Editorial

Ser o no poder ser… feliz

Lila Ochoa, 6/11/2013

¿Existe el secreto para ser feliz? la salud y el trabajo son los temas que más nos preocupan al recorrer el largo camino a la felicidad.

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Me dirán mis lectores que están aburridos de oír disquisiciones acerca del mismo tema. Colombia era hasta hace poco el país más feliz del mundo pero, por razones que desconocemos, nos tumbaron del ranking.

 Lo cierto es que, a propósito de este asunto, acabo de ver en un periódico inglés un estudio sobre las cosas que hacen felices e infelices a las personas y no pude contener las ganas de compartirlo con ustedes. Según esa investigación, hecha en tiempo real y a través de teléfonos inteligentes, el trabajo y la enfermedad son las dos cosas que más infelices hacen a los seres humanos.

 Lo de la enfermedad lo entiendo, pues como dicen, y esto es especialmente aplicable a la salud, “nadie sabe el bien que tiene sino hasta que lo pierde”. Un dolor de rodilla que impide caminar, una diabetes que restringe los alimentos que se pueden comer, un accidente, en fin, las limitaciones impuestas a una persona la tienen que deprimir irremediablemente. Y a medida que pasan los años es cuando realmente se entiende en el sentido estricto la palabra “saludable”, a veces demasiado tarde, pues en los años mozos es fácil pensar que uno es inmortal, que nunca va a estar canoso ni va a usar bastón.

En cuanto al trabajo, el índice de felicidad baja en un cinco por ciento comparado con el proporcionado por otras actividades. Yo tengo mi propia teoría sobre este tema: creo que las nuevas generaciones se enfrentan a demasiadas expectativas y opciones. Cuando uno se puede dar el lujo de escoger entre ser bailarín, actor de teatro o financista en Wall Street, profesor de filosofía o de esquí en la nieve, termina sin saber cuál es el camino indicado y al llegar a la realidad del trabajo se desilusiona.

Para una persona supone un factor muy grande de confusión no saber cuáles son sus talentos o qué tipo de vida quiere en el futuro. Se necesita una guía y un poco de humildad para aceptarlo. Esto sin contar con que la competencia por un puesto de trabajo es brutal y la ambición del dinero rápido influye en que las horas de trabajo se hayan multiplicado de una manera inhumana.

Hoy es perfectamente normal que un joven trabaje hasta las diez u once de la noche. Hace unos años nadie le preguntaba a uno si estaba feliz o no en su trabajo, pues uno cumplía con su deber y punto, alcanzaba unas metas y nadie se sentaba a filosofar. Ahora se volvió un deber ser feliz, rico, exitoso, y así las cosas se ponen muy difíciles. Aunque estamos de acuerdo en que un buen salario aumenta la calidad de vida y la estima personales, hay que estar dispuestos a pagar el precio en términos de estrés y presión, lo que termina pesando mucho en la vida de una persona. Como dice el dicho, “no hay almuerzo gratis”.

El sexo es la actividad que tiene un mayor porcentaje en la percepción de felicidad, con un 14 por ciento, lo que no me extraña, pues finalmente la serotonina, la hormona del bienestar, es la que produce el apego. Al sexo le siguen los amigos, con 8,2 por ciento; la esposa, el compañero o el novio, con 5,9 por ciento, y la familia, con 2,9 por ciento, lo que confirma que los afectos siguen siendo fundamentales en la vida de una persona.

 Los que pensaban que uno puede prescindir de los amigos y de la familia en algún momento de la vida se encuentran solos al final. Pocos logran rehacer esos lazos creados durante los años de juventud y tienen por delante un destino bastante negro, pues el amor y el cariño hay que cultivarlos en el tiempo y no darlos por garantizados automáticamente.

Gracias a las aplicaciones de los teléfonos inteligentes, ahora todo se puede medir y, aunque no lo crean, hay personas a quienes les fascina estar minuto tras minuto contando, como en un diario, todo lo que les pasa en la vida, pues según el estudio cerca de 40.000 contestaron la encuesta. ¿Qué será lo que lo impulsa a uno a compartir con extraños cosas tan íntimas como el estado de ánimo? Muchos de los que respondieron las preguntas quedaron sorprendidos con los resultados, pues consiguieron un mejor puntaje de felicidad cuando se hallaban solos en medio de la naturaleza.

 Uno se imagina que la felicidad llega con bombos y platillos, haciendo mucho ruido. Piensa que solo los eventos grandiosos lo hacen a uno feliz, pero esta termina siendo más una caminata en agosto, cuando florecen los ocobos y los gualandayes, y esparcen una lluvia de flores al paso, o tomarse una taza de café con una amiga cercana. Esto me lo dijo mi mamá muchas veces cuando era chiquita, pero tuvo que pasar mucha agua bajo el puente para que así lo entendiera.

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