No todos los hombres quieren cuidar niños
Lila Ochoa

La paradoja de los hombres en casa, cuidando a los hijos, y las mujeres que los mantienen.
Se podría pensar que esto no es un problema, más aun, que debería ser un triunfo en el proceso de conseguir la igualdad de géneros. Pero se nos olvida el estigma social que representa todavía dentro de nuestra sociedad el ser un marido “mantenido”, particularmente en las sociedades machistas como la colombiana. Sólo basta con imaginarse, en una reunión social, si alguien pregunta: ¿y usted qué hace? El hecho de tener que contestar que trabaja en el hogar es algo que pocos hombres se atreven a enfrentar.
Para empezar, el problema es responsabilidad nuestra. Muchas mujeres consideran emasculante, castrador, que un hombre se encargue de limpiar el polvo y de vestir a los niños, cosa que se considera una obligación o una virtud en la mayor parte de Occidente. Y, en el fondo, las mujeres aquí comparten el mismo prejuicio que los hombres al considerar que ellos deben ser los proveedores, aunque no se atrevan a confesarlo. Quince mil años de historia pesan demasiado y los cambios sociales no se suceden de un día para otro. Esta actitud en las mujeres hace que a los hombres les aterre la perspectiva de no ser ellos los que ponen el pan en la mesa. Finalmente, hace apenas una generación el papel de un hombre era mantener a su familia.
Eso de la igualdad de géneros ha sido en cierto modo una maldición para el masculino, pues ser proveedor era lo que los hacía responsables y, a la fuerza, tenían que dejar de ser adolescentes irresponsables para asumir el papel de cabeza de familia.
¿Qué pasa cuando se cambian los papeles, como sucede ahora? Que aparece el llamado ‘síndrome de Peter Pan’, que afecta a aquellos hombres que nunca crecen y que piensan de manera egoísta solamente en sus necesidades, en sus sentimientos y en sus caprichos como lo más normal. Aunque en el primer momento se nieguen a aceptarlo, al poco tiempo se acostumbran a la situación y son felices “mantenidos”. Pero, en ese mismo momento al ídolo le aparecen pies de barro y empieza la debacle. Emocionalmente, la mujer se ve afectada y el matrimonio puede entrar en problemas.
Pero hay que entender que hay razones, distintas a la diferencia de sueldos, que llevan a un marido a quedarse en la casa. El desempleo, por ejemplo. A raíz de la crisis económica mundial se perdieron muchos y en una gran mayoría fueron los hombres las víctimas. Puesto que ellos ganaban mejores sueldos, los empleadores pensaron que era mejor darles puesto a las mujeres, que por lo general piden menos y trabajan el doble. Los trabajos de medio tiempo tampoco son una opción, pues no existen ese tipo de puestos para los hombres en plena edad productiva.
En resumen, lo que estamos viviendo es el aumento desmesurado de hogares con madres cabeza de familia. Muchas mujeres prefirieron quedarse solas ante la inhabilidad de los hombres para mantener y cuidar a los hijos, aunque eso les signifique percibir ingresos insuficientes. El resultado es una pobre educación y pocas oportunidades, lo que en muchos casos conduce a los jóvenes a la delincuencia y la violencia.
¿Se puede dar ese lujo una sociedad? Personalmente, no lo creo. Si las mujeres pudieran escoger, muchas preferirían quedarse cuidando a sus hijos, pero la situación económica no se los permite.
Las mujeres tenemos que cambiar si queremos tener realmente una familia feliz. Si existe amor y paciencia, un marido puede hacer perfectamente el papel de amo de casa sin perder su hombría. Finalmente, depende de nosotras si los admiramos o los despreciamos. Si queremos igualdad, que la cosa funcione en las dos vías.
Lila Ochoa
Directora Revista FUCSIA
COMENTARIOS
Para comentar este artículo usted debe ser un usuario registrado.