¿Se puede ser muy flaco y saludable?

Revista FUCSIA , 18/11/2015

Cansada de que le digan anoréxica, la modelo María Teresa Mora decidió ir a un médico para que le explicara por qué cuando la naturaleza te quiere flaca, no hay cómo enfrentársele.

- Foto:

Agradecida tengo que estar de haber nacido en esta época. ¿Qué tal yo en los tiempos de Marilyn Monroe, de dónde hubiera sacado las curvas?”, se burla María Teresa Mora al referirse a cómo el tipo de silueta que se promueve como ideal ha adquirido muchas formas a lo largo de la historia.

Para fortuna de la modelo, desde hace un buen tiempo el mundo de las pasarelas se encuentra bajo el régimen del cuerpo delgado, y el suyo, de 1,81 de estatura, pesa 60 kilos, lo que le ha permitido construir una productiva trayectoria de 11 años. Puede sonar a cliché que una mujer de su condición asegure que come de todo y no engorda, pues nunca se sabe a ciencia cierta cuán amplio es ese “todo”. En su caso, a los pocos minutos de pronunciar esa frase, estaba saboreando un sándwich de Subway.

Aunque desde que lo recuerda, la constitución de María Teresa siempre ha sido la misma, reconoce que en la industria en la que se mueve sí hay mucha presión por la apariencia. “En el pasado Cali Exposhow me regañaron porque estaba caderona. ¡Qué esperaban! Ya no soy una niña, soy una mujer de 28 años. Pero he aprendido a no darles importancia a esas críticas. Alguna vez Hernán Zajar me dijo que tuviera cuidado con la boca, que no siempre iba a poder comer igual… y si acaso he subido 2 kilos”. Confiesa que lo que ella tiene por suerte o genética, otras lo consiguen “a punta de unas ensaladas de tres claras de huevo con espinaca. Eso me parece una falta de respeto”.

¿Bendecida por la naturaleza? Sin aspirar a ser ni más flaca, ni más gorda, confiesa que no solo ha sentido el control en torno a unos centímetros de sobra en su cadera de 93, sino, justamente, una vigilancia respecto a los que le harían faltan. “Anorexia”, fue la palabra en mayúsculas que le escribió en las redes sociales un licenciado en educación física en respuesta a una de sus fotos.


Imagen: Alejandro Annicharico.


Además, la tildó de ser un mal ejemplo para las jovencitas. “Lo acaban a uno en un segundo”, reflexiona, pues en aquel momento eso le dolió más que cualquier otro inconveniente que hubiera vivido por cuenta de su figura: ya de niña había afrontado que no la dejaran entrar a los parques infantiles por superar la estatura indicada para los juegos. En el colegio, los uniformes le quedaban muy cortos y muy anchos, y a los 15, angustiada porque la jovencita seguía estirándose, su mamá decidió llevarla a un especialista. Ya entonces sobresalía por sus manos y brazos larguísimos.

Luis Miguel Parra, director médico de la clínica B&O AGE, a quien María Teresa relata estas historias mientras la revisa, le explica que tener extremidades de esas dimensiones puede ser una característica “marfanoide”, término que deriva de una condición que afecta el esqueleto, conocida como Síndrome de Marfan. “No es que tengas una enfermedad, es simplemente un rasgo corporal, igual a lo que sucede con Michael Phelps, y por eso él nada tan bien”, bromea el experto.

Hace algunos años, la delgadez de María Teresa jugó en su contra cuando la vetaron en Colombiamoda. “En esa ocasión un requisito para que nos dejaran desfilar era que nos pesaran y nos midieran los pliegues cutáneos para saber qué porcentaje de grasa corporal teníamos. Me llamaron aparte y me dijeron que debía consultar a un nutricionista y un sicólogo, y luego los medios empezaron a preguntarle a Zajar por qué había escogido a una anoréxica para ser imagen de su colección, y él les aclaró que sabía perfectamente lo que yo comía. Hasta del susto, mi agente inventó que yo sufría de la tiroides para que no me molestaran más”.

Su experiencia recuerda la molestia que sintió la top model Kate Moss frente a las mismas acusaciones: “Es terrible que me responsabilicen porque otros se enfermen, más cuando nunca he sido anoréxica”, expresó. Sin embargo, quienes atacan el culto a la delgadez consideran que por más sana que esté la modelo, su silueta de todas maneras impone estándares imposibles y nocivos para el común de las mortales.

María Teresa es consciente del poder que tienen las figuras reconocidas
y comenta que para poner fin a tantos señalamientos falsos empezó a publicar escenas suyas en Instagram saboreando algunos manjares. “Maneras de llegar a mi corazón: cómprame comida, hazme comida, sé comida”, es el mensaje que se lee en una caricatura que agregó. “Hay una imagen que registra que soy capaz de acabar con un pedazo de carne más grande que mi cabeza”, le comenta al doctor Parra cuándo le pregunta por su régimen nutricional. “Quizá también ayuda el hecho de que no me gusta el dulce”. Y pese a que creció en una finca aprendiendo a comer de una manera natural, motivada por su mamá agrónoma, admite que se muere por la comida chatarra.


Imagen: Alejandro Annicharico.



O muy gordos o muy flacos


María Teresa no parece sorprendida de que el especialista le diga que su índice de masa corporal (IMC), medida que determina lo que un cuerpo debería pesar de acuerdo con la estatura, esté un poco por debajo del límite que se considera óptimo: es de 18.3 y el rango reglamentario va de 18.5 a 25.

En su libro Health at Every Size, la sicoterapeuta Linda Bacon le resta importancia a ese tipo de cifras al aseverar que la salud viene en distintas formas y tallas: “Muy gordos o muy flacos… parece que no podemos hacer nada bien. En la actualidad, la mayoría de productos y servicios se venden aprovechando nuestras inseguridades. El mensaje de que estamos bien como somos no genera ganancias”, opinó a FUCSIA.

Por el momento, sin mayor esfuerzo, María Teresa encaja en los parámetros que hoy exalta la moda: “Es cuestión de temporadas, y creo que la industria debería apostarle a representar más diversidad corporal. ¿Acaso los hombres no las siguen prefiriendo con mucha cola y voluptuosas?”.

La experta en historia gastronómica, Sarah Lohman, advierte que varios factores condujeron al imperio de la delgadez: aparte de la popularización del armario con espejo y la balanza, que facilitaron el escrutinio permanente sobre el cuerpo, el corsé dejó de utilizarse: “Esta pieza no hacía ver a las mujeres flacas sino que empujaba la grasa a ciertos lugares para hacer la figura más deseable, en parámetros del siglo XIX, al destacar el busto y las caderas. Cuando nos libramos de esas fajas, se hizo énfasis en una figura esbelta, casi infantil”. También recalca que por la misma época las calorías se volvieron protagonistas a la hora de cuantificar la comida. “Anteriormente el pobre, que no podía darse gustos y que hacía trabajos físicos, era el flaco. El rico era el gordo. Pero los roles se invirtieron: desde que la sociedad se volvió más sedentaria, la delgadez es sinónimo de opulencia y estatus. Es señal de que hay suficiente dinero para comprar comida saludable y pagar un gimnasio, entre otros lujos”.

En 2014, la industria global del adelgazamiento se estimó en casi 150.000 millones de dólares, y hay teorías conspirativas que apuntan a que la obsesión por los cuerpos flacos es la gallina de los huevos de oro de las compañías de alimentos acusadas de engordar: gigantes como Nestlé y Heinz han comprado empresas dedicadas a perder kilos. El sobrepeso, que antes empezaba en un IMC de 27, se acortó sospechosamente a 25, y si se habla de este mal en términos de epidemia, quien tenga la cura se lleva el botín.

La industria de la moda que imparte los cánones del cuerpo ideal funciona en engranaje con ese mercado: un estudio publicado por Nutrition Today encontró que en las revistas femeninas los avisos de comidas son 80 veces más frecuentes que en las masculinas. Los que promocionan productos dietéticos son 60 veces más comunes en estas publicaciones, así como tienen 12 veces más artículos enfocados en el peso.

“Suena paradójico que en estos tiempos, a mayor obsesión por las dietas, haya más personas con sobrepeso”, indica el doctor William Dietz, experto en obesidad. Entretanto, las mujeres mediáticas cada vez son más delgadas: a una norteamericana promedio con un IMC de 27.5 le queda difícil aspirar al 17.2 de la actriz Keira Knightley. Hace 20 años las modelos pesaban alrededor de un 8 por ciento menos que las norteamericanas promedio. Ahora están un 23 por ciento por debajo.

“Nuestra identidad se basa en la capacidad que tengamos para cumplir con los estándares de belleza culturales. Estamos mucho peor que las mujeres de generaciones anteriores con respecto a cómo nos sentimos acerca de nosotras mismas físicamente, y no creo que esto sea algo accidental”, señala Bacon.

Michelle Lelwica, autora del libro The Religion of Thinness, sugiere que es bastante curioso que el culto a la delgadez adquiriera impulso en la época en que el género femenino aumentó su presencia en la fuerza laboral y su influencia en los asuntos públicos. “Algunas activistas especulan que justo entonces los medios, las imágenes de consumo, y la industria de las dietas se enfocaron en motivarnos a permanecer pequeñas, a centrarnos en la apariencia, y así minimizar nuestra presencia”.

El cuerpo que toca


En medio de la histeria que rodea la delgadez, desentona que María Teresa hable de su privilegiada flacura con cierto tono de resignación: “Ha sido un proceso de aceptación, llevo 28 años con el mismo cuerpo”. Tanto es así, que la modelo, que no es amante de los gimnasios, cuenta que ha probado, sin mayor éxito, varias rutinas y suplementos proteicos. “Hasta me dediqué a comer la ‘Todoterreno’ de Hamburguesas El Corral”.

Y es que, finalmente, cada quien se parece a su genética, como manifiesta la sicóloga clínica Juanita Gempeler: “No se consigue el cuerpo que se quiere tener, sino el que se puede tener”. De hecho, existen categorías para describir las caprichosas constituciones impuestas por la madre naturaleza. Están los ectomorfos, los típicos flacos cuyo metabolismo suele ser más rápido. “La buena noticia para ellos es que comen y no engordan; la mala es que les cuesta ganar masa muscular, porque nacen con un limitado número de células musculares”, expone el doctor Wayne Westcott, autor de varios libros sobre entrenamiento físico. Los mesomorfos tienen más músculo que tejido graso, “es el cuerpo de los atletas, mientras que los endomorfos tienden a engordar pues nacen con más células de grasa”.

El cirujano plástico Diego Dávila le aclara a María Teresa, durante la consulta médica, que su silueta es longilínea: “Son los larguiruchos. Los rellenitos son los brevilíneos, y los normolíneos son los que conservan las proporciones. Al tener el tórax más corto, por mucho que adelgace, una brevilínea nunca va a obtener una figura longilínea”.

Por eso, la medida más importante sigue siendo la salud: “Sin duda, una mujer puede ser delgada sin tener ningún problema. Habría que observar sus hábitos, si come lo suficiente y hace cantidades recomendables de ejercicio. Y se puede evaluar si se trata de composición corporal, pues el músculo, por ejemplo, es más pequeño en masa que la grasa. Por otra parte, hay algunos indicadores físicos de la delgadez enferma como una piel pálida y amarillenta, círculos oscuros debajo de los ojos y huesos excesivamente sobresalientes”, afirma Marjorie Nolan, portavoz de la Academy of Nutrition and Dietetics.

“En medicina, lo que es normal depende de cada paciente, concluye el doctor Parra al terminar de revisar a María Teresa. Si generalizara, tendría que decir que tu peso está por debajo de los parámetros establecidos, pero como individuo, esa es tu normalidad. Una mujer que pese 50 kilos, aunque coma lo que quiera, siempre será una flaca. Mientras que una que tenga los mismos 50 kilos, haciendo dietas sin parar, será una gordita en pausa”.