columna

Razón tienen en un país de feos

, 28/4/2011

Soy de los que opinan que en Colombia y Venezuela viven las mujeres más hermosas del mundo y los hombres más feos del planeta. Y razón tienen ellas en... preferir un barrendero alemán que un economista tropical.

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Confieso que los hombres colombianos y venezolanos son los más afortunados del mundo por tener una populosa población de mujeres bellas en sus vecindarios, y acepto con humildad que las pobres son muy desdichadas a la hora de aparearse, pues no se puede decir lo mismo de los hombres, quienes se cuentan entre los más poco agraciados de la Vía Láctea.

Esas mujeres de caderas anchas, linda sonrisa y seducción natural al caminar, tienen que conformarse con tipos maluquísimos de pelo negro, ojos achinados, hombros caídos, prominentes barriga y papada, sin contar con que son perros, convencidos, parranderos y mentirosos. Razón tienen, al ver un tipo con acento raro, de mirada perdida y de caminar desparpajado, en tirársele en plancha, seducirlo y terminar en la conformación de una linda pareja binacional.

Por eso, es absolutamente justificable que ellas se crean de mejor familia cuando están emparentadas con un extranjero, sin importar su condición social, el estado de dentadura, su gases nocturnos o sus celos primermundistas que explotan de vez en cuando, pues casi todos son mucho más pintas que los hombres de esta comarca, más hacendosos, más cariñosos y fáciles de llevar.

En apariencia social y tranquilidad familiar es mucho mejor ser esposa o novia de un extranjero que de un colombiano promedio. El riesgo al fracaso sentimental es menor, las quiebras económicas familiares serán una pesadilla remota y la extensión de una la prole subdesarrollada con apellidos sudacas no será una opción. Sucede en mi oficio que los ojos de las colegas les brillan cuando tienen que atender a clientes de otra nacionalidad, y las entiendo, es su gen de superación y mejoramiento de la raza que les tira a garantizarles a sus descendientes un futuro un poco mejor. Las vacaciones con una familia de padre extranjero pueden ser en el país de origen de su esposo y no paseando en un centro comercial de la capital, en el mejor de los casos en Santa Marta, San Andrés o Cartagena, o en alguna calurosa ciudad intermedia de esas llenas de motos y mujeres en chancletas y blusas de tiritas.

Razón tienen ellas de preferir extranjeros en un país de feos y borrachos como este. Si tuviera una hermana soltera, yo mismo me daría a la tarea de buscarle un novio que no sea de estos lados, que no se llame, John Jairo, Wilson, Hamilton, Freddy, Anderson, Arley o Jonatan. Yo mismo le sugeriría su ropa para que lo seduzca hasta la locura, yo mismo le pagaría la peluquería para la primera cita y, por qué no, hasta le armaría la cena con un tamal gourmet. Hay que afanarse por casar más colombianas con extranjeros, hay que trabajar en encuentros. Ya pasó la época de las relaciones que se arman por Facebook, todos sabemos que allí se finge, se engaña y se posa de hombre interesante o de mujer exitosa y fatal.

La regla ahora es moverse en los hoteles, en los restaurantes, en las discotecas, en los bares, en las oficinas que frecuentan los hombres de negocios. Cualquier lugar de estos es adecuado para que una colombiana pueda encontrarse con un destino mejor. La verdad, deberíamos hacer una campaña en pro del mejoramiento de la raza, algo así como: “case una colombiana con un extranjero y haga patria”.