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Por la diversidad... de opinión

Lila Ochoa, 11/10/2019

Carta editorial.

Lila Ochoa - Foto:

En este editorial quiero hacer referencia a una situación especial que vivimos en la revista, a propósito de nuestra edición anterior. Como tema de portada elegimos el Festival de Música del Pacífico Petronio Álvarez, un evento realizado en Cali desde 1996, que se ha consolidado como el más importante de cultura afro en Latinoamérica.


Este año particularmente hicieron énfasis en la moda, y por eso quisimos presentarle al país la creatividad de las diseñadoras de la región. Al planear la producción, nos enfocamos en lograr que su talento fuera visible de otra manera, y plasmar su herencia rica en tradiciones y creatividad, no solo en la música, sino también en el colorido de sus trajes. Que la modelo colombiana Julieta Piñeres fuera una de las invitadas especiales, lo vimos como la oportunidad perfecta para vestirla con las prendas y accesorios inspirados en África.


Este trabajo, hecho con el profesionalismo y la pasión que siempre nos ha caracterizado, produjo una polémica que, a mi parecer, adquirió una dimensión desproporcionada en las redes sociales. El argumento de los contradictores se centró en que, por tratarse de un festival afrocolombiano, la elegida debió ser una mujer de raza negra. El punto puede ser válido, pero está lejos de ser una obligación, pues en el arte, y en este caso, en la moda, siempre habrá campo para múltiples opiniones, ninguna más legítima que la otra.


Colombia no es de blancos y negros. Es un país en el que convivimos personas de origen europeo, oriental o africano; indígenas, criollos o blancos... Si es que existe una raza blanca pura. Aquí se mezclan las herencias culturales, y son tan ricas, que todos podemos bailar con la música del Pacífico, de la costa Caribe, de los Andes, o de los Llanos Orientales, solo por nombrar algunas, fijándonos más en el goce y el movimiento del cuerpo, que en el color de la piel... Lo mismo pasa con la moda. En esa recuperación de nuestra identidad nacional, de la que todos hacemos parte, los jóvenes diseñadores buscan hoy sus raíces para exportar al mundo un producto original.


Pero si queremos ir más lejos, en los departamentos de compras de almacenes de lujo, como Saks o Bergdorf Goodman, no hace el menor daño que quien porte y promocione las prendas con toques étnicos sea una mujer blanca; porque el contraste es un elemento, no solo de inclusión, sino también de marketing.


Por mi parte, reconozco que una mujer negra pudo ser una alternativa más ajustada al espíritu del Petronio. Pero, repito, el objetivo era darle visibilidad al festival ante un público amplio y diverso, y por eso creo que nuestra decisión fue válida. Ahora, ya que en las redes sociales nos han tildado de racistas o excluyentes, quiero señalar que fuimos la primera revista de moda en Colombia en publicar una portada con una mujer negra: la chocoana Vanessa Mendoza, cuando fue elegida Señorita Colombia en 2001. Después de ella siguieron más. Nueve, para ser exacta. Pero no se trata de hacer cuentas o justificarnos con una cifra, porque la revista siempre ha sido vitrina del talento colombiano, de sus razas, sus herencias culturales, y de su talento, incluido el de los maestros ancestrales, nuestros indígenas. Lo cierto es que lo seguiremos haciendo, y no para quedar bien, o como una pose; sino porque nos sentimos orgullosos de la creatividad nacional, venga de la región que venga, y del color que sea: rojo, negro, amarillo, blanco… o FUCSIA.