría que McQueen odiara su apariencia para siempre. “Nadando, McQueen se quebró los dientes, algo que no solo le causó intensos dolores en su adolescencia, sino que lo acomplejó mucho acerca de su apariencia. Cuando tuvo dinero y fue reconocido como uno de los mejores se los arregló, pero le confesó a sus amigos que el cambio no le había servido para sentirse mejor consigo mismo”, cuenta el libro unas páginas adelante.

Serán los dientes también fundamentales en esa conexión que tendrá McQueen con la socialité y no menos atormentada Isabella Blow. Compartía con ella ese complejo. Isabella Blow odiaba su boca más que cualquier otra parte de su cara, por eso la escondía tras de velos y grandes sombreros: “Una forma más barata y menos dolorosa de cirugía estética”, solía decir con gracia y algo de pesadumbre la mujer que le abriría los caminos más insospechados al joven tímido que habría de sufrir tremendas frustraciones, ya que una vez que McQueen fue nombrado director creativo de Givenchy se olvidó de ella cuando se encontraba en la bancarrota.

Los detalles convulsos nos dan una tregua para darle paso a la vida de Marc Jacobs, que en absoluto parece más fácil que la de los otros dos. Su extenuantes jornadas festivas en Studio 54 y las formas como fue conquistando sus primeras prácticas en las casas de los diseñadores develan una dimensión que resulta por demás novedosa por estos días en los que el creador americano recibe tanta atención.

Ese, quizás, sea el mayor mérito de este libro, revelarnos la fragilidad de la existencia de esos que hoy reconocemos cómo ídolos y cuyas vidas perfectas y exitosas nos hacen pensar que no hay ninguna miseria que se esconda detrás de estas. Nada más alejado de la realidad.