Editorial

Las cortesanas

Lila Ochoa , 22/3/2012

La mujer cortesana es una prostituta asociada con hombres ricos y con aristócratas y gracias a ellas surgieron los fundadores de las grandes casas de moda: Madame Vionnet, Charles Worth o Paul Poiret.

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Fascinada, después de leer tres libros sobre las cortesanas, concluí que ellas fueron las mujeres que dejaron huella en la historia. En el diccionario, cortesana es una prostituta asociada con hombres ricos y con aristócratas, o una mujer amancebada. La definición no es exacta. Eran mujeres destinadas a ser favoritas por su belleza e inteligencia. 

Como para entretener a un hombre no bastaba con ser linda, y para retenerlo se necesitaba más que una conversación entretenida, desarrollaron habilidades y talentos que las distinguieron de sus congéneres. Algunas fueron autoras de novelas, otras, poetas, actrices notables o bailarinas. Unas pocas, como Sarah Bernhardt y Coco Chanel, incursionaron en otras profesiones. 

Las mujeres de clase alta no tenían acceso a la educación, máximo sabían bordar, coser, cantar, tocar piano y bailar; eran unas bobas. Las que lograron llegar a la universidad, ya entrado el siglo XIX, tenían prohibido ejercer su profesión; si no conseguían marido, su único camino era el convento. Parece increíble que esto sucediera apenas hace 200 años. 

Las libertades de las mujeres de hoy eran absolutamente impensables para una mujer de clase alta. La doble moral y la hipocresía eran parte de la buena educación. Ser una mujer culta era algo sospechoso, no una cualidad. Convertirse en cortesana suponía para una mujer una promoción, un salto gigantesco. Era tenerlo todo o resignarse a una vida de pobreza. Era, en ocasiones, recibir un pago por sus favores, como el de los 80 mil francos que le dio el libretista de ópera Henri Meilhac a Liane de Pougypor verla desnuda, o los diamantes que le regalaron a ‘La bella Otero’, de los que vivió hasta el fin de sus días. 

Pero los pagos tenían un toque romántico, no eran una transacción comercial. Lo usual era que tuvieran un arreglo similar al de las esposas: propiedades, obras de arte o joyas, como demostración de afecto o, siendo menos sutiles, como pago por sus favores. La diferencia era que una mujer casada no podía disponer de sus bienes, no le pertenecían; a las cortesanas sí. 

Una mujer respetable estaba controlada por su padre, hermano o marido; las cortesanas podían vender o comprar a su albedrío. El esplendor en que vivían las cortesanas era legendario; a veces llegaban a ser más ricas que sus protectores. Coco Chanel montó su primera tienda gracias a los regalos de sus amantes, pero de ahí en adelante su imperio creció únicamente gracias a su esfuerzo.

En el campo del arte jugaron un papel fundamental, eran las mecenas de los artistas del momento. La creación de la fábrica de porcelana de Sèvres se le debe a Madame Pompadour, al igual que los múltiples edificios diseñados por el arquitecto Gabriel, en Versalles y en otros lugares de Francia.

La moda fue quizás el campo en el que las cortesanas dejaron una huella más profunda, y en el que su influencia ha perdurado. Gracias a ellas surgieron los fundadores de las grandes casas de moda: Madame Vionnet, Charles Worth o Paul Poiret son algunos de los que hicieron un nombre a sus expensas. Creaban para aquéllas modelos sofisticados y bellos, con los cuales se paseaban por las capitales europeas. 

Las mujeres respetables, con título nobiliario, las envidiaban y copiaban su forma de vestir. La moda nació como una necesidad de las cortesanas, pero se extendió pronto a las capas altas de la sociedad. Dentro de los rígidos códigos de vestir que se aplicaban en el siglo XIX, las mujeres respetables no podían usar escotes ni colores fuertes. Las telas brillantes, como los tafetaneso los satines, estaban reservadas para las llamadas “mujeres de mala vida”. Las mujeres de bien tenían que limitarse atelas discretas y modelos poco llamativos.

Una diferencia más entre cortesanas, burguesas y aristócratas, era que de las primeras no se esperaba fidelidad; las demás, ya fueran amantes o esposas, le pertenecían a un solo hombre. Ellas tenían varios protectores a la vez, y sencillamente asignaban una noche a cada uno.

Para las cortesanas era importante asistir al teatro, a la ópera, a los cafés, e inclusive a las fiestas de la corte. Eran bienvenidas a los lugares donde se reunían los hombres, ya fueran intelectuales, artistas o aristócratas. Les era permitido todo, dentro del debido respeto por las apariencias, y como escribió Simone de Beauvoir “crearon para sí mismas una situación casi equivalente a la de un hombre… libre en su comportamiento y conversación”, alcanzando “la más rara libertad intelectual”.

El secreto que descubrieron las cortesanas es una paradoja: los que dominan, pronto se aburren de sus propios poderes. El deseo se excita ante un alma valiente, independiente y libre. Los logros de las mujeres de hoy en todos los campos de la actividad social, sus conquistas profesionales, su vida autónoma, aun en términos de estabilidad económica, harían de las cortesanas unos personajes desuetos. Las mujeres que piensan que viven de los hombres por cuenta de sus encantos van a tener que replantear su vida.

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